Eucaristía, verdadera Carne verdadera Sangre. Benedicto XVI
Eucaristía, verdadera Carne verdadera Sangre. Benedicto XVI
Pero son muy claras las palabras que Cristo pronunció en esa circunstancia: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros" (Jn 6, 53). Realmente, tenemos necesidad de un Dios cercano. Ante el murmullo de protesta, Jesús habría podido conformarse con palabras tranquilizadoras. Habría podido decir: "Amigos, no os preocupéis. He hablado de carne, pero sólo se trata de un símbolo. Lo que quiero decir es que se trata sólo de una profunda comunión de sentimientos". Pero no, Jesús no recurrió a esa dulcificación. Mantuvo firme su afirmación, todo su realismo, a pesar de la defección de muchos de sus discípulos (cf. Jn 6, 66). Más aún, se mostró dispuesto a aceptar incluso la defección de sus mismos Apóstoles, con tal de no cambiar para nada lo concreto de su discurso: "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6, 67), preguntó. Gracias a Dios, Pedro dio una respuesta que también nosotros, hoy, con plena conciencia, hacemos nuestra: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Tenemos necesidad de un Dios cercano, de un Dios que se pone en nuestras manos y que nos ama. En la Eucaristía, Cristo está realmente presente entre nosotros. Su presencia no es estática. Es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a él. Cristo nos atrae a sí, nos hace salir de nosotros mismos para hacer de todos nosotros uno con él. De este modo, nos inserta también en la comunidad de los hermanos, y la comunión con el Señor siempre es también comunión con las hermanas y los hermanos. Y vemos la belleza de esta comunión que nos da la santa Eucaristía. (Benedicto XVI, Homilía del 29/05/05)
Poco a poco nos hemos ido alejando de los sacramentos y de Dios. Primero hemos transformado nuestra fe en creencia. La fe conlleva tener confianza, conocimiento y voluntad, pero nosotros lo reducimos a un conocimiento difuso e inconcreto. Los siguientes pasos han sido, perder el sentido simbólico de los sacramentos y olvidar el significado de los mismos. Una vez han llegado a ser formas vacías, los hemos llenado se significado social. Ya no vemos que Dios se haga presente y cercano a nosotros. En el mejor de los casos creemos en un Dios lejano e indiferente, que se hace cómplice de nuestros egoísmos y limitaciones.
Hoy en día muchas personas entienden la misa como una representación abstracta de la Santa Cena. Como toda comida, los aspectos sociales son muy importantes. Llegamos a señalar que Cristo no negó el Pan y el Vino a Judas y que por eso nadie puede negar la comunión. Sin duda Judas recibió la el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pero su efecto no fue precisamente venturoso ni transformador para él. Como dice Benedicto XVI, la presencia de Cristo es “dinámica” hasta el punto “que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a él”. Si en el mismo acto de comulgar, rechazamos a Cristo, nada bueno puede acontecer en nosotros. Si hacemos de la comunión un señal de estar integrados en una comunidad, nos iremos dando cuenta que Dios está cada día menos presente en nuestra vida.
Tras el Sínodo de la Familia, seguimos parados buscando quien ha “ganado” una batalla en la que hemos perdido todos. Nadie gana cuando olvidamos que “tenemos necesidad de un Dios cercano”. Nadie gana cuando hacemos nuestro el discurso del mundo: “Amigos, no os preocupéis. He hablado de carne, pero sólo se trata de un símbolo. Lo que quiero decir es que se trata sólo de una profunda comunión de sentimientos”. Cristo no se dejó engañar por el diablo cuando le tentó con la docilidad al mundo. “Jesús no recurrió a esa dulcificación. Mantuvo firme su afirmación, todo su realismo, a pesar de la defección de muchos de sus discípulos”.