Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Desde el infierno (y VII): Rescatados

por Diálogos con Dios

El cielo está preparado.

Las armaduras celestiales resplandecen entre las luces infinitas. Las grandes alas de los ángeles aletean con intensidad. Las almas de los santos brillan con fuerza en el blanco universo celeste.  

El sonido del gran Sofar irrumpe con fuerza entre las nubes y los ejércitos de Dios se ponen en marcha. Uno tras otro, ángeles y santos se dejan caer hacia el purgatorio y después de atravesarlo llegarán con potencia cósmica al infierno. Un río de luces celestiales cae y cae... y cae.  

El gran rescate está en marcha. 

 

El sabio está decidido a que su situación allí abajo tenga sentido, y eso pasa porque el alma que llora al otro lado de la pared de su prisión recuerde que, en algún momento antes de morir, se puso en paz con Dios. Después pensará en como salir de allí, pero lo primero es recuperar aquella alma. 

—Recuerda. Algo pasó. Durante quizá unos segundos comprendiste... 

—Yo solo recuerdo de mi vida en la tierra que fui una persona muy desdichada. Y a Dios no le vi por ninguna parte. Curas, iglesias y doctrinas solo me convirtieron en una persona tímida, insegura y pesimista.  

—Recuerda, recuerda...—insiste sin desmayo el sabio mientras comienza a rezar el rosario. 

—Solo recuerdo desgracias y sinsabores. 

—Hay penas que nos buscamos nosotros y otras que nos vienen para nuestro crecimiento interior. 

—¿Me busqué yo acaso la desgracia que me sobrevino? ¿Fui un mal creyente, una mala persona, quizás?—explota definitivamente el alma encerrada al otro lado del muro—Tu Dios, ese Dios de misericordia, de amor y de vida... 

Se frena como si fuera incapaz de pronunciar las palabras que se agolpan en su mente, se retiene como si fuera a vomitar. El sabio le invita a continuar: 

—¿Qué pasó? 

Por fin, el alma encadenada grita con la fuerza y la rabia de un alma sin consuelo: 

—¡Se llevó a mi hijo! 

 

 

El combate ha comenzado. 

Los ejércitos celestiales han irrumpido con furia en el universo infernal, horadando los estratos y niveles como si fueran de mantequilla. Los demonios, sin salir de su asombro comienzan a acudir en masa a la brecha. Los ángeles mantiene una barrera impenetrable con sus cuerpos y comienzan a recibir los primeros ataques demoníacos, mientras los Santos por dentro del pasillo de seguridad creado, continúan avanzando y excavando hacia abajo. 

—¿Qué hacéis aquí? Este no es vuestro lugar. Nos hacéis daño. Dejadnos solos con nuestra amargura. ¿Qué pretendéis con ésta locura cósmica? ¿A dónde queréis llegar con vuestra luz?—protestan los demonios con rabia, mientras los ángeles solo rezan y miran al cielo— ¿Es que os habéis cansado de vuestro Dios y habéis venido para quedaros? ¿A caso os ha decepcionado? A vuestro Dios y a vuestra iglesia se les llena la boca de amores y misericordias pero la realidad de la vida es otra, ¿Verdad?. Maldad, pobreza, injusticias... ¡Dios es un mounstruo! 

Los ángeles aguantan imperturbables las acechanzas de las masas endiabladas pero algunos de los santos comienzan a bloquearse y a frenar en su ímpetu. La fuerza de la excavación empieza a aminorar. No es que duden del amor de Dios y flaqueen en ese sentido, es que están en un universo infernal y su fuerza es limitada. Las potencias celestes van perdiendo fuerza... 

 

 

—No le pude echar la culpa a nadie, solo a Dios. Se lo llevó con 14 años de una enfermedad. ¿Qué clase de Dios es éste? No puede existir y si existe es un ser cruel e impío. ¿Cómo puede permitir tanta desgracia? 

—El edén lo perdemos por nuestra soberbia. Pero Cristo nos abrió las puertas celestiales—contesta el sabio con preocupación. 

—Palabras, palabras. El hecho es que la vida terrena es un mar de lágrimas, sin consuelo y sin esperanzas. Pasas toda la vida intentando ser bueno, justo e intachable y te pasan desgracias que no mereces. La vida es injusta, Dios es injusto... es mejor que no exista. 

—Tu tristeza y amargura son comprensibles pero... recuerda, algo te hizo cambiar... en algún momento. Solo lo sabes tú. Bucea en tus recuerdos. ¡Despierta!—grita el sabio en un intento desesperado de que su hermano reaccione. 

Los ruidos de la batalla comienzan a oirse. El sabio comprende que han venido a por ellos y su luz empieza a brillar con una fuerza incontenible. El infierno en su totalidad está avisado de la irrupción celestial y todos los diablos están en pie de guerra. Las culebras demoníacas comienzan a acercarse entre las grietas de los muros. Si el alma vecina no recuerda pronto que hubo un momento que se congració con Dios a pesar de sus desdichas, las serpientes lo rodearan y sofocarán cualquier esperanza y todo habrá acabado. 

 

 

Los ángeles mantienen la barrera contra los atacantes pero los Santos ya no avanzan. No pueden seguir horadando el hormigón infernal. Se han quedado a pocos metros del 

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