Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Los sonidos reales de la batalla celestial

Los sonidos reales de la batalla celestial

por Diálogos con Dios

Un pavoroso y desgarrador grito se oye como un trueno que llega hasta los confines del universo espiritual: “Non serviam”, ¡¡¡¡No serviré!!!! Es Luzbel, el ángel más hermoso creado por el amor de Dios, que se niega a servir al hombre. No se rebajará a ser un mero ayudante de una criatura inferior a él, llena de limitaciones y debilidades por su condición corporal. No. Él, el más bello de los ángeles reniega del plan de su creador y, a partir de ahora hasta la eternidad, se dedicará a hacer la guerra al hombre, perseguirle, tentarle, hacerle esclavo, y llevárselo al infierno...

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Un silencio atronador llena el aire del paraíso. La divina naturaleza se ha paralizado. El agua de los ríos no corre por el cauce. Los pájaros no cantan. Los mamíferos se han quedado petrificados como estatuas disecadas de museo. Ni siquiera el aire mueve ninguna hoja de árbol o planta. Así de inmenso ha sido el pecado de Eva. Ha paralizado el Edén. Adán se esconde asustado, sintiendo ya la punzada de la vergüenza, antes incluso, de comprender su verdadero significado. Y el creador sabe que el diablo ha ejecutado su amenaza. Ha esclavizado a la humanidad...

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Una suave canción suena en el confín del imperio romano, en una ínfima aldea de Judá. En Nazaret, una mujer insignificante ha dicho: “Fiat”. “Hágase en mi según tu voluntad”. Ha roto las cadenas de Eva. Ha machacado con suavidad el lazo de la muerte que oprimía al hombre. Un nuevo Adán, ha sido engendrado y liberará al mundo de la tentación diabólica. Todo ha ocurrido con tanta humildad e intimidad que el enemigo no ha sido advertido. Solo se dará cuenta de la derrota cuando el salvador nazca en la pequeña Belén, rodeado de peste animal y calor humano y se unan a la suave canción el coro de los ángeles, de los pastores y de los sencillos. Pero ya será demasiado tarde...

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Tambores de guerra suenan en el universo espiritual. El hijo de Dios actúa públicamente. Ya no se tapa ni se esconde. Ha salido ha hacer el bien. Ha dado comienzo a sus señales. El diablo ha tenido un breve encuentro con él en el desierto, pero el gran enfrentamiento lo ha dejado para más adelante. Esperará el momento justo para echarle el lazo, para preparar la trampa. Poco a poco irá tomando posiciones en Jerusalén y no dejará ningún cabo suelto para enterrar definitivamente la memoria del Hijo y hacer que el hombre se entregue sin esperanza en sus brazos. Matar a Dios, ese es el objetivo...

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Un terremoto espantoso sacude los cimientos del universo entero. El hijo de Dios ha expirado colgado en una cruz. La venganza del diablo se ha consumado. Muerto el Hijo, se dispersarán las criaturas. Destruida la vida, solo queda la muerte. Rota la esperanza, solo queda la desesperación. El diablo se regocija con su aplastante victoria. La creación entera y su petulante inquilino, el hombre, se encuentran en sus manos. Ahora ha llegado el momento de tomar el mando para siempre. Ahora es el momento de las tinieblas…

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Un himno de Gloria resuena en los cielos recién estrenados. Un himno de alabanza, grita unánime toda la creación. Un himno de adoración hace temblar los cimientos del universo. ¡El Hijo ha resucitado! Ha resurgido. Ha roto las cadenas. Ha introducido un nuevo orden en la vida. Ha rescatado la condición servil del hombre, introduciendo su condición corporal en la Trinidad. Ha soltado los lazos y las cadenas. El hombre puede ser libre de sus pasiones. Los viciosos lazos que atenazan al hombre han sido cortados. Las cadenas de egoísmo que lo arrastran han sido destruidas. Las sombras de inseguridad y de miedo han sido iluminadas. El hombre tiene la puerta de la esperanza abierta de par en par. Pero solo los que confíen entrarán por ella. Y el diablo no descansará para impedir que muchos entren, ni siquiera la reconozcan. El Hijo habrá ganado la guerra, pero perderá muchas batallas…

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“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono” (Ap 3, 20)

 

Juan Miguel Carrasquilla

 

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