Miércoles, 06 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Yo y mi felicidad, mi felicidad y yo

por Familia en construcción

´Cómo encontrar la felicidad´, ´la clave de la felicidad´, ´el secreto de la felicidad´, ´los 7 hábitos de una persona feliz´, ´el camino para ser feliz´... Internet y las librerías están plagadas, hoy en día, de títulos como estos o similares. Está claro que el hombre de nuestro tiempo, rodeado de comodidades y facilidades, está, sin embargo, sediento de algo más que le lleve verdaderamente a la paz de espíritu, a la felicidad plena. Y la demanda hace que prolifere la oferta de este tipo de escritos de forma sobreabundante. En el centro de ellos, generalmente, está uno mismo. Porque, evidentemente, si uno quiere ser feliz, la clave está en su propia mano. No obstante, aunque alcanzar mi felicidad es cosa mía, la clave no está en mí, sino, como le dijo Juan Pablo II a un Bob Dylan ya mayor: "la respuesta está en Jesucristo". Como fin último de nuestra existencia, Dios es la respuesta a nuestra búsqueda de la felicidad. Cualquier otro camino está incompleto. El centro de nuestra existencia no somos nosotros, es Dios. Y mientras esto no lo pongamos en práctica, cualquier otra bienintencionada búsqueda de la felicidad será vacía por limitada. Bien sabía esto la santa que celebramos hoy, Teresa de Jesús:

"Jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes".

Aunque pueda parecer contradictorio, este es el único modo de llegar a la felicidad plena, el conocimiento de uno mismo, -de nuestras propias miserias y debilidades-, que parte, esencialmente, del conocimiento de Dios. Al contrario de lo que afirman la mayoría de los escritos que comentábamos, nada podemos ni valemos por nosotros mismos. No somos nadie ni nada. Por más que nos intenten convencer, no somos He-man, ni Superman, no somos todo lo que queramos ser..., somos seres cargados de pecados, de culpas, de faltas, llenos de bajezas y debilidades.  Solo conscientes de nuestra poquedad, ante la grandeza infinita de Dios, seremos capaces de abandonarnos completamente en sus manos, sabiendo que únicamente de Él depende nuestra salvación, nuestra felicidad eterna que empieza aquí y ahora.

Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,

La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.

Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.

A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.

Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.

Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.

Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.

Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.

Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.

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