Ser Árbol que produce buen fruto. San Bernardo
Ser Árbol que produce buen fruto. San Bernardo
Es imposible para el árbol, no así para Dios. Pero el maligno nos tienta en los momentos de soledad que Dios propicia. La tentación aparece cuando menos nos lo esperamos:
Y acercándose el tentador, le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Mas él respondiendo, dijo: Escrito está: No con solo el pan vivirá el hombre, mas con toda palabra que sale de la boca de Dios. (Mt 4, 3-4)
¿Qué hacemos? ¿Cedemos al tentador y hacemos nuestra voluntad? ¿Cambiar de tierra y de dueño para recibir lo que nos puede ayudar a dar fruto abundante y bueno?
Entre los espinos de este mundo no puede encontrarse aquella higuera que, por lo mismo que es mejor en sus segundos frutos, es una imagen de la resurrección; o porque, como se lee: "Las higueras dieron sus primeros frutos" ( Cant 2,13), su fruto no era ni maduro, ni sano, ni útil en la Sinagoga; o porque nuestra vida no madura en el cuerpo, sino en la resurrección; y que así debemos alejar de nosotros las solicitudes terrenas, que desgarran el alma y consumen el espíritu, a fin de obtener frutos maduros con nuestros cuidados diligentes. Esto se refiere al mundo y a la resurrección. Al alma y al cuerpo se refiere lo otro, cuando añade: "Ni vendimian uvas de las zarzas". O porque ninguno puede adquirir con pecado el fruto de su alma, la cual se corrompe próxima a la tierra, como la uva, y madura en las alturas; o porque ninguno puede evitar la condenación de la carne, sino únicamente aquel a quien Jesucristo ha redimido, quien, como uva, pendió del madero de la cruz. (San Ambrosio de Milán, tomado de la Catena Aurea, Lc 6, 43-45)
Quien evade el sufrimiento por Cristo, evade la posibilidad de ascender en la Escala de Jacob. San Juan Bautista dijo: “Es necesario que El crezca, y que yo disminuya. El que procede de arriba está por encima de todos; el que es de la tierra, procede de la tierra y habla de la tierra. El que procede del cielo está sobre todos” (Jn 2, 20-31). Es necesario que disminuyamos como herramientas de nuestra voluntad, para que podamos ser herramientas de la Voluntad de Dios. Es necesario pasar por momentos donde nos sentimos insignificantes y despreciados, porque es la manera de ganar la vida que sólo conseguimos cuando la perdemos por Cristo.
Dice San Ambrosio: “ninguno puede adquirir con pecado el fruto de su alma, la cual se corrompe próxima a la tierra”. Tenemos que esperar la Gracia de Dios que hará posible que nuestros frutos sean abundantes, sea cual sea la tierra donde el Señor haya querido que estemos plantados. Escapar de las circunstancias donde Dios desea que estemos es huir de la Voluntad de Dios. El tentador hace estupendamente su trabajo. Nos sitúa con facilidad contra la espada y la pared, esperando que desesperemos y dejemos el camino.