Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Los milagros de Cristo no fueron magia. San Agustín

Los milagros de Cristo no fueron magia. San Agustín

por La divina proporción

Hoy en día muchas personas no creen en la divinidad de Cristo ni en ninguna divinidad. Ellos creen que no existe nada más que la realidad física y humana que les rodea cotidianamente. Los milagros, por lo tanto, les parecen cuentos o exageraciones que los Apóstoles compusieron para embaucar a la gente.


Si pensamos que todos dejaron todo lo que tenían detrás, para seguir a Cristo. La mayoría murieron martirizados. ¿Qué razón tenían para querer engañar a los demás? Ninguna, por lo sólo queda una hipótesis cuando no queremos aceptar los milagros: sufrieron alucinaciones además de padecer problemas mentales.
 

Los cristianos creemos firmemente las palabras que los Apóstoles dejaron escritas en los Evangelios, ya que son Palabra de Dios. Creemos que el Espíritu Santo iluminó su mente y sus recuerdos, para conformar la Tradición, que se volcó en los Evangelios parcialmente. Quien no cree en los milagros de Cristo, no cree en su divinidad y por lo tanto, intenta humanizar a Dios para poderlo utilizar a su conveniencia. 

Los milagros que ha obrado nuestro Señor Jesucristo son, verdaderamente, obras divinas. Disponen a la inteligencia humana para que conozca a Dios a partir de lo que es visible, puesto que nuestros ojos, en razón de su misma naturaleza, son incapaces de verle. Además, los milagros que Dios hace para el gobierno del universo y organizar toda la creación, a fuerza de repetirse, de tal manera han perdido valor, que casi nadie se toma la molestia de percibir qué obra tan maravillosa y asombrosa Dios realiza en cualquier grano de simiente. 

Por eso, en su providencia, se ha reservado el hacer ciertas acciones en el momento por él escogido, fuera del curso habitual de las cosas. Así, aquellos quienes las maravillas de todos los días son sin importancia, se quedan estupefactos a la vista de obras que salen de lo ordinario;  y sin embargo no hacen prevalecer aquellas. ¡Gobernar el universo es, en realidad, un milagro más grande que saciar a cinco mil hombres con cinco panes! Y, sin embargo, nadie se sorprende... En efecto ¿quién alimenta todavía hoy al universo si no Aquel que, con algunos granos, crea las cosechas? 

Cristo ha actuado como Dios. Es por su poder divino que ha hecho salir de un número pequeño de granos, ricas cosechas; es a través de este mismo poder que ha multiplicado los cinco panes. Las manos de Cristo estaban llenas de poder; esos cinco panes eran como semillas no echadas en tierra sino multiplicadas por aquél que ha hecho la tierra. (San Agustín, Comentario sobre el evangelio de Juan, 24,1) 

Lo curioso es que todos los días vemos milagros como el de la multiplicación de los panes, pero no nos damos cuenta. Cuando de una semilla plantada en la tierra, surgen centenares o miles de ellas ¿No es una prefiguración del poder que Dios ejerce sobre el mundo? Cuando un evangelizador es capaz de sembrar una semilla de fe en una persona ¿No es un milagro que esa semilla crezca, florezca y de frutos? ¿Cuándo dos o más personas se reúnen en Nombre de Cristo, no es un milagro que Él mismo esté en medio de ellas? 

Los milagros que obra el Señor en nosotros no dejan de ser igual de increíbles. Les pongo por ejemplo a Santa Catalina de Siena, capaz de una elocuencia y sabiduría tal, que hizo frente a la división de la Iglesia. Santa Catalina era analfabeta y con serios problemas de salud. Quien lea los escritos de esta santa, se dará cuenta de la capacidad de hacer milagros que tienen el Señor. 

Ahora, es lógico que el mundo, la sociedad, nos tache de locos y ciegos, cuando proclamamos la divinidad y el poder de Cristo. Es lógico que se rían de nosotros y nos intenten encerrar en acciones de beneficencia, que ellos mismos desprecian realizar. La Iglesia resultaría ser una estupenda herramienta en manos de los poderosos y por eso siempre están buscando cómo dominarnos y utilizarnos. Pero Espíritu Santo está siempre atento y ante cualquier intento de humanizar plenamente a Cristo, hay una voz que reclama su divinidad. 

Este es uno de los retos de la Iglesia actual, ofrecer el Mensaje, el Misterio y el Compromiso Cristino en todas sus dimensiones y profundidad.
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