El canto de un gallo
por Sólo Dios basta
La figura de Santo Domingo de la Calzada está presente en mi vida desde mi adolescencia cuando todos los sábados iba con mis padres a ver a mi abuela Vicenta que estaba en una residencia. Con frecuencia dábamos una vuelta por la catedral y rezábamos en familia al Santo, a Santo Domingo de la Calzada. Luego, al cambiar la residencia de mi abuela dejo de venir a esta localidad riojana, pero la presencia y la figura del “Santo abuelito”, así le llaman cariñosamente los vecinos del lugar, queda en mi vida personal y espiritual. Pasan los años y entro al seminario; los seminaristas estudiamos en Burgos y cada fin de semana veo desde la furgoneta la ciudad del Santo a la ida y a la vuelta en nuestros viajes de seminario entre Logroño y Burgos. Ahí queda el Santo a un lado de la carretera. Y llega la hora en que de nuevo toma fuerza en mi vida. Justo cuando entro en el Carmelo Descalzo.
Me explico. Cuando un joven quiere entrar a una orden religiosa para ser fraile tiene que escribir una carta al superior provincial exponiendo su situación personal y los motivos por los que desea empezar la etapa de formación religiosa específica que comienza con el postulantado. Pues bien, en mi caso concreto, esa carta la escribo un día muy especial, el 12 de mayo de 2006, día de Santo Domingo de la Calzada. ¿Y por qué ese día? Porque así me acojo a su intercesión en este camino nuevo que inicio y que supone un cambio muy fuerte en mi vida ya que implica dejar mi tierra, caminar por nuevos lugares, pasar por ríos que no conozco, tener al lado un convento que acoge a los religiosos mayores y con necesidad de atenciones médicas y vivir en un casa con iglesia incluida, es decir un convento. Todo esto es muy nuevo para mí y necesito ayuda. Eso era para mí dar el paso de entrar en la Orden del Carmen y decirle que sí a Dios. Me acuerdo que Santo Domingo sabe mucho de estos temas ya que él da vida a lo que hoy es su ciudad gracias a que prepara caminos, construye un puente, edifica un hospital y levanta un templo. Todo esto para ser un apoyo para los peregrinos del siglo XI que caminan hacia Santiago. Por eso, y por todo lo vivido previamente, fecho y firmo la carta de solicitud de ingreso en el Carmelo Descalzo ese día que queda para mi muy dentro del corazón; lo expreso con estas palabras: “Con todo lo anteriormente dicho, solicito el ingreso en el postulantado y lo firmo en Burgos, a 12 de mayo de 2006, memoria de Santo Domingo de la Calzada, patrón de mi diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño. Un abrazo, Rafael Pascual”.
Y comienza un ir y venir de convento en convento en la etapa de formación: Burgos, Castellón, Ávila, Salamanca, Soria y vuelta a Burgos. Pues justo en uno de estos momentos, el año que paso de Ávila a Salamanca, apenas un año después de hacer la primera profesión religiosa, Santo Domingo vuelve a llamarme. Ahora es él quien quiere que vaya a su sepulcro. Es el noveno centenario de su fallecimiento: 1109-2009. Tienen lugar muchos acontecimientos en esta localidad riojana. Un día de verano acudo con mis padres a ver la exposición preparada por motivo de dicho evento y luego nos quedamos a misa en la catedral para ganar el jubileo calceatense. Ayudo como acólito vestido como voy, con el hábito carmelita. Es un regalo inmenso poder ayudar en misa en este lugar y de este modo concreto. En este eucaristía doy muchas gracias a Dios por todo lo que me ha regalado por medio de este santo riojano a la vez que sigo poniendo mi vocación en su sepulcro para que la cuide y no me desvíe del camino comenzado, pueda pasar los ríos contrarios con facilidad, me cure de las heridas que tengo y no deje nunca de rezar ante la presencia real de Dios escondido en el sagrario. ¡Muchas gracias Santo Domingo de la Calzada!
Al llegar la ordenación sacerdotal en el Carmen de Burgos, entre las letanías de los santos que se cantan incluyo a mi querido Santo entre otros santos riojanos y carmelitas. Y mira por dónde me alejo de Santo Domingo, voy hasta Alba de Tormes, junto a otro sepulcro, el de mi Santa Madre, Teresa de Jesús, allí estoy muy feliz y entregado al quehacer carmelitano hasta que hace algo más de tres años, sin buscarlo, me viene dado que pueda venir a mi tierra riojana como carmelita descalzo al convento de Calahorra, sede de la diócesis, y lugar donde se conservan los restos de los Santos Mártires Emeterio y Celedonio. Este último año de nuevo la gracia del Señor se derrama ya que me regala junto a toda la diócesis otro año jubilar, esta vez el milenario del nacimiento de Santo Domingo (1019-2019). Con gran alegría y júbilo participo de la apertura de la puerta santa el 25 de abril y en la clausura de la misma el pasado domingo fiesta del bautismo del Señor. Y me paro. Bautismo del Señor, conclusión del año jubilar y comienzo de una vida nueva. La vida sembrada de esperanza en un día tan especial como el que voy a narrar.
Acudo desde Calahorra, llego con tiempo, entro en la catedral, rezo unos instantes ante la urna procesional con los restos de mi querido Santo y voy hacia la sacristía. Allí saludo a muchos sacerdotes conocidos, a algunos de los obispos presentes y también a los acólitos. Salimos a la calle para dar inicio a una celebración muy especial. Pasamos por la puerta santa y cuando cada uno se encuentra en su lugar da comienzo la eucaristía. La preside Don Juan José Omella, actual arzobispo de Barcelona, y anterior obispo de esta diócesis riojana. En la homilía no canta el gallo. Lo dice, que no ha cantado desde que hemos empezado. Para los que no lo sepan en esta catedral hay un gallinero con un gallo y una gallina en recuerdo de uno de los milagros del Santo abuelito. Es verdad, no es un invento, el que quiera que venga a rezarle al Santo y de paso puede escuchar el canto si llega la ocasión. Pues bien, sigo, que como decía Santa Teresa, “me he divertido mucho” (en lenguaje actual quiere decir: me he ido del tema). Vengo a ganar el jubileo y poner una intención ante el Santo: que mueva corazones jóvenes para que le digan que sí al Señor en la vida sacerdotal y religiosa. Lo hago con fe, con esperanza, con mucho amor. De ello habla también Don Juan José en la homilía, se repite en las peticiones y se encuentra entre los compromisos que se presentan al terminar la eucaristía como algo muy a tener en cuenta una vez terminado este año jubilar: no olvidar la oración por las vocaciones de especial consagración. Al final de todo se cierra la puerta, y todos vueltos hacia la urna-relicario cantamos el himno al Santo. A la salida veneramos la reliquia. Al besarla le digo con toda mi confianza puesta en él: Santo Domingo, envíanos alguna vocación.
Lo que traía en mi corazón veo que está también en el corazón del cardenal Omella, en el sentir de todos los que participamos de esta misa y en el programa de trabajo de los que se encuentran unidos de modo especial a Santo Domingo de la Calzada. Es todo gracia, por eso estamos de año jubilar, de año de júbilo, de alegría, de gozo, de ilusión de seguir adelante porque sabemos que el Santo nos va a escuchar y va a tocar algún corazón para decirle: ¿Por qué no te planteas la vocación sacerdotal o religiosa?
Esta es mi oración en este día, en este lugar, ante tanta gente. Recuerdo mis años de acólito y mientras escucho la homilía presento esta intención de modo intenso al Señor. Dios mío, acoge esta súplica. Entonces termina la homilía y quedamos en silencio unos breves momentos. Pues en ese instante y al empezar el rezo del credo canta el gallo. Solo entonces, y no lo vuelve a hacer en toda la misa. Solo mientras hay silencio orante y nos disponemos a profesar nuestra fe en Cristo vivo, resucitado y en este día especial, recién bautizado. Parece que el Señor escucha la oración y como prueba de que el silencio de la oración elevada a Dios y la fe profesada y vivida al ejemplo de Santo Domingo de la Calzada es real nos abrimos a un bautismo nuevo, el del Espíritu Santo, a un año jubilar nuevo, el de la presencia de Santo Domingo de la Calzada para siempre en nuestras vidas y a una vida nueva, la de la esperanza puesta en la preparación y acogida de nuevas vocaciones; entonces, solo entonces, escuchamos lo que puede parecer imposible pero es real en una catedral: el canto de un gallo.