Modernismo, postmodernismo y extremismo dogmático
Modernismo, postmodernismo y extremismo dogmático
Sobre todo pone de manifiesto el hecho de que los grandes modelos interpretativos provienen de la orientación de pensamiento de las respectivas épocas. Por consiguiente, nos acercaremos a la verdad despojando a cada una de las teorías de su talante ideológico contemporáneo. Tal es, por así decir, el criterio hermenéutico que nos ofrece la toma aérea del panorama exegético. Esto significa, al mismo tiempo, que adquirimos una nueva confianza en la continuidad interior de la memoria de la Iglesia. En su vida sacramental, lo mismo que en su anuncio de la palabra, constituye un sujeto determinado, cuya memoria mantiene presente la enseñanza y la acción de Jesús aparentemente pertenecientes al pasado. Ello no significa que la Iglesia no tenga nada que aprender de las corrientes teológicas desarrolladas históricamente. Cada nueva situación de la humanidad revela aspectos nuevos del espíritu humano y abre nuevos acercamientos a lo real. Por eso la Iglesia, en el contacto con las experiencias históricas de la humanidad, puede encontrar un guía que la lleve a penetrar más profundamente cada vez en la verdad y a reconocer en ella nuevas dimensiones que sin tales experiencias no hubiera sido posible comprender. (Joseph Ratzinger, La Iglesia. Origen y naturaleza de la Iglesia)
Tomemos tierra y busquemos algunos ejemplos reales. Hace unos días seguí una discusión en twitter que se inició cuando un religioso redentorista calificó a San Pablo de “extremismo dogmático”, al hablar del entendimiento de la sexualidad humana. La expresión “extremismo dogmático” es muy interesante. Si nos paramos a pensar, recoge un mensaje totalmente erróneo similar a hablar de los “olores amarillos”. Los olores no tienen color, de la misma forma que los dogmas no tienen extremos, medianías o mínimos. Los dofmas son, tal cual, una verdad de fe que o creemos o no creemos. Las medias tintas no existen.
Esta expresión es similar a otra muy habitual: “Ultra-católico”. Quien la dice estima que se puede ser también medio católico, poco católico o algo católico. La postmodernidad nos enturbia la vista y nos hace ver cosas que no son reales y que, desgraciadamente, terminan por imponernos un entendimiento de la realidad totalmente falso. Una realidad que siempre no admite definiciones y conceptos claros.
Es curioso que muchas personas y grupos sigan incidiendo en la presencia del modernismo dentro de la Iglesia, cuando lo que tenemos encima es la postmodernidad. El modernismo nos ofrecía alternativas nuevas que competían con las tradicionales. Frente a la creencia en Dios, la increencia. Frente al catolicismo tradicional, el cristianismo postconciliar. Frente a los valores “de siempre”, los valores “modernos”. Esta dicotomía y lucha de concepciones no es lo que actualmente nos acecha. Ahora nos ofrecer la armonía de lo diverso, las gradualidades inclusivas, la pertenencia sin compromiso, etc.
La Iglesia van entrando en las tesis postmodernas con paso firme y decidido, ya que lo que nos ofrece una panacea atractiva: vivir en pequeños grupos, tribus homogéneas que ignoran a las tribus más o menos cercanas. Lo formidable es que se llega a postular que la unidad de la Iglesia siempre ha existido, pero que no éramos capaces de darnos cuenta. La unidad es ponerse un cartelito en la solapa: Iglesia. Una vez tengamos el cartelito, cada cual a los suyo ignorando a quien tiene a su lado. La paz de la indiferencia y la armonía del silencio conllevan la victoria de quien desea vernos separados: el diablo.
El gran reto de la actualidad es encontrar lo que es cierto dentro de estas ideologías y desechar lo que es evidentemente anti-cristiano. Es cierto que los dones de Dios son diversos, pero sólo dan fruto cuando se integran y dan sustento a una comunidad realmente unida. Es cierto que es necesario utilizar lenguajes y formas nuevas para comunicar el mensaje de Cristo, pero el mensaje tiene que permanecer intacto. Es cierto que la Liturgia era poco entendible hace 50 años, pero ahora tampoco la comprender la mayoría de las personas. La clave no está en el idioma, sino en las catequesis mistagógicas que nunca hemos recibido.
La Iglesia está en crisis, pero nunca lo ha dejado de estar. El mundo no acepta a Cristo y por mucho que pasen los siglos, siempre estará en desacuerdo con el mensaje de Cristo.