¿Eres rico o pobre? San Agustín
¿Eres rico o pobre? San Agustín
Tú, ¿Qué eres? ¿Rico o pobre? Muchos me dicen: yo soy pobre, y dicen la verdad. Veo a pobres que poseen alguna cosa; veo a otros que son totalmente indigentes. Pero, tenéis a uno que tiene oro y plata en abundancia. ¡Oh, si supiera cuán pobre es! Lo reconocerá si mira al pobre que tiene cerca de él. Por otra parte, cualquiera que sea tu opulencia, tú que eres rico, no eres más que un mendigo a la puerta de Dios.
Es el momento de la oración… Tú haces tus peticiones; la petición ¿no es ya una confesión de tu pobreza? En efecto, dices: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Si tú, pues, pides tu pan cotidiano ¿eres rico o pobre? Y, sin embargo, Cristo no teme decirte: “Dame lo que te he dado. Pues, de hecho ¿qué es lo que has traído al venir al mundo? Todo lo que has encontrado en la creación, lo he creado yo. Tú no has traído nada, y nada te llevarás. ¿Por qué no me das de lo que es mío? Tú nadas en la abundancia y el pobre en la necesidad, pero, remontaos al comienzo de vuestra existencia: los dos habéis nacido completamente desnudos. Incluso tú, has nacido desnudo. Seguidamente has encontrado aquí abajo grandes bienes; pero ¿acaso has traído alguna cosa contigo? Te pido pues eso que te he dado; da y te devolveré. (San Agustín. Sermón 123)
Esta reflexión de San Agustín me lleva a darme cuenta de lo triste que es no orar a Dios. Que tristeza creer que es innecesario darle gracias de lo que nos da y solicitarle que tenga misericordia de nosotros. Todo lo que tenemos, nos lo ha dado Dios: padre, madre, hermanos, esposa, hijos, trabajo, bienes materiales, comida, etc. Todo es don de Dios que sólo podemos agradecer con extrema humildad.
¿Qué podemos darle nosotros a Dios si somos criaturas suyas? Realmente sólo podemos devolver a Dios algo que El previamente nos entregó: el amor. Amar a Dios, amar la Verdad, la Justicia, la Misericordia, la Belleza, la Bondad, es amar a Dios que se refleja en sus obras. Podemos ofrecer a Dios nuestros talentos y capacidades. Ofrecerlos para que obre en los demás según la Voluntad de Dios.
Sólo quien sabe obedecer puede ser un buen gobernante. Sólo quien es capaz de darse a los demás, puede ayudar a quien lo necesita. Sólo quien sabe orar a Dios solicitando Su misericordia, es capaz de ofrecer misericordia a los demás. Misericordia que siempre parte de aceptar que somos pobres en todo sentido y que lo poco que tenemos, lo tenemos para compartirlo con los demás.
Cuando oramos con el Padre Nuestro, nos deberíamos dar cuenta de que oramos todos unidos, agradeciendo y pidiendo para todos y cada uno de nosotros. En esta oración mostramos la necesidad de ser servidores de la Voluntad de Dios y la necesidad de que Dios nos lleve de la mano en todo momento. No es una oración de vanagloria, como la del publicano, sino una oración de misericordia, como la del publicano. Quizás a veces la rezamos sin darnos cuenta de este maravilloso matiz. Por eso conviene remarcar los momentos en donde nos declaramos totalmente dependientes de Dios, tal como San Agustín señala tan claramente: “Es el momento de la oración… Tú haces tus peticiones; la petición ¿no es ya una confesión de tu pobreza?” Abramos nuestro corazón a la Gracia de Dios y recodemos que son “Bienaventurados los pobres en espíritu; porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,2)