Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Tecnolatría y tecnofobia

por Argumentos para el s. XXI

Hace varios años, uno de los científicos que descubrió los procesos que deterioran la capa de ozono, Paul Crutzen, posteriormente galardonado con el premio Nobel de la paz, propuso introducir un nuevo periodo geológico, que denominó Antropoceno, por estar caracterizado por la presencia generalizada de la actividad humana, que afecta ya a una variada gama de procesos climáticos, geológicos, biogeográficos o edáficos, hasta el punto que ya difícilmente puede hablarse de paisajes que no tengan, de una u otra forma, la impronta humana.
Paralelamente, otros científicos sociales, comienzan hace menos años a hablar de una nueva era histórica, en la que buena parte de los procesos de mayor calado están asociados al uso y el influjo de la tecnología. No estoy seguro que así sea, pero me parece indudable que el impacto de la tecnología es mucho más hondo que el uso o maluso de unos determinados aparatos. La información se mueve con una rapidez y extensión nunca vista en la Historia, los sucesos se aceleran, el conocimiento difícilmente se reposa, nuestros modos de aprender y de enseñar cambian tan rápidamente que apenas somos conscientes de su influjo.
Si la acción humana tiene una escala temporal absolutamente desproporcionada respecto a cualquier proceso natural (baste con pensar que estamos consumiendo en apenas tres siglos, los combustibles que tardaron más de 300 millones de años en formarse), la tecnología acelera todavía más nuestro cronómetro vital. Sigo sorprendiéndome a mí mismo cuando pienso que una máquina de apenas tres años de vida es algo "obsoleto", que ya no se fabrica, y -por tanto- de lo que no hay piezas de repuesto. La "cultura del descarte", que comienza aplicándose a la tecnología -singularmente a los móviles o los ordenadores- ahora se extiende también a otras máquinas y, lo que es mucho más grave, a las personas. Se habla de personas que están "desactualizadas", que ya no encuentran sitio en el "mercado de trabajo" porque no conocen las herramientas que rigen los procesos. Así las cosas, hemos pasado del necesario interés por "estar al día", por conocer el mundo que nos rodea, al necesario "reciclaje profesional", imagen de un objeto que cambia de uso y de esencia (una botella de vidrio pasa a ser un vaso o un recubrimiento para el aire acondicionado). El ritmo de la tecnología se marca por los gigantes de las TIC (cuatro de las diez empresas más grandes del mundo pertenecen a las tecnologías de la información: Apple, Google, Facebook, Microsoft), que nos convencen todos los días de que necesitamos subirnos a una máquina que va mucho más rápido que nosotros mismos, que nos acaba produciendo desasosiego: la máquina pasa de ser herramienta, medio, a protagonista, fin. Se adaptan los procesos al aparato en lugar del aparato a los procesos; muchas veces no nos simplifica la vida, nos la complica.
No soy tecnófobo, trabajo habitualmente con ordenadores, uso un móvil, estoy escribiendo en un medio digital, pero tampoco soy tecnólatra, sigo pensando que las máquinas están para ayudarnos, no para dedicarles nuestra vida. En la medida en que es una herramienta, estupendo; en la medida en que nos centra una atención que sólo los demás merecen, se precisa mayor capacidad de autocontrol. Sin un sano espíritu crítico, estamos alimentando una generación de niños y niñas tecnodependientes, que no leen ni piensan: sólo ven y escuchan; que no interactúan con quienes tienen al lado, sino con quienes están escondidos tras una pantalla.
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