Perseguido más allá de la muerte
El pasado 11 de abril el periodista José Ángel Juez, de La Tribuna de Toledo, con este sugestivo título, publicó este artículo:
Los monumentos funerarios son habituales en nuestro entorno. Lo más normal es verlos en su lugar más propio, un cementerio, pero no tiene nada de raro encontrarlos en una calle, junto a una carretera o en un lugar perdido en mitad de la nada. Precisamente nos muestran que allí no es que nunca ocurriera nada, sino que alguien sufrió la tragedia de perder su vida de manera inopinada. Las cruces que recuerdan a las víctimas de accidentes de tráfico junto a una vía, normalmente acompañadas por flores colocadas por sus familiares y amigos con la misma profusión que se dedica a la propia tumba del finado, son un ejemplo de que la memoria a estos difuntos no queda recluida a los camposantos.
Bajo estas líneas, primeras pintadas, era el 6 de junio de 2009:
Otro ejemplo, ya lejano en su origen pero que ha alcanzado nuestro presente, lo dan los distintos monolitos que recuerdan a las víctimas de la violencia de todo signo registradas en la Guerra Civil de 1936. Lo habitual es que este tipo de monolitos funerarios atraigan la curiosidad del caminante, seguida del respeto a lo que solo significa el reconocimiento a la memoria de alguien que ya no está entre nosotros. Pero desgraciadamente hay veces en que estos monumentos sufren un comportamiento anormal, como en Almendral de la Cañada (Toledo).
Tras limpiarla, pasados los años, volvió a ser pintada el 22 de abril de 2014:
En un paraje situado entre este municipio y La Iglesuela, en la Sierra de San Vicente, puede verse una lápida de piedra que recuerda a una de las víctimas de la intolerancia que trajo el conflicto fratricida. Se trata de José Sáinz, párroco de La Iglesuela hasta agosto de 1936. La ola de violencia anticlerical que se abatió sobre el territorio que quedó en el bando republicano al inicio de la contienda hizo que este sacerdote de 35 años fuera fusilado el día 21 de aquel mes en una zona apartada en pleno campo. Para recordar el hecho, en ese lugar se puso el monolito que conserva su recuerdo.
Dos meses después de volverse a limpiar, apareció así (22 de junio de 2014):
Pero, al igual que los ejecutores del padre Sáinz buscaron en el pasado ese rincón perdido en el campo para poder actuar con la mayor impunidad posible escondiendo su crimen a la vista de testigos, hoy la lápida que conserva la memoria de esta injusta muerte está tan indefensa como el propio sacerdote. Y es que, desde 2009, ha sufrido cuatro ataques vandálicos con pintadas. Los tres últimos ataques se han producido en fechas muy recientes, entre junio del año pasado y el pasado día seis de abril.
Después del verano lucía así. La foto está tomada el 13 de septiembre de 2014:
Una semana después, el 20 de septiembre de 2014, apareció así:
Aunque la Parroquia vigila periódicamente la estela mortuoria y la va limpiando, la repetición de las pintadas (que han incluido insultos como ‘perro’) ha inquietado a los responsables eclesiásticos. Estos estudian medidas como denunciar los hechos a la Guardia Civil o proteger el monolito con una estructura similar a una jaula para preservar su decoro. El responsable para las causas de los mártires del Arzobispado de Toledo, Jorge López Teulón, reconoce que el lugar aislado donde se ubica esta lápida la deja desprotegida frente a vándalos, frente a otras situadas en áreas más concurridas como carreteras que marcan otros lugares de ejecución de sacerdotes en la Guerra. Tras condenar este incomprensible vandalismo contra un monumento mortuorio, el padre López Teulón hace un último llamamiento a su autor o autores para que cesen sus actos. «Esa lápida recuerda a un hombre que no tuvo culpa de nada, que le mataron sólo por ser sacerdote. Pediría lo mismo si esto afectara a cualquier otra víctima inocente con independencia de lo que pensara», razona el clérigo.
López Teulón recuerda que con el sacerdote José Sáinz se ha iniciado el expediente para su beatificación como mártir. Ya tiene la calificación previa de siervo de Dios. Según se recoge en el informe sobre su muerte, el siervo de Dios José Sáinz llevaba tres años como párroco de Almendral cuando llegó el inicio de la Guerra. Tuvo el valor suficiente para, pese al panorama anticlerical, oficiar una misa en la parroquia de Almendral el seis de agosto de 1936. Allí, al distinguir claros entre los bancos de la iglesia, lo lamentó para luego exhortar a los presentes: «Creo que nada pasará. Pero si pasa, ¿no es mejor que nos maten en la iglesia que en otro lugar?». Este sería uno de sus últimos testimonios de creencia.
El pasado 6 de abril, apareció igual que la otra vez (con el insulto de "perro"). Por supuesto que la habíamos limpiado y, como ahora, estamos a la espera, de recuperar tan excelso recordatorio:
SIERVO DE DIOS JOSÉ SÁINZ, ruega por nosotros.
Los monumentos funerarios son habituales en nuestro entorno. Lo más normal es verlos en su lugar más propio, un cementerio, pero no tiene nada de raro encontrarlos en una calle, junto a una carretera o en un lugar perdido en mitad de la nada. Precisamente nos muestran que allí no es que nunca ocurriera nada, sino que alguien sufrió la tragedia de perder su vida de manera inopinada. Las cruces que recuerdan a las víctimas de accidentes de tráfico junto a una vía, normalmente acompañadas por flores colocadas por sus familiares y amigos con la misma profusión que se dedica a la propia tumba del finado, son un ejemplo de que la memoria a estos difuntos no queda recluida a los camposantos.
Bajo estas líneas, primeras pintadas, era el 6 de junio de 2009:
Otro ejemplo, ya lejano en su origen pero que ha alcanzado nuestro presente, lo dan los distintos monolitos que recuerdan a las víctimas de la violencia de todo signo registradas en la Guerra Civil de 1936. Lo habitual es que este tipo de monolitos funerarios atraigan la curiosidad del caminante, seguida del respeto a lo que solo significa el reconocimiento a la memoria de alguien que ya no está entre nosotros. Pero desgraciadamente hay veces en que estos monumentos sufren un comportamiento anormal, como en Almendral de la Cañada (Toledo).
Tras limpiarla, pasados los años, volvió a ser pintada el 22 de abril de 2014:
En un paraje situado entre este municipio y La Iglesuela, en la Sierra de San Vicente, puede verse una lápida de piedra que recuerda a una de las víctimas de la intolerancia que trajo el conflicto fratricida. Se trata de José Sáinz, párroco de La Iglesuela hasta agosto de 1936. La ola de violencia anticlerical que se abatió sobre el territorio que quedó en el bando republicano al inicio de la contienda hizo que este sacerdote de 35 años fuera fusilado el día 21 de aquel mes en una zona apartada en pleno campo. Para recordar el hecho, en ese lugar se puso el monolito que conserva su recuerdo.
Dos meses después de volverse a limpiar, apareció así (22 de junio de 2014):
Pero, al igual que los ejecutores del padre Sáinz buscaron en el pasado ese rincón perdido en el campo para poder actuar con la mayor impunidad posible escondiendo su crimen a la vista de testigos, hoy la lápida que conserva la memoria de esta injusta muerte está tan indefensa como el propio sacerdote. Y es que, desde 2009, ha sufrido cuatro ataques vandálicos con pintadas. Los tres últimos ataques se han producido en fechas muy recientes, entre junio del año pasado y el pasado día seis de abril.
Después del verano lucía así. La foto está tomada el 13 de septiembre de 2014:
Una semana después, el 20 de septiembre de 2014, apareció así:
Aunque la Parroquia vigila periódicamente la estela mortuoria y la va limpiando, la repetición de las pintadas (que han incluido insultos como ‘perro’) ha inquietado a los responsables eclesiásticos. Estos estudian medidas como denunciar los hechos a la Guardia Civil o proteger el monolito con una estructura similar a una jaula para preservar su decoro. El responsable para las causas de los mártires del Arzobispado de Toledo, Jorge López Teulón, reconoce que el lugar aislado donde se ubica esta lápida la deja desprotegida frente a vándalos, frente a otras situadas en áreas más concurridas como carreteras que marcan otros lugares de ejecución de sacerdotes en la Guerra. Tras condenar este incomprensible vandalismo contra un monumento mortuorio, el padre López Teulón hace un último llamamiento a su autor o autores para que cesen sus actos. «Esa lápida recuerda a un hombre que no tuvo culpa de nada, que le mataron sólo por ser sacerdote. Pediría lo mismo si esto afectara a cualquier otra víctima inocente con independencia de lo que pensara», razona el clérigo.
López Teulón recuerda que con el sacerdote José Sáinz se ha iniciado el expediente para su beatificación como mártir. Ya tiene la calificación previa de siervo de Dios. Según se recoge en el informe sobre su muerte, el siervo de Dios José Sáinz llevaba tres años como párroco de Almendral cuando llegó el inicio de la Guerra. Tuvo el valor suficiente para, pese al panorama anticlerical, oficiar una misa en la parroquia de Almendral el seis de agosto de 1936. Allí, al distinguir claros entre los bancos de la iglesia, lo lamentó para luego exhortar a los presentes: «Creo que nada pasará. Pero si pasa, ¿no es mejor que nos maten en la iglesia que en otro lugar?». Este sería uno de sus últimos testimonios de creencia.
El pasado 6 de abril, apareció igual que la otra vez (con el insulto de "perro"). Por supuesto que la habíamos limpiado y, como ahora, estamos a la espera, de recuperar tan excelso recordatorio:
SIERVO DE DIOS JOSÉ SÁINZ, ruega por nosotros.
Comentarios