Animaladas
-No veo la razón, mi querido amigo -me dice-, para que no podamos vestirnos con un disfraz de jirafa o con pieles de leopardo. Los zulúes lo hacen y quedan muy aparentes con los escudos de piel de rinoceronte hábilmente barnizada. ¿Quiere un poco más de Dubonnet? ¿Sí? Es usted un hombre inteligente. Bien, bien, bien. ¿Se imagina usted a los hombres de Neanderthal vestidos con vaqueros y camisas a cuadros? ¿Se imagina usted a los zulúes con frac? La naturaleza es sabia pero cruel, no sé si me explico. Proporciona vestido y alimento al buen salvaje y al ciudadano moderno solo a costa de matar a unos cuantos bichos, como los leopardos matan gacelas y cebras. El hombre moderno se empeña en decir que es muy bueno y, a la vez, paradójicamente, se empeña en demostrar que es muy malo: somos tan malos que matamos animales y contaminamos mucho la atmósfera. Explíqueles que solo el volcán Krakatoa puede contaminar mil veces más que toda la industria mundial. Pero somos muy buenos porque nos preocupamos por las pieles de las gacelas que se comen los leopardos y de los leopardos que mueren porque han tenido la mala suerte de tropezarse con un búfalo. El ciudadano moderno adora a la naturaleza pero no está dispuesto a someterse a sus leyes implacables. Cualquier día saldrá una ley prohibiendo los rayos porque causan incendios forestales. La soberbia del ser humano no conoce límites: cree que su actividad puede afectar a los ciclos climáticos. Estoy por pensar que Al Gore y sus muchachos desean volver a la tercera glaciación o algo por el estilo. ¿Me sigue?
-¿Tiene usted un buen malta? -pregunto.
-La duda ofende, caballero. Elija.
Y mi amigo Hilaire Devernois Burlington-Smith, de Shropshire, reconviene al mayordomo por no disponer de Talisker 20. Una pena.