Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Cuando ponemos la esperanza en los hombres. San Agustín

Cuando ponemos la esperanza en los hombres. San Agustín

por La divina proporción

La sociedad que nos rodea es totalmente antropocéntrica. Confiamos más en nuestras fuerzas y esfuerzos, que en el poder de Dios. Para muchos católicos, Dios existe, pero está tan lejos que ha dejado todo en nuestras manos. Es la reedición postmoderna del pelagianismo del siglo V. 

La postmodernidad ha entrado dentro de la Iglesia, sin casi oposición. El modernismo contribuyó a abrir grietas que la postmodernidad ha utilizado muy eficientemente. Les cito dos síntomas entre muchos: la existencia de segundos salvadores que sustituyen a Cristo con tremenda facilidad. Nos olvidamos que sólo Cristo salva y depositamos nuestras esperanzas, voluntad y ánimos en personas tan falibles como nosotros mismos.



La existencia de gran cantidad de variedades litúrgicas, que se defienden con razones de peso e innegables, pero que su coexistencia sólo nos lleva a sentirnos de tal o cual grupo, parroquia, movimiento o carisma, antes que católicos apostólicos de rito romano.
 

Con todo, no debes colocar tu esperanza en esas personas buenas que te preceden o te acompañan hacia Dios, ya que no debes colocarla ni en ti mismo, por más progresos que hubieres hecho, sino en aquel que, al justificaros, os hace tales a ti y a los otros. Está seguro de Dios, porque no se muda; en cambio, de los hombres nadie puede estar seguro. Pero si debemos amar a los que todavía no son justos, para que lo sean un día, ¡cuánto más ardientemente deben ser amados los que ya lo son! Pero una cosa es amar al hombre y otra poner la esperanza en el hombre, hasta tal punto que Dios manda lo primero y prohíbe lo segundo. Y si, después de haber sufrido insultos y tribulaciones en nombre de Cristo, no te has alejado de la fe ni te has desviado del buen camino, está seguro de que recibirás un premio más grande, mientras que los que hubieren cedido en estas cosas a la instigación diabólica, perderán incluso lo poco que esperaban. Sé humilde delante de Dios para que no permita seas tentado más allá de tus fuerzas. (San Agustín. Catequesis a los principiantes, 25) 

Ya que estamos en Semana Santa, recordemos que el propio pueblo prefirió a Barrabás a Cristo. El marketing fue especialmente efectivo, ya que se consiguió que se amenazara a Pilatos con una rebelión. Sin duda fue un trabajo de artistas de las conspiraciones. Dentro de los Apóstoles, tampoco fue posible encontrarnos con personas de confianza. Uno de ellos entregó a Cristo, otro le negó tres veces y los restantes se escondieron asustados. Pensemos en Pilatos ¿Cuántas veces nos preguntamos a nosotros mismos qué es la Verdad? Tras la pregunta nos dedicamos a adaptar la realidad a nuestra conveniencia, con cientos de maravillosas razones y excusas. 

¿Podemos confiar en nosotros mismos? Ciertamente no. Somos incapaces, inconstantes, infieles, tibios, dejados y miles de calificativos más. ¿Podemos confiar en nuestros hermanos? Difícilmente otra persona que comparte nuestra propia naturaleza, puede ser de verdadera confianza. Sólo Dios es sólido, seguro y omnipotente “Está seguro de Dios, porque no se muda; en cambio, de los hombres nadie puede estar seguro. 

¿Qué tenemos que hacer con la confianza que hemos depositado en los gobiernos, los políticos, la ciencia y la técnica? Nada es tan fiable como la mano de Dios. Todos los saberes del mundo se inclinan ante Dios. Utilicemos con respeto las herramientas que Dios nos ha dado, pero no creemos Becerros de Oro, que no tienen verdadero poder. “Sé humilde delante de Dios para que no permita seas tentado más allá de tus fuerzas. 

¿Y nuestros hermanos? Hemos de amarlos, ayudarlos y acompañarlos. En la medida que la Gracia de Dios nos transforme, podremos ser mejor herramientas en manos de Dios. “si debemos amar a los que todavía no son justos, para que lo sean un día, ¡cuánto más ardientemente deben ser amados los que ya lo son!”. Ese es el gran reto, amar a quienes son como nosotros, intentando ver en sus errores nuestros propios errores. 

Sin duda nos otras personas nos verán como seres extraños y no se sentirán cómodas con nosotros. Incluso puede ser que nos recriminen nuestra “inocencia” y “honestidad” como valores que no sirven en el mundo del siglo XXI. “si, después de haber sufrido insultos y tribulaciones en nombre de Cristo, no te has alejado de la fe ni te has desviado del buen camino, está seguro de que recibirás un premio más grande”. Ese gran premio lo vamos a festejar en la próxima Pascua. Estemos atentos y prepararnos para vivirla con gozo y plenitud.
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