La lógica de la Cruz
Comenzamos ayer la Semana Santa, el periodo más importante del año cristiano. Contemplamos los momentos cumbres de la vida de Jesús, su despedida en el Cenáculo, su dolor en Getsemaní, finalmente su alegría en el sepulcro vacío. Parece razonable estos días reflexionar sobre el sentido de la Pasón, del dolor de Jesús, porque ilumina también el dolor de cualquier ser humano.
Tenemos tan arraigada la relación entre felicidad y cumplimiento de nuestra apetencia, que resulta casi absurdo plantear el dolor como alegría. No estoy hablando, lógicamente, que uno disfrute causándose o experimentando dolor; eso sería propio de una mentalidad enferma. Me refiero a que si uno acepta el sentido último de las cosas que nos contrarían, también en la contrariedad, podemos encontrar motivos de gozo interior. Lo que aparentemente no tiene valor, lo alcanza cuando vemos las cosas de otra forma. La renuncia es compañera imprescindible para conseguir una carrera profesional meritoria (horas de estudio, de preparación, realizadas con renuncia de otras cosas más placenteras), o una salud aceptable (evitar ciertos dulces, realizar algo más de ejercicio), o simplemente unas amistades sólidas (la amistad requiere dedicar tiempo y hacer favores a los demás). Todas esas veces que nos negamos algún placer inminente se compensan por el bien que vamos a conseguir como consecuencia de ese sacrificio, a medio o largo plazo. Ése es el fondo de la expresión vale la pena, que empleamos con tanta frecuencia, y que viene a significar “el valor de lo que obtengo me compensa el esfuerzo de obtenerlo”. Aceptar cualquier placer evidente, sin preguntarnos si nos conduce a una meta más elevada en nuestra vida, es dejarse llevar por los instintos y aplicar poco la inteligencia a nuestra actuación cotidiana.
Aceptar la contrariedad por un bien mayor es también la base para recibir con alegría el sacrificio que nos resulta injusto o absurdo: una enfermedad especialmente dolorosa, la muerte repentina de un ser querido, las situaciones de injusticia social, etc. A muchos el dolor les aparta de Dios, a otros precisamente les ayuda a encontrarlo, porque a veces el dolor, como decía C.S. Lewis, es el altavoz que utiliza Dios para hacernos sentir que estamos vivos. Estos días contemplamos especialmente ese proceder de Dios, que no sigue nuestros métodos, como decía Benedicto XVI: "No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios."
Los cristianos no podemos perder de vista que la lógica total no se alcanza en esta tierra. Somos seres trascendentes y sólo en la trascendencia de la vida eterna podrá alcanzarse la visión completa de las cosas. Hay injusticias, aparentes o reales, que nunca entenderemos en este mundo; pero pueden analizarse desde otra óptica cuando consideramos que el círculo no se cierra aquí, que hay una proyección eterna de nuestros actos que les dará su medida definitiva. La cruz de Jesucristo es la explicación última del dolor para un cristiano. En cierta medida podemos decir que no tenemos derecho a desesperarnos en esas circunstancias, porque Jesucristo sigue caminando junto a nosotros.
Tenemos tan arraigada la relación entre felicidad y cumplimiento de nuestra apetencia, que resulta casi absurdo plantear el dolor como alegría. No estoy hablando, lógicamente, que uno disfrute causándose o experimentando dolor; eso sería propio de una mentalidad enferma. Me refiero a que si uno acepta el sentido último de las cosas que nos contrarían, también en la contrariedad, podemos encontrar motivos de gozo interior. Lo que aparentemente no tiene valor, lo alcanza cuando vemos las cosas de otra forma. La renuncia es compañera imprescindible para conseguir una carrera profesional meritoria (horas de estudio, de preparación, realizadas con renuncia de otras cosas más placenteras), o una salud aceptable (evitar ciertos dulces, realizar algo más de ejercicio), o simplemente unas amistades sólidas (la amistad requiere dedicar tiempo y hacer favores a los demás). Todas esas veces que nos negamos algún placer inminente se compensan por el bien que vamos a conseguir como consecuencia de ese sacrificio, a medio o largo plazo. Ése es el fondo de la expresión vale la pena, que empleamos con tanta frecuencia, y que viene a significar “el valor de lo que obtengo me compensa el esfuerzo de obtenerlo”. Aceptar cualquier placer evidente, sin preguntarnos si nos conduce a una meta más elevada en nuestra vida, es dejarse llevar por los instintos y aplicar poco la inteligencia a nuestra actuación cotidiana.
Aceptar la contrariedad por un bien mayor es también la base para recibir con alegría el sacrificio que nos resulta injusto o absurdo: una enfermedad especialmente dolorosa, la muerte repentina de un ser querido, las situaciones de injusticia social, etc. A muchos el dolor les aparta de Dios, a otros precisamente les ayuda a encontrarlo, porque a veces el dolor, como decía C.S. Lewis, es el altavoz que utiliza Dios para hacernos sentir que estamos vivos. Estos días contemplamos especialmente ese proceder de Dios, que no sigue nuestros métodos, como decía Benedicto XVI: "No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios."
Los cristianos no podemos perder de vista que la lógica total no se alcanza en esta tierra. Somos seres trascendentes y sólo en la trascendencia de la vida eterna podrá alcanzarse la visión completa de las cosas. Hay injusticias, aparentes o reales, que nunca entenderemos en este mundo; pero pueden analizarse desde otra óptica cuando consideramos que el círculo no se cierra aquí, que hay una proyección eterna de nuestros actos que les dará su medida definitiva. La cruz de Jesucristo es la explicación última del dolor para un cristiano. En cierta medida podemos decir que no tenemos derecho a desesperarnos en esas circunstancias, porque Jesucristo sigue caminando junto a nosotros.
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