Morir de pie
Juan Sin Miedo no padecía artrosis rotuliana. Tampoco Stéphane Charbonnier, director del semanario satírico Charlie Hebdo, estaba aquejado de la patología de los ñus si se tiene en cuenta que prefería morir de pie a vivir de rodillas. Pues sea: como todo el que prefiere morir de pie, suele morir de pie, dos presuntos islamistas radicales han acabado hoy con su vida y con la de 11 personas más, en su mayoría trabajadores de la versión francesa de El Papus.
Los periódicos españoles, tan propensos a la equidistancia, han enmarcado en principio los hechos en el ámbito del tiroteo, lo que ya es enmarcar si se tiene en cuenta que los matarifes disparaban con rifles de asalto y los redactores se defendían con Bic naranja escribe fino. Pero bueno, tampoco es cuestión de exigir conocimientos semánticos a quienes, de tanto escribir desde la ideología, han olvidado que la diferencia entre un atentado y un duelo es la misma que entre un linchamiento y una melé.
La posterior rectificación de los titulares de prensa se ha derivado de la crítica de los internautas, que no tienen claro que en una hipotética alianza de las civilizaciones se permita a la abuela rezar el rosario y a la nieta llegar a casa a las tantas de la madrugada, si bien algunos consideran que los católicos somos el paradigma de la intransigencia. Hombre, no. Las ofensas a nuestra religión son una constante en la vieja Europa, pero nos lo tomamos con resignación, pues sabemos que el humor es el derecho del hombre a reírse del que rueda por las escaleras, aunque nosotros prefiramos llevarlo al dispensario en vez de jalear al descansillo.
También sabemos que, a causa del exterminio del humanismo cristiano, el continente está cada vez más debilitado, por mucho que un preboste francés haya asegurado tras la matanza que la violencia no vencerá a la libertad. Claro que no. La violencia, al fin y al cabo, no es más que un acceso de tos, mientras que la libertad, entendida al modo europeo, es la metástasis de la multiculturalidad, ese concepto que acabará sustituyendo por leche de cabra el té de la cinco.
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