María, la "Theotokos": es Dios y se parece a mí
Hoy, 1 de enero, celebramos la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. También se celebra la Jornada Mundial de la Paz.
El título de "Madre de Dios" le fue atribuido solemnemente a la Virgen María en el Concilio de Éfeso, en el año 431, como reacción al error de Nestorio, quien afirmaba que María debía ser considerada sólo madre del hombre Jesús. En principio podría parecer que Nestorio tenía razón, pues afirmar que María es Madre de Dios parece excesivo: ¿cómo es posible decir que una criatura humana engendra a Dios? Ciertamente el Hijo de Dios, el Verbo, es eterno como el Padre, engendrado en la eternidad, no creado en el tiempo. No comienza a existir cuando nace como hombre de María, y sin embargo a ella le conviene el título de "Theotokos", la que ha engendrado a Dios, la que da a luz a Dios. ¿Por qué?
María "Theotokos"
Es una cuestión cristológica: María no da a luz sólo la naturaleza humana separada, sino a la Persona del Hijo, a Cristo, en quien naturaleza humana y divina están unidas "sin separación ni confusión" como luego dirá Calcedonia (año 451). María es la Madre del Verbo encarnado, que es Dios. Así, ella no genera la naturaleza divina del Hijo, que es eterna y consubstancial al Padre, que por tanto ya existía antes de la encarnación, pero puede ser llamada "Madre de Dios" por haber engendrado en su seno a la Persona de Cristo.
Y es que, como leemos en una catequesis del papa Juan Pablo II en 1996:
"La maternidad es una relación entre persona y persona: una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra. Por ello, María al haber engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona divina, es Madre de Dios".
De este modo, en Éfeso fue proclamado lo que el pueblo cristiano ya creía, pues María fue saludada desde el inicio como la madre del Emmanuel, el "Dios-con-nosotros" y ya en el siglo III los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta bellísima oración:
"Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita".
Además, sigue diciendo San Juan Pablo II:
"En la Theotokos la Iglesia, por una parte, encuentra la garantía de la realidad de la Encarnación, porque, como afirma san Agustín, «si la Madre fuera ficticia, sería ficticia también la carne (...) y serían ficticias también las cicatrices de la resurrección» (Tract. in Ev. Ioannis, 8, 67). Y, por otra, contempla con asombro y celebra con veneración la inmensa grandeza que confirió a María Aquel que quiso ser hijo suyo. La expresión «Madre de Dios» nos dirige al Verbo de Dios, que en la Encarnación asumió la humildad de la condición humana para elevar al hombre a la filiación divina. Pero ese título, a la luz de la sublime dignidad concedida a la Virgen de Nazaret, proclama también la nobleza de la mujer y su altísima vocación. En efecto, Dios trata a María como persona libre y responsable y no realiza la encarnación de su Hijo sino después de haber obtenido su consentimiento".
Por lo tanto hoy celebramos a Aquella que dio sin dudarlo su "Sí" al Señor con confianza absoluta, en total humildad.
Pero también celebramos la Jornada Mundial de la Paz, instituida en el año 1967 por el Papa Pablo VI. Y para plasmar ambos acontecimientos hemos elegido una obra realizada en 1942 que acompañamos con unos pasajes de una obra de teatro escrita en 1940… ambas durante la II Guerra Mundial; la primera creación de un alemán, la segunda de un francés.
La Madonna de Stalingrado es obra del pastor evangélico, médico y artista, Kurt Reuber, y fue realizada en la Navidad de 1942 durante el cerco de Stalingrado. Barioná, el hijo del trueno es una obra teatral que Jean-Paul Sartre escribió en la Navidad de 1940, durante su cautiverio por los alemanes en el Stalag 12D.
La Madonna de Stalingrado
La obra de Reuber representa a una mujer sentada que cobija a un niño, al que contempla con amor y protege con sus brazos. Lleva una anotación: "1942 Weihnachten im Kessel - Festung Stalingrad - Licht, Leben, Liebe" (1942 Navidad en el cerco - Fortaleza de Stalingrado - Luz, Vida, Amor).
Reuber era médico de la 16ª División-Panzer y se encontraba en un refugio alemán cercado por las fuerzas rusas mientras se libraba la batalla de Stalingrado. Sólo dos días antes de que las fuerzas rusas cerrasen el cerco había regresado tras haber disfrutado de un permiso en Alemania. Tenía 36 años, era un destacado teólogo y amigo de Albert Schweitzer.
La imagen la dibujó con un trozo de madera quemada convertida en carbón vegetal sobre el dorso de un mapa ruso de un tamaño de 105 x 80 centímetros. Las palabras "Luz, Vida, Amor" son del evangelista san Juan. Clavó la obra en una de las paredes del refugio. La noticia se extendió hasta los refugios cercanos y muchos soldados se arriesgaron a ir la refugio de Reuber para contemplarla, quedando sobrecogidos ante la imagen. Muchos lloraban.
Días después, durante los primeros días de 1943, el autor de la obra escribió una carta a su mujer acompañando el dibujo en la que decía:
"Contempla en el niño al hijo primerizo de una nueva humanidad, que nacido con dolor, relumbra sobre toda oscuridad y tristeza. Que sea para nosotros el símbolo de una vida triunfante y de feliz futuro que, tras tanta experiencia con la muerte, amaremos aún con más ardor y autenticidad, una vida que sólo merece ser vivida si es pura como los rayos de la luz y cálida como el amor".
Un oficial gravemente herido, evacuado con uno de los últimos aviones que logró salir del cerco, llevaba consigo la obra y la carta, llegando ambas a la familia del autor, que residía en la parroquia de Wichmannshausen.
Barioná de Sartre
Por su parte, escribe Sartre en su obra teatral:
"La Virgen está pálida y mira al niño. (…) Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo ha llevado en su seno, y ella le dará el pecho y su leche se convertirá en la sangre de Cristo. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: «¡Mi pequeño!».
Pero en otros momentos se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenaza un temor reverencial ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto. Porque todas las madres se han visto así alguna vez, colocadas ante ese fragmento rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten como exiliadas ante esa vida nueva que han hecho con su vida, pero en la que habitan pensamientos ajenos. Mas ningún niño ha sido arrancado tan cruel y rápidamente de su madre como éste, pues Él es Dios y sobrepasa por todas partes lo que ella pueda imaginar. Y es una dura prueba para una madre tener vergüenza de sí y de su condición humana delante de su hijo.
Aunque yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y fugaces, en los que siente, a la vez, que Cristo es su hijo, es su pequeño, y es Dios. Le mira y piensa: «Este Dios es mi niño. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí». Y ninguna mujer, jamás, ha disfrutado así de su Dios, para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede estrechar entre los brazos y cubrir de besos. Un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que vive".
El "Sí" de la Virgen y el "Sí" de Pedro
El otro día, hablando con una amiga, comentábamos el "Sí" de la Virgen, del que tanto tenemos que aprender, hablábamos del hecho de vivir –o intentar vivir– cada día abiertos a la plenitud del Señor, intentando aceptar lo que cada hora nos trae, sin negar ni rechazar nada, en la conciencia absoluta de que todo forma parte de una experiencia que nos hace mirar siempre hacia el Destino, que no es otro sino Cristo. Pero esta amiga, en un determinado momento, dijo algo precioso: "Tenemos que levantarnos con el Sí de la Virgen y acostarnos con el Sí de Pedro". Porque entre los dos "Síes" ¡cuántas veces durante el día negamos al Señor, nos desplazamos de nuestro centro –que es Él– y le traicionamos! Pero, a diferencia de Judas, que se bloqueó en el rechazo, en la negación, tenemos que ser como Pedro y ser capaces de llorar al ver nuestra iniquidad, diciendo con humildad: "Tú sabes que te quiero".
Edith Stein, en una conferencia que lleva por título "El Misterio de la Navidad", pronunciada en 1931 en Ludwigshafen, escribió:
"El amor de Cristo no conoce límites, no disminuye, no retrocede ante la degradación moral y física. Cristo ha venido para los pecadores y no para los justos. Y si su amor vive en nosotros, entonces actuemos como Él y vayamos tras la oveja perdida. Ser hijos de Dios significa caminar dando la mano a Dios, hacer la voluntad de Dios y no la propia, deponer en sus manos cada preocupación y esperanza, no inquietarse más por uno mismo o por el propio futuro. Esta es la base de la libertad y de la alegría del hijo de Dios.(…).
El Niño divino se ha convertido en Maestro y nos ha dicho qué tenemos que hacer. Para permear toda la vida humana de vida divina no basta arrodillarse ante el pesebre y dejarse encantar por la noche santa. Hay que estar diariamente en contacto con Dios durante toda la vida, escuchando las palabras que Él ha pronunciado y que nos han sido transmitidas y ponerlas en práctica. «Pedid y se os dará». Es una promesa segura de cumplimiento".
¡Que este año 2015 comience con el "Sí" de la Virgen y acabe, una vez más, con el "Sí" de Pedro!
Helena Faccia
elrostrodelresucitado@gmail.com