De Pericles a Syriza
La incidencia de la historia en el desarrollo de los pueblos es exactamente la misma que la de la genética en el comportamiento de los hombres: ninguna. Puedo tener los ojos de mi padre, pero no su punto de vista, del mismo modo que, si me llamo Atenas, puedo ser la cuna de la democracia y hacerle la cama al ágora 25 siglos después. Los que van de Pericles a Syriza.
Grecia aclara hoy que la sombra de Pericles no es alargada. De serlo, no estaría la versión helena de Podemos a urna y media de obtener el poder ni Amanecer Dorado, el partido neonazi, sería la segunda fuerza en intención de voto. Lo que aclara que la democracia es el escorpión de los sistemas políticos por esa tendencia suya a clavarse el aguijón en vez de blandirlo como arma disuasoria contra la hoz soviética y la cruz gamada.
La autodestrucción de las civilizaciones llega a veces precedida de episodios de euforia, que cursan como las bacanales de la Roma decadente, esto es, animan, pero embrutecen y allanan el camino a los bárbaros. En Grecia y también en España son muchos los incautos que se frotan las manos ante la expectativa de que 2015 marque el fin de la política tradicional, pero no saben lo que aplauden. Lo bueno es que lo sabrán en cuanto la primera franquicia marxista empiece a gobernar. Que será, al parecer, la griega. La paradoja de Syriza es que puede ser el antídoto de Podemos si, como se prevé, convierte un país complicado en un país caótico. Con todo, no es un escenario deseable. Más les vale a los griegos distinguir entre Sócrates y la cicuta.
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