Llegar al fondo
Ayer estuve viendo una película que grabé recientemente de la televisión: "El nombre". Me pareció una magnífica obra, que retrata extraordinariamente las pasiones humanas. Un hecho aparentemente anodino, la elección del nombre del niño que espera uno de los protagonistas, acaba desenvolviéndose en una intensa conversación, donde afloran los rencores reprimidos. Viendo esa película me preguntaba qué nos acerca más a las personas que queremos, olvidar los sucesos que por su medio nos hirieron, o sacarlos a la luz, aunque sea violentamente, para sanarlos o al menos mostrar al exterior nuestras heridas. Personalmente soy más partidario de la primera actitud, recordando quizá aquella frase tan hermosa que leí quizá en algún almanaque: "escribe en la arena las faltas de tu amigo". El rencor no ayuda a resolver los problemas, y además acaba deteriorando a quien lo acumula. Prefiero poner en práctica la frase que repetimos en el Padrenuestro: "Perdona nuestras ofensas, como nosostros perdonamos a quienes nos ofenden". Es difícil perdonar, perdonar a fondo, olvidando definitivamente la ofensa. Es más asequible perdonar el momento, quizá luego acumulando agravios, que en el fondo suponen que el perdón no es sincero. Pero así somos, nos cuesta borrar el fondo de nuestra alma de las heridas provocadas por quienes más queremos. Si no es posible curarlas realmente, si no conseguimos de Dios el favor de hacerlo a fondo, quizá sea mejor alternativa hablarlas, mostrar nuestro dolor a quien lo ha provocado. Si hay verdadero cariño, acabará aceptándose la reprimenda, aunque en un primer momento se creen situaciones tensas. Cuesta mucho decir las cosas que tenemos en el fondo del corazón, pero si no podemos perdonarlas, mejor contarlas con serenidad, en el momento apropiado, cuando serán más fácilmente aceptadas.
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