Viernes, 22 de noviembre de 2024

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La Inmaculada, el primer fruto de la redención

por El rostro del Resucitado


Hoy celebra la Iglesia Católica la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. El misterio de la "llena de gracia", concebida sin pecado original, es el misterio de la redención de la criatura por parte del Creador. María es el primer fruto de la redención. Pero para obrar la redención de la humanidad, mediante la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, Dios quiere contar con la libertad de su criatura más bella.


Un "sí" que cambió la historia de la humanidad


Ese "sí" es el de la Virgen María ante el anuncio del arcángel Gabriel de su elección para concebir en su seno al Hijo de Dios. Detengámonos un momento y pensemos en este hecho, en esta simple sílaba, que es una afirmación: "Sí".
 

¿Qué hubiera pasado si esa afirmación hubiera sido una negación?
 

Estamos tan acostumbrados a dar las cosas por sentadas, a saber cómo han sido y no plantearnos el porqué de su razón de ser, el porqué han sido así y no de otra manera, que no nos damos cuenta de la importancia que tiene una palabra en un momento determinado de nuestra historia.

 

Pensemos también en la Virgen, en el momento histórico en que dijo ese "sí", en el papel de la mujer en esa época, en el riesgo que corrió de ser lapidada por llevar en su seno a un hijo que no era hijo del que ya era su esposo, por lo que podía ser acusada de adulterio.
 

Pero dijo "sí", diciendo además: "He aquí la esclava del Señor". Esclava, sierva del Señor. Términos que hoy en día se considerarían políticamente incorrectos, pero que hacen entender claramente cuál es la postura del creyente ante el Señor: el de criatura que sabe que sólo Él lo puede todo, que sólo Él puede mirarnos con Amor y Compasión por nuestra humanidad herida llena de equivocaciones, errores, pecados; que todo empieza y acaba en Él, porque sólo si miramos al Señor toda nuestra existencia tiene sentido.

 

La contemplación del Beato Angelico

Numerosos artistas han representado el momento de la Anunciación. Pero hemos elegido dos Anunciaciones del Beato Angelico, la que se conserva en Cortona y la del Museo del Prado.

 

Para comentarlas retomamos las palabras de la profesora Rita Randolfi, historiadora del arte, docente en Roma, durante las clases que impartió en la Escuela de Arte Cristiano de la Diócesis de Alcalá de Henares:

 

"La Anunciación de Cortona es un temple sobre tabla, la primera de una serie de tres grandes retablos con este tema –las otras dos son la Anunciación del Prado y la Anunciación de San Giovanni Valdarno– que hizo de modelo a retablos similares de otros autores. Ambas escenas están ambientadas en una airosa galería renacentista, inmersa en un jardín vallado que simboliza la pureza y la castidad de la Virgen María (hortus conclusus), sentada bajo el pórtico. Las columnas corintias recuerdan las obras de Brunelleschi; sobre el fondo se abre una pared con arcos sobre capiteles, bajo uno de los cuales hay una apertura que da acceso a las estancias internas, donde se ve una cama con baldaquín en el cuadro de Cortona y un banco en el de Madrid. El techo está cubierto por un cielo estrellado y el suelo es de mármol con incrustaciones pintadas. 
 

La Anunciación en ambas obras tiene lugar en el pórtico donde el ángel, que ocupa la mitad exacta del mismo, acaba de llegar. En la obra de Cortona, el artista utiliza el recurso de las letras que salen de la boca de los protagonistas, confirmadas por la elocuencia de los gestos: con la mano derecha el ángel señala a la Virgen mientras fija su mirada en ella y con la izquierda apunta el cielo, para indicar al remitente del mensaje, Dios Padre.



El diálogo no respeta el orden de la Vulgata, sino que es propuesto de nuevo con un vivo intercambio de frases: la primera palabra del ángel ("Sp[iritu]s S[anctus] sup[er]ve[n]iet i[n] te", la respuesta de María ("Ecce ancilla Do[mi]n[i fiat mihi secundum] v[er]bu[m] tuum"[), escrita del revés para hacer entender la dirección de la respuesta y, por último, la respuesta del ángel ("virt[us] Alti[s]si[mi] obu[m]brabit tibi").

El ángel lleva una maravillosa vestimenta rosa decorada con numerosos encajes de oro llenos de piedras preciosas. El tenue y luminoso color concuerda perfectamente con los otros colores del retablo, resaltado a través de los efectos iridiscentes de una luz pura. También las alas son tratadas con finísimas pátinas de luz y color que hace resaltar un brillo impecable. La Virgen, a diferencia de las Anunciaciones del siglo XIV, no retrocede sino que acepta su encargo sometiéndose con un gesto de reverencia y con los brazos cruzados sobre el pecho. Está sentada sobre un asiento cubierto por una suntuosa tela dorada (obsérvese la perspectiva del escorzo de la fantasía del brocado) y envuelta en el tradicional manto azul, con un libro apoyado en una rodilla, que nos recuerda las Escrituras, que se cumplen gracias a su aceptación, como subraya también la figura del profeta monocromo que sobresale, con un rollo en la mano, del medallón situado sobre el capitel central. De hecho, sobre la Virgen ya vuela la paloma del Espíritu Santo. En el extremo de la izquierda, en alto, la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrestre, primer momento de ruptura entre el hombre y Dios que se recompone, precisamente, a través del “sí” de María. Aquí el ángel tiene el aspecto de un fraile, como resaltando el ideal y la misión de la Iglesia; apunta amenazadoramente la espada hacia Adán y al mismo tiempo le apoya una mano sobre la espalda.

En el cuadro con el mismo tema conservado en Madrid parece incluso que acompañe y consuele a los dos pecadores –con dimensiones más grandes respecto al cuadro de Cortona– para los que Dios ya había previsto un rescate con la donación de su Hijo a través del “sí” de María. Fra Angelico es un fraile dominico; para él, pintar es alabar a Dios, cada una de sus obras es una meditación.

En el jardín se encuentran una serie de plantas diseñadas con extrema precisión gráfica, según la típica atención a los detalles diminutos, más propia del gótico internacional que del Renacimiento. Entre las numerosas especies se reconocen algunas plantas simbólicas, como las rosas blancas, símbolo de pureza; las rosas rojas, símbolo de la Pasión de Cristo; la palma, árbol que simboliza la gloria después de la muerte y el martirio pues florece después de haber perdido todo el follaje, lo que hace que parezca estar muerto.

Como en otras obras de este periodo, el estudio sobre la luz y sus efectos es protagonista de la representación y está dictado no sólo por exigencias de tipo artístico, sino también teológico, según la doctrina de Tomás de Aquino que indicaba la luz  terrena como reflejo del "lumen" divino que testimonia el orden y la racionalidad del diseño de Dios. En este caso la iluminación parece proceder del exterior del cuadro y trata de manera distinta las figuras (iluminadas de frente) y los elementos arquitectónicos (iluminados bien a la derecha, en primer plano, bien a la izquierda).



En la Anunciación del Prado, en cambio, la luz está unificada y procede de la izquierda hacia la derecha en todos los elementos. El efecto de conjunto es el de una descripción epidérmica y preciosa de los distintos detalles, recurriendo a colores brillantes y fríos, casi cristalizados, con armonías iridiscentes de azules y rosas. Si bien algunos elementos son típicamente tardo-góticos, como la atención precisa al detalle tanto de las especies vegetales como de la ornamentación de los tejidos, la rica plasticidad de las figuras y la ambientación, con una perspectiva coherente, son ya plenamente renacentistas y confirman el papel del Beato Angelico como mediador entre la suntuosa decoración de Gentile da Fabriano y el rigor de Masaccio".


Pero, ¿qué relación hay entre el "sí" de María, la concepción virginal de Cristo y la Inmaculada Concepción?

Un texto de Maurice Zundel
 

 
 

Reproducimos a continuación parte de la homilía del sacerdote y teólogo suizo Maurice Zundel del 8 de diciembre de 1971:
 

"La Inmaculada Concepción es precisamente el aspecto interior de la concepción virginal. La concepción virginal, el hecho de que Jesús haya nacido sin la participación de un hombre, no tendría ningún interés si esta concepción virginal no hubiera encontrado su sentido y su origen en la Inmaculada Concepción que es, justamente, la consagración total del ser de María a Jesús, que es el reino de Jesús en María desde el primer instante de su existencia, que es la personalización de María en relación a Jesús.
 

Es porque ella es toda entera de Él, en Él y para Él, es porque ella se ha vaciado totalmente de ella misma, es porque ella es la mujer pobre que no posee nada más que ser una pura relación con Jesús; es a causa de esto que ella concebirá y alumbrará virginalmente.
 

Habiendo llevado el Verbo de Dios en su espíritu, habiéndose nutrido de Su luz, siendo consumida por Su Amor, habrá una repercusión de esta Presencia del Verbo en el espíritu de María en todas las fibras de su carne virginal que se convertirá en la cuna del Verbo Encarnado.
 

¿Cómo llamar a esta pobreza de María? ¿Cómo tomar conciencia de esta pureza que es la desapropiación total de ella misma? ¿Cómo representar esta contemplación que personaliza María en su relación total a Jesús?
 

Esta pureza, esta pureza ontológica, esta pureza que es la transparencia de todo el ser, esta pureza que es la libertad infinita, esta pureza que es el ofrecimiento, esta pureza que hace de cuna no sólo al Verbo Encarnado sino a toda la humanidad y todo el universo, pues su maternidad, esta maternidad que nace de su contemplación y de su desposeimiento, esta maternidad no concierne sólo a ella misma sino a toda la humanidad, toda la Creación que volverá a encontrar su esplendor a través del reino de Jesucristo.
 

¡La Inmaculada, el primer fruto de la Redención, María, la primera cristiana, la más perfecta, la Madre de la Iglesia, la madre del género humano y de todo el universo!
 

Me acuerdo –estaba a punto de cumplir quince años–, me acuerdo de este encuentro con la Inmaculada, de esta llamada interior a una pureza total de la que aún no sabía que significaba el desposeimiento de sí mismo, la liberación del yo posesivo del que todos somos prisioneros; pero yo ya sabía que a través de María nuestra humanidad se enriquecía con una mirada nueva, que el mundo entero se transfiguraba en esta luz, que ni el hombre ni la mujer tenían el mismo sentido, que el amor tomaba otra dimensión, que todos los horrores de la historia, todas las crueldades de la naturaleza podían ser superados por el resplandor de la divina ternura. (…)
 

Pero esta virginidad de Maria no es solamente para ser contemplada, no es solamente el fermento de una purificación radical; es también el alma de todo apostolado. Porque, al final, ¿cuál es nuestra misión? ¿Qué tenemos que hacer en el mundo sino alumbrar a Cristo?
 

Nuestra misión no es construir sistemas, elaborar métodos y técnicas. ¡Nuestra misión es donar a Jesucristo! Nuestra misión es comunicar Su Presencia y es, por lo tanto, una invitación a despojarnos, a desapropiarnos de nosotros mismos, a hacer este vacío dentro de nosotros, a hacer de todo nuestro ser un inmenso espacio donde el mundo entero pueda ser acogido y es por esto por lo que la Inmaculada Concepción nos toca en lo más profundo de nuestro ser.
 

Hay aquí un misterio de una candente actualidad porque nosotros no podemos nada para este mundo que todo lo espera si no entramos en este desposeimiento total, si no dejamos que el Rostro del Señor se transparente a través de nosotros, si no hacemos este vacío en nosotros para que la Vida divina pueda expandirse sin encontrar límites ni obstáculos".

 

Helena Faccia
Juan Miguel Prim
elrostrodelresucitado@gmail.com
 

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