Iglesia con seny
La Asamblea Nacional Catalana cree que la independencia es el caldo de cultivo idóneo para que surja una Iglesia propia adscrita a Roma, pero no a Madrid, a fin de sustituir la intransigencia por el seny. Una Iglesia cuyo refinamiento no se derive de haber estudiado en los jesuitas, sino de saberse superior, que es como se siente este colectivo, apenado porque el yugo castellano ha impedido que el clero autóctono deje su impronta de grandeza en la historia, pues, en su opinión, una Iglesia catalana habría sido más culta que la española, lo que, aunque ambos se elevan, revela que para esta gente los místicos del Siglo de Oro están por debajo de los castellers de la feria pasada.
La nueva Iglesia catalana, por lo sutil, sería algo así como el Barça de Pep, de modo que la Conferencia Episcopal Española oficiaría entonces de Madrid de Mourinho, de contrarreforma. Aún así, no creo que la Asamblea quiera una Iglesia propia para que Els segadors disputen a San Isidro la labranza de la viña del Señor ni para priorizar la inmersión lingüística al Verbo. Ni siquiera para revisar el Nuevo Testamento al objeto de reflejar a Jesús como un charnego que chapotea en el Jordán mientras entona Nací en el Mediterráneo. A mí me parece que lo que la Asamblea quiere es nacionalizar el perdón de los pecados para que la tacañería, que es la avaricia de niña, no compute como tal.
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