Del rigor y el deseo
El cálculo político, por cuanto supedita el rigor al deseo, enlaza con las cuentas de la lechera, así que es probable que a Mariano Rajoy se le rompa el cántaro por interpretar al galaico modo la cifra de la manifestación por la vida. Tengo la impresión de que cuando a este gallego se le pregunta cuál es el cuadrado de la suma de dos cantidades responde con un enigma matemático, no para poner en un aprieto a quien le inquiere, sino para hacer notar su ascendencia. Sobra decir que el enigma es la variante aritmética del ¿usted qué cree?
Tal vez el presidente del Gobierno crea que el producto resultante de comparar dos cantidades contrapuestas de manifestantes (60.000, según la policía, y 1,4 millones, según la organización) es cero. Y en función a esa lógica arrincone para siempre la ley que ató Gallardón y desató la sociología, el nudo corredizo de don Alberto, el diputado que mejor ha captado el progresismo de la placenta y peor el conservadurismo de su propia especie.
Gallardón, al que todos les suponían capacidad para la conjura, ha interpretado mal el papel de Bruto, pero se retira con los cuchillos limpios. En cuanto a Rajoy, es posible que sea una variante astuta de Julio César, pero no hay ningún honor en salvar la vida política a costa de que muchos la pierdan antes de matricularse en primero de tacatá. Puede que la decisión le reporte votos, pero, desde un planteamiento ético, no hay color entre el soniquete cansino de Arriola y la dulce anarquía del sonajero.
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