Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Reconoce, cristiano, tu dignidad

por Angel David Martín Rubio

«Nos eligió el Señor antes de la constitución del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor» (Ef, 1, 4). Estas palabras que escuchar en la Segunda Lectura de la Misa de este Domingo tienen aplicación a todos los cristianos. Por desgracia, olvidamos con demasiada frecuencia lo que hemos recibido de Dios y a lo que nos hemos comprometido. 1.- En el día de nuestro Bautismo, Dios nos colmó de dones sobrenaturales: a)Nos dio una nueva vida, una vida sobrenatural que supone una transformación radical que nos convierte en templo de la Santísima Trinidad: «el que está en Cristo, es una nueva creación» (2Cor 5,17). b)Por el Bautismo somos hechos hijos de Dios. c)En el Bautismo se nos confirió el derecho al reino de los cielos. Después del pecado original, el cielo estaba cerrado para nosotros; Nuestro Señor nos lo volvió a abrir con su Pasión. Para que podamos llegar allá, nos colma de gracias y Él mismo nos enseña el camino que hay que andar para llegar a la felicidad eterna. 2.- En el Bautismo, nuestros padrinos hicieron en nuestro lugar tres solemnes promesas que nosotros hemos renovado después: a)Renunciar a Satanás: a sus pompas y a sus obras, a todo lo que es pecado, a todas las vanidades y principios perniciosos del mundo. Amar el pecado y el mundo es renegar de nuestro título de hijos de Dios: «sabemos que somos de Dios y todo el mundo está puesto en el maligno» (1Jn 5, 19). b)Nos comprometimos a abrazar la fe de Jesucristo. Esto significa creer todas las verdades reveladas. Debemos vivir según la fe que profesamos: «El justo vive de fe» (Rom 1, 17). c)Pero no basta. Prometimos vivir la vida de Jesucristo: «Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, estáis revestidos de Cristo» (Gal 3, 27). Esto quiere decir vivir su vida, imitar sus virtudes, ser en todo semejantes a Él, ver a Dios en todas las cosas, adorar su santa voluntad, amar lo que Él ama, odiar lo que Él odia; tener los mismos sentimientos que Jesucristo...(Flp 2, 5). Recordad con frecuencia aquellas palabras que se dicen en el Santo Bautismo: «N., eres ya nueva criatura y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna». Y pongamos en práctica este sabio consejo: «Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios» (De los sermones de san León Magno, Papa).
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