Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Dos anécdotas inéditas de Franco que me contaron sus protagonistas

Dos anécdotas inéditas de Franco que me contaron sus protagonistas
Franco en un discurso en la Academia General

por En cuerpo y alma

 

            Dos auténticas primicias pues, que quiero compartir con Vds. y que sirvan un día para un mejor retrato de su protagonista, ése que a trompicones construimos hoy día entre todos, completamente sesgado, disparatado y carente del más mínimo rigor histórico.

             La primera me la contó mi tío Luis, un gran amigo de mi padre, al que llamábamos así, “tío”, aunque en realidad no lo fuera de sangre, pero sí de corazón, lo que lo convertía finalmente en uno de nuestros “tíos” más queridos, padrino incluso de uno de mis hermanos.

             Siendo muy joven, desde luego menor de edad y con muchos años por delante para alcanzar la mayoría, mi tío Luis se escapó, cuando nuestra guerra Civil comenzaba, de su casa en Marruecos, donde su padre servía a España como diplomático, para apuntarse al frente. Cosa que hizo en hasta dos ocasiones. En la primera de ellas, los buenos oficios de su influyente padre consiguieron que las autoridades policiales se lo devolvieran "al hogar paterno". En la segunda, el padre no volvió a intentarlo, dejando a su imposible hijo por eso, por imposible.

             Convertido en uno más de los muchos alféreces provisionales que sirvieron durante la guerra en el bando nacional, al terminar la misma, Luis entró en la Academia General, como tantos de sus compañeros alféreces, -la mayoría quizás-, para iniciar una carrera militar que llevaría a gran número de ellos a las más altas magistraturas del ejército. No a él, sin embargo. De la misma manera inopinada que se alistó en la milicia, un buen día se desalistó también, -así era mi tío Luis, impulsivo y dueño siempre de su vida y su decisiones-, con toda su carrera por delante, cuando apenas era capitán. Por eso quizás (y sin quizás), en mi casa le llamaban “el Capi”: “hoy salimos con el Capi”, “hoy viene el Capi a casa”, decía mi padre refiriéndose a él.

             Pues bien, una vez en la Academia, “el Capi” se vio envuelto, como uno más, en una reivindicación que afectaba a todos los alféreces de su promoción, y que no recuerdo exactamente cuál era, sólo que para ellos representaba un año de más o de menos de permanencia en la Academia. Quiero aclarar que sólo cuento la parte de la trama que conozco, que es el relato de mi tío, sin haberlo contrastado en modo alguno –la palabra de mi tío valía oro-, ni haber intentado ponerlo en contexto con algún hecho histórico mejor conocido, ni utilizar otra fuente distinta de la que representa mi tío Luis.

             El caso es que aprovechando una visita de Franco, recién terminada la guerra, a la Academia General, Luis decidió convertirse en estandarte y portavoz de todos sus compañeros, y jugárselo a una carta para conseguir la ansiada reivindicación. Y cuando el Caudillo se despedía ya en su coche oficial con una mínima escolta militar como la que solía acompañarle -en el hipódromo de la Zarzuela, siendo niño, yo he estado dos veces a menos de diez metros de su persona, igualito que ahora-, Luis se abalanzó contra el vehículo en el que viajaba y se encaramó a él, sosteniéndose como podía con la sola fuerza de sus piernas y de sus brazos frente a la ventanilla por la que asomaba la carota del general, y mientras el coche no detenía su marcha, a una velocidad que, por suerte para mi tío Luis, no era excesiva.

             Se pueden Vds. imaginar la alarma en la escolta; retumba en mi cerebro el ruido de sables y de pistolas desenfundados en un lugar tan lleno de ellos; me veo a más de uno echando mano al arma reglamentaria para poner fin ipso facto a la amenaza que se cernía contra ¡nada menos! que el Jefe del Estado y generalísimo de todos los ejércitos. Tuvo que ser el mismísimo Franco el que con un gesto de su mano tranquilizara a todos, indicándoles con la mirada de quien viene de ganar una guerra y se ha curtido nada menos que en el avispero africano, que no pasaba nada, y que no requería de mayor ayuda para dar carpetazo al incidente.

             Mi tío Luis, con toda la elocuencia y prisa de la que fue capaz en situación tan extremadamente delicada (sobre todo para él), explicó al jefe de Estado lo que era el contenido de la reivindicación de sus compañeros de promoción, razón también de su arriesgado comportamiento. El Caudillo escuchó atentamente sin decir palabra, y dejó que una vez terminado su discurso, el alumno de la escuela se desencaramara, él solito, del coche oficial. Imagino que mi tío Luis sería sometido después a algún duro castigo en el puro ámbito de las estrictas normas disciplinarias de la Academia. Conociendo la naturaleza humana, me pregunto, también, cuántos de sus compañeros se acercarían a él para agradecerle el gesto.

             El tiempo pasó sin que se produjeran mayores consecuencias. A pesar de la gravedad del incidente (traten de imaginarse algo parecido hoy día, entonces no fue ni noticia), la vida de la Academia discurría con toda normalidad. A tal punto que al terminar el curso, todos los compañeros de mi tío, beneficiándose de su acción heroica pero también de ese pico de locura que adornaba su generosa personalidad, pasaban de curso o terminaban su carrera, -no recuerdo bien-, tras decidir Franco que los alféreces tenían razón en lo que reivindicaban, y que por lo tanto, era de atender su justa reivindicación.

             ¿Todos? Todos no… porque Luis hubo de repetir curso: el único, pues, que no se beneficiaba de la justa reivindicación que él, y sólo él, se había atrevido a exponer al vencedor de toda una guerra, generalísimo de los ejércitos y jefe del Estado español... ahí es nada. Al año siguiente, sin embargo, aprobaba y continuaba su carrera militar con toda normalidad, hasta que una vez más él, y sólo él, decidía poner fin a la misma de forma tan inesperada como la había comenzado.

             Mi tío Luis me contaba todo esto sin ningún rencor, al contrario, muerto de risa, y poniendo en la historia lo mejor de sus recursos oratorios y de su jocoso discurso. Para él nada de lo ocurrido era anormal: la reivindicación era justa y por lo tanto se atendió; su comportamiento atentó contra todas las normas de la disciplina militar y los conductos reglamentarios… y por lo tanto se castigó. Normal como la vida misma, ¿acaso requiere mayor explicación?

             Así era mi tio Luis, "un toque de grillao", una adicción insuperable a "lo que es de justicia"... un caballero español en suma.

             Y con esta noticia me despido por hoy, no sin desearles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

             ¡Ah! ¡Disculpen! Que les prometí otra anécdota. Pero ésa, mejor, se la cuento otro día, que por hoy vamos ya bien servidos con ésta, ¿no les parece?

  

 

            ©L.A.

            Si desea ponerse en contacto con el autor, puede hacerlo en encuerpoyalma@movistar.es. En Twitter  @LuisAntequeraB

 

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