Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Del curioso parentesco etimológico entre silla y poder, al que no es ajeno la Iglesia

por En cuerpo y alma

 

 

            Existe una intrínseca y casi invisible relación entre la silla y el poder, sí, sí, “la silla” y “el poder”, que el lenguaje, de modo críptico y discreto, ha sabido perpetuar sin que los parlantes de hoy sean casi nunca capaces ni de percibir. Una relación que, probablemente, hunda sus raíces en tiempos remotos y menos prósperos que los presentes, también de mayores carencias, en los que una buena silla era un producto escaso sólo al alcance de los más poderosos.

            Tal vez por ello se llame al que manda “presidente”, que no significa otra cosa que aquél que está sentado, o si lo prefieren Vds., aquél que está sentado delante, de “pre”, delante, y “sidente”, el que está sentado.

             La palabra da “presidente” en español, exactamente igual que en italiano y portugués. Y, aunque pronunciada de manera diferente, da idéntico deletreo en francés y en inglés, “president”, cuyo parentesco con el hispano-luso-italiano “presidente” es incamuflable. En inglés todavía encontramos otra divertida derivada de la idea, pues como muchos de Vds. saben sin duda, se llama “chairman”, “el hombre de la silla”, al presidente de las cámaras legislativas, como si el resto de los legisladores no se sentaran. Volviendo al español, la expresión “perder la silla” significa, -no por casualidad, como estamos viendo-, perder una posición desde la que se ejercía mucho o por lo menos algún poder.

             El alemán es, a los efectos que aquí nos ocupan, una lengua muy interesante, pues si por un lado también nos encontramos en él una palabra como “Präsident” de raíz latina inconfundible y con idéntico significado al que tiene en español, italiano, portugués, francés o inglés, se utiliza incluso más en el idioma teutón otra palabra no poco interesante, “Vorsitzender”, ésta sí de raíz germánica, donde curiosamente, los morfemas, no por germánicos, abdican de la idea que venimos sosteniendo. Y es que  “vor” no es sino el equivalente germánico del latino “pre”, y “sitzender” el de “sedente” (“sitzen” significa en alemán sentarse), dando una vez más una interesante sinonimia entre la persona que está sentada y la que manda.

             ¿Es esto todo por lo que a nuestro tema se refiere? Ni muchísimo menos, porque la relación entre sillas y poder vuelve a aparecer en una familia etimológica completamente diferente, que es la relacionada con la palabra “cátedra”. Y es que cátedra, “cathedra” en latín, no significa en origen otra cosa que eso, “asiento”, como bien indica el Diccionario de la Real Academia de la Lengua cuando explica la historia etimológica de la palabra.

             “Del lat. cathedra, y este del gr. καθέδρα, asiento”.

             Donde como vemos, el fonema latino “cathedra” no es sino la adaptación al latín de un término griego anterior, pronunciado de manera muy similar.

             Curiosamente, en una lengua no latina como el inglés dicha correspondencia entre la cathedra latina y la silla aparece con gran claridad, dando “chair”, de indiscutible parentesco, para designar lo que en español llamamos “silla”. En francés también se observa la relación con claridad, pues silla se dice “chaise”, y más que en ninguna otra lengua, se ve la relación con claridad en el portugués, donde da “cadeira”, y hasta en catalán, donde da “cadira”. Pero no en otras lenguas que se pueden considerar entre las más latinas, donde la raíz se busca, como bien indica también el Diccionario de la Real Academia, en la latina “sella”: nos referimos al español, donde decimos “silla”, o al italiano, donde dicen “sedia”.

             Pues bien, aunque como vemos en español esta raíz greco-latina “cathedra” no dé nombre al simpático mueble de madera que con tanta eficacia nos alivia las posaderas, sí va a dar origen, en cambio, a dos grandes familias semánticas relacionadas con el poder, una en el ámbito de la universidad, otra en el ámbito de la Iglesia.

             En cuanto a la primera, la que la relaciona con el mundo de la Universidad, a ella pertenecen las siguientes acepciones del término recogidas en el magno texto de la Real Academia:

             f. Asiento elevado, desde donde el maestro da lección a los discípulos.

             f. Especie de púlpito con asiento, donde los catedráticos y maestros leen y explican las ciencias a sus discípulos.

             Acepciones que aunque hagan la número 3 y la 5 según las clasifica el Diccionario, son las que mejor se ajustan al significado original del término que les da razón de ser. Pero que no son las únicas, pues a partir de él se generan, según el diccionario, otras tres. En primer lugar, la que mejor se corresponde con el uso actual:

             f. Empleo y ejercicio del catedrático.

             Pero también estas dos:

             f. Facultad o materia particular que enseña un catedrático.

             f. aula (‖ en los centros docentes).

             En cuanto a la segunda familia semántica, la que la relaciona con la Iglesia, éstas son las acepciones que recoge el Diccionario:

             f. Dignidad pontificia o episcopal.

             f. Capital o matriz donde reside el prelado.

             f. Lugar que ocupa el obispo en su catedral, desde el que preside las celebraciones litúrgicas.

             Una vez más, la silla y el poder, -en este caso, el que ejerce el obispo, que en algunos tiempos de la historia fue muy superior al que le vemos ejercer hoy-, íntimamente relacionados.

             Por cierto, que de la última acepción que recoge el Diccionario, “capital o matriz donde reside el prelado”, procede con toda claridad otra palabra bien conocida, “catedral”, que aunque hoy veamos convertida en la “capital o matriz donde reside el prelado” según la define el Diccionario, no es en origen otra cosa que el lugar en el que se halla la cátedra, es decir, la silla. Vamos, que con toda propiedad podríamos estar llamando un “sillal” a lo que hoy llamamos, en cambio, una catedral.

             Un tirón de orejas para la Real Academia, que entre tantas acepciones, bien podría haber reservado un huequecito para la que todos conocemos como la “cátedra de Pedro”, que no es la que el primero de los apóstoles tendría en ninguna universidad, aunque se tratara de la de la Sapienza en Roma, sino la silla, la simple silla, desde la que, fiel al mandato recibido del mismísimo Jesucristo, gobierna esa iglesia construida desde la piedra en que Jesús había convertido a su discípulo, Simón, hijo de Juan.

            ¡Ah! Y otro para esa expresión sin parangón en la que me hace reparar mi amiga Josefina: "sentar cátedra", verdadera redundancia en la que vienen a confluir las dos raíces que el idioma reserva para la silla, emparentada, una vez más, con el poder, aunque en este caso, se trate sólo del de aquél que lo despliega a través de la sabiduría. 

             Y bien amigos, sin más por hoy, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Pasen Vds. un feliz verano. Y no se asusten porque haga calor, es lo que toca, ¿no?

 

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