Después de la novena
por Sólo Dios basta
Siempre que pasa la fiesta de la Virgen del Carmen vuelvo a poner la mirada en aquellos que interceden por nosotros en el cielo como mártires de Cristo. La segunda quincena de julio está repleta de aniversarios de muertes de mis hermanos de hábito que están ya beatificados y a los que podemos y debemos dirigir nuestra oración. Monjas, frailes y un sacerdote muy unido al Carmelo Descalzo derraman su sangre por diversos lugares de España en julio de 1936.
Los primeros son los carmelitas de Cataluña. El 20 de julio el Provincial, el Beato Lucas de San José, y 9 frailes más reciben disparos mortales cuando salen del convento. También Tarragona, Badalona, Lérida y Palafrugell sufren ataques y la lista crece hasta superar los 20 mártires.
En esos mismos días, la tarde del 24 de julio, tres carmelitas descalzas del monasterio de San José de Guadalajara son asesinadas a sangre fría por el fuego de las balas. Estas religiosas son las primeras mártires beatificadas en España. Son las Beatas María Pilar de San Francisco de Borja, Teresa del Niño Jesús y María Ángeles de San José.
El 28 de julio un sacerdote diocesano, que envuelto en el amor a Santa Teresa funda la Institución Teresiana, muere fusilado en Madrid. Se trata de San Pedro Poveda. El P. Silverio de Santa Teresa, su primer biógrafo, confiesa con emoción que su amistad es uno de los mejores recuerdos de su vida.
El 31 de julio termina la matanza de 16 carmelitas descalzos de Toledo que tiene lugar en tres días muy cercanos 22, 30 y 31. Estaban escondidos por diversas casas y según son localizados terminan todos fusilados en los contornos del convento. Encabeza la lista y además es el primero en morir el Beato Eusebio del Niño Jesús, el prior de la comunidad. Al llegar el 7 de septiembre es ejecutado el último, el Beato Tirso de Jesús María. Es de notar que 8 de ellos no llegan ni a los 25 años.
Esto sucede el mes de julio; llega agosto y continúa el asalto de iglesias y conventos, en Madrid, la priora de las carmelitas de San José y Santa Ana también sufre martirio. Tiene lugar en la pradera de San Isidro la madrugada del 15 de agosto. Es la Beata María Sagrario de San Luis Gonzaga que ha sido nombrada hace pocos años copatrona de los farmacéuticos españoles al haber ejercido este oficio antes de ingresar en el Carmelo.
Podríamos seguir completando el elenco de monjas y frailes que en la década de 1930 mueren por odio a la fe. Son grandes mediadores y testigos vivos del amor de Cristo por el que dan su vida para demostrar que nada hay como el amor de Dios. El perdón a sus verdugos, la paz de su alma y la confianza total en Dios unida a la vivencia heroica de las virtudes es lo que hace que la Iglesia los haya declarado beatos y santos. Por ello podemos rezarles y honrarles en su día y en cualquier necesidad sabiendo que contemplan el rostro de Cristo al que se consagran con toda libertad. La misma con la que entregan su vida por amor al que les ha dado el sentido de su existir.
No todos terminan asesinados por odio a la fe, pero si perseguidos, torturados y vejados por seguir un modo de vida que no soportan y que pretenden erradicar en España los que no aman a Dios. Muchos testimonios de lo ocurrido en los inicios del verano de 1936 han quedado en secreto en los archivos de algunos monasterios. Leer en estos diarios lo que día a día tienen que soportar religiosas de diversas órdenes y ponerlos a disposición de todo el que quiera conocer la verdad de lo sucedido es lo que nos ofrece Jorge López Teulón en el segundo tomo de la colección “Testigos de la guerra civil española”: Profanación de la clausura femenina. Publica por primera vez los diarios de las carmelitas descalzas de Cuerva, las bernardas de Talavera de la Reina, las jerónimas de Toledo y La Compañía de María de Talavera de la Reina. A los diarios completos y muy bien anotados con aclaraciones importantes y detalladas añade las breves biografías de algunos sacerdotes que sí son asesinados por ser lo que son, sacerdotes de Jesucristo para siempre, y que tienen una relación directa con algunas de estas comunidades de monjas. Son los Beatos Saturnino Ortega y Joaquín de la Madrid y algunos más que se encuentran todavía en proceso de beatificación como Felipe Parrilla, José López y Fernando Huidobro.
Leer estos diarios es meterse de lleno en el sufrimiento físico y espiritual que experimentan unas monjas que sólo quieren amar y dejarse amar por Dios, conocer de primera mano lo que se vive en España cuando se desata una guerra entre hermanos donde las muertes acechan a cada paso y muchos que no mueren sí que son testigos de torturas y asesinatos que dejan el alma encogida, acompañar el peregrinaje de unas mujeres que van huyendo de casa en casa hasta que algunas pueden volver a su hogar del que nunca querían haber salido pero del que son obligadas a salir mientras otras no lo consiguen y terminan en otra comunidad, saqueos, arrestos, insultos, cárceles y todo lo que ni siquiera se sospecha se puede encontrar si se aventura uno en la lectura de Profanación de la clausura femenina: https://www.editorialsanroman.com/p8572582-profanacion-de-la-clausura-femenina-edicion-y-notas-de-jorge-lopez-teulon.html
El día 22 de julio, embriagadas todavía en este espíritu de alabanza y saboreando los cantos de tan simpática fiesta de Nuestra Madre [Virgen del Carmen], tranquilas y contentas, ajenas al movimiento revolucionario que había estallado en España, estábamos todas tan tranquilas en la quietud de nuestro convento. Sonaron fuertes golpes en la sacristía. Insisten los golpes en el torno de la sacristía […] abrimos las puertas de par en par y la turba, sedienta de sangre y embargada a la vez de sacrílegos deseos, invadió nuestro amado convento. Todo lo revolvieron, de tal manera que, después de terminada su vandálica hazaña, nuestro convento más parecía la morada de las fieras del infierno que la casa de las humildes esposas del Señor. […]
A la tarde de aquel mismo día, custodiado como un malhechor, llevaron al señor capellán a la cárcel. Allí le tuvieron durante tres mortales días, haciéndole pasar horribles trabajos. Al tercer día (25-7-1936), fiesta de Santiago Apóstol, lo fusilaron en el Tránsito de Toledo confesando a Cristo como valiente soldado suyo que era.
Llegó el 25 de julio, aniversario de aquella fecha en que celebramos la fiesta de la fundación de nuestro convento. A las dos de la tarde rezamos las vísperas y a continuación dimos comienzo la Hora Santa. En ella nos sorprendió la turba, golpeando furiosamente las puertas del convento, con grande alboroto y griterío y lanzando horrorosas imprecaciones y blasfemias y amenazándonos con derribar las puertas con dinamita si no las abríamos pronto. Eran milicianos asturianos que pretendían registrar por segunda vez el convento. Aterradas, pero firmes, siempre dispuestas a defender a Dios de los ultrajes de los hombres, discurríamos cada una la manera de poder evitar que Jesús Sacramentado fuese profanado. Abrimos las puertas y, en un momento, vimos invadido nuestro amado convento por aquella gentuza, cual si fuese un terrible huracán. Entraban como perros rabiosos, buscando una presa para tragársela, y entre algazaras y gritos, corrían de un lado a otro, llenándonos de espanto.
A una orden dada por los milicianos, nos reunimos todas las religiosas en una habitación. ¡Tenían la intención de cachearnos! […] Cansados ya de mirarlo y remirarlo todo a su placer y desahogados sus gritos ensordecedores que, aún al pasar el tiempo, martillean nuestros oídos, fueron retirándose, como una visión dantesca, dándonos órdenes severísimas: Vivan tranquilas en el convento, pero con las puertas abiertas día y noche, para que pueda entrar quien quiera y cuando quiera. […]
Una vez que nos quedamos solas, nos retiramos temblorosas a nuestras celdas [habitaciones], donde imploramos de Dios su misericordia para aquellos desgraciados. Impulsadas por la caridad salimos a socorrer a las pobres enfermas acudiendo solícitas a atender a unas y a otras que pedían nuestro auxilio. Así terminamos nuestra Hora Santa del día de Santiago, dando fin aquel día de fecha inmemorable para nosotras. (Profanación de la clausura femenina, pp. 17-27).
Un texto que habla él solo. No hace falta comentarlo, sino volverlo a leer y darse cuenta de todo lo que se describe en estas pocas líneas. No es algo que se narra de oídas, sino por alguien que lo pone por escrito después de vivirlo, sufrirlo, superarlo y estar en paz una vez que ha terminado la contienda y se encuentra en otro convento muy lejos de donde suceden estos acontecimientos. Es el inicio del relato de mis hermanas de Cuerva que nos muestran con todo detalle lo que sucede en su convento una vez celebrada la gran fiesta de la Virgen del Carmen después de la novena.