¿Qué hacen los "kikos" en la Eucaristía? I
(debido a la larga extensión del presente artículo lo publico por partes)
Tanto dentro de la Iglesia cómo fuera de ella hay gente que siente un gran aprecio por las comunidades neocatecumenales, otros indiferencia incluso algún recelo y otros tristemente nos odian. In veritas, libertas... (lo suelto aquí porque es uno de los pocos latinajos que me sé, ja, ja, ja...). Y los hay que emplean mucho tiempo y energías en manifestarlo.
De los que tan poco nos quieren dentro de la Iglesia, primero han intentado atacar al Camino por lo pastoral y lo doctrinal, queriendo hacer ver lo que era una simple calumnia, que las comunidades viven o predican algo distinto al Magisterio de la Iglesia, cuando una y otra vez Papas, obispos y comisiones pontificias han dicho todo lo contrario y han dado su reconocimiento oficial.
Por eso cansados de estrellarse una y otra vez contra un muro han probado otra vía, la litúrgica: “Los kikos hacen de la celebración de la Eucaristía un auténtico esperpento, se inventan normas litúrgicas y se saltan las oficiales a la torera”. Llega a tal paranoia la situación que muchos que jamás han mostrado el más mínimo interés por la liturgia y sus normas ahora parecen los más fieles guardianes de la ortodoxia. Incluso aquellos que alaban a ciertas corrientes que se saltan las mismas a la torera, tienen una vara de medir completamente contraria cuando se trata de los "kikos".
Cierto es que la celebración de la Eucaristía de la comunidades neocatecumenales podría resultar llamativa o sorprendente para alguien acostumbrado a una misa de 30 minutos en la que la única parte activa corresponde al sacerdote, mientras el pueblo se limita a escuchar y poco más, sin conocerse entre ellos la mayoría de las ocasiones y disponiéndose también de forma dispersa y alejados del altar como si les fuera a morder.
También es cierto que en ocasiones la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha llamado la atención sobre algunos aspectos que consideraba incorrectos (en ocasiones de forma errónea, como cuando se decía que las homilías nunca debían ser dialogadas, cuando en el Camino jamás se ha hecho tal cosa) y creo además (esto no lo sé ciertamente) que hay un proceso de estudio sobre las mismas.
De lo que sí estoy seguro es que, como ya ocurrió anteriormente, si hay una resolución en firme por parte de la autoridad eclesial competente, la acataremos y tan contentos (o tan resignados, ja, ja, ja). Si la memoria no me falla, en 30 años creo que ha habido un par de cambios y además recientemente.
Entonces, con la libertad que me da hablar a título personal y teniendo en cuenta que no ejerzo ningún tipo de responsabilidad dentro de las comunidades me gustaría explicar, ¿por qué no? cómo celebramos la Eucaristía en el Camino, o al menos cómo la celebra mi comunidad, que viene a ser más o menos como se celebra en todo el mundo, desde Papúa hasta Finlandia.
Empezaré negando la mayor y diré que difícilmente se vive con más solemnidad y conocimiento de causa (quizá igual en muchos sitios y seguro que mucho menos en otros) una Eucaristía que cómo se celebra en el Camino, a excepción hecha quizá de las comunidades más jóvenes que, como en todo, tienen que ir aprendiendo poco a poco. Y también diré por otro lado que “no hay nada nuevo bajo el sol” (esta no me la sé en latín, lo siento*), es decir, los "kikos" no han inventado nada, como mucho habrán tomado elementos que ya existían en mayor o menor medida en la liturgia y en otras realidades.
Mi comunidad nunca empieza puntual, la gente llega sin prisas, se saluda, habla, todos se conocen de sobra y comentan las cosas habituales entre amigos... mientras algunos van preparando la asamblea, ponen los manteles (blancos, impolutos...), las flores, el cáliz... alguien ha preparado el pan para consagrar (aquí no hay hostias), un torta de pan ázimo, sin levadura, sólo harina y agua. Ahora que lo digo aquí si que hubo un cambio, hace muchos años se le solía echar un chorrito de aceite, pero se dijo que no se pusiera, que el pan para consagrar sólo debía llevar sus dos componente básicos.
Los cantores sacan el cantoral, revisan los cantos que previamente han escogido y afinan las guitarras... entre unas cosas y otras se empieza con más de 20 minutos de retraso pero a nadie parece importarle...
Se sitúan en la sala de celebrar, un salón acondicionado al efecto. Aquí no hay bancos ni huecos, sino sillas. Se disponen de manera que coincidan más o menos con el número de participantes (nunca se puede saber el número exacto que acudirán ese día) y se ocupan las primeras filas, dejando unas pocas detrás por si alguien llega una vez comenzada la celebración. Los niños delante, todos bien guapos y bien vestidos. Los cantores en las sillas más próximas al atril. Todos los asistentes acuden elegantes, muchos de ellos con traje (quizá menos en verano).
La sala está enmoquetada, en la presidencia hay un mural con un pasaje del evangelio. La mesa que hace de altar situada en el centro y las sillas dispuestas enfrente y a los lados, en dos o tres filas, como familia reunida en torno a la mesa, pero con la suficiente separación de la misma. En una esquina de la presidencia el acólito junto a la credencia (mesa pequeña con los distintos elementos litúrgicos). El cubreatril decorado con alguna imagen. Una cruz de pie junto al mismo. Un retrato de la Virgen en la pared y el cirio pascual al otro lado. A los pies del atril un jarrón con flores y también una pequeña guirnalda sobre el borde del mantel de la mesa.
Un grupo de hermanos ha preparado el día anterior la celebración. Uno de ellos sale al atril y hace la monición ambiental, una pequeña exhortación sobre lo que se va a celebrar y una invitación a entrar en fiesta. El contenido de la misma lo ha preparado él, ni lo lee ni se limita a leer un papel que le haya pasado el sacerdote.
Cuando termina todos se ponen en pie y uno de los cantores con su guitara en mano sale al atril y empieza el canto de entrada. Los hermanos de comunidades son muy cantarines, cantan mucho, cantan fuerte (sin gritar), cantan todos, sin vergüenza y, además suelen cantar bien. Cosa lógica porque la práctica hace maestros y cuanto más tiempo llevan más acostumbrados están a cantar y mejor lo van haciendo cada día. En el estribillo el sacerdote aprovecha para hacer su entrada.
Tras las fórmulas de entrada de rigor, las que establece la liturgia para toda la Iglesia, se canta el Gloria y se hace el acto penitencial como en cualquier otra misa de cualquier otra parte, y se procede a la liturgia de la Palabra. Las lecturas de ese domingo, no otras. A cada una de ellas otros hermanos del grupo que ha preparado hacen pequeñas moniciones. El salmo y el Aleluya también se cantan. Cada uno de los que “salen” al atril hace una reverencia al presidente antes de realizar su servicio. Los lectores suelen ser siempre los mismos, aquellos hermanos de la comunidad que se ha ido viendo con el tiempo que son más adecuados. Como mandan los cánones la asamblea permanece sentada salvo en el Aleluya y la proclamación del Evangelio.
Tras la proclamación del Evangelio el sacerdote no permanece en el atril, si no que vuelve a la presidencia y se sienta. La asamblea ha permanecido en pie y sólo se sienta una vez lo ha hecho el presidente. El sacerdote invita entonces a los fieles a expresar su experiencia a la luz de la Palabra. En algunas comunidades los hermanos que se encargan de la instrucción de los niños les leen aparte y antes del comienzo de la celebración el Evangelio y se lo explican brevemente. En mi comunidad, igual que en otras, es en este momento cuando el didáscalo (que así se denomina a quien hace este servicio) pregunta a los niños, desde su propio sitio, si hay algo que no han entendido o algo que les haya gustado y estos suelen participar en mayor o menor medida a su propia vergüenza.
Luego el sacerdote invita a la asamblea a realizar los “ecos” de la palabra. Aquellos que lo desean, 2,3...4 personas a lo sumo, expresan en voz alta y desde su propio sitio como se cumple en ellos (o no) la palabra proclamada. Así, por ejemplo, si alguna lectura ha tratado el tema del perdón pueden compartir una experiencia de cómo ha tenido que perdonar o pedir perdón ante un hecho concreto de sus vidas, o cómo se sienten interpelados a hacerlo ante alguien con quien tienen un conflicto... pero siempre desde un punto de vista experiencial (perdón por la palabra) y personal, nunca tratando de explicar las lecturas ni dar un catequesis, ya que eso correspondería al sacerdote. Éste hace la homilía sentado en la presidencia. Como casi todos los curas la lleva preparada pero también puede, si así lo ve conveniente, comentar algo al hilo de lo que alguien ha dicho en los ecos, pero nunca entra en diálogo ni nada parecido...
(continuará)