No es bueno que el hombre esté solo
Me comentaba ayer un amigo su sorpresa ante una cifra que había leído en la prensa: en España existen más de 4 millones de personas que viven solos. A mi modo de ver, esta multitud de hombres y mujeres aislados denota una enfermedad social que tal vez no alcancemos todavía a valorar en su justa medida. Que una persona viva sola puede ser consecuencia de muchas cosas, ciertamente. Puede tratarse de una situación temporal, por ejemplo porque trabaja eventualmente en una ciudad distinta a donde reside, o permanente. En este segundo caso, a su vez, puede ser fruto de distintas situaciones: alguien que nunca se casó, que está divorciado o que ha enviudado, y que decide -o así se lo imponen las circunstancias- vivir solo.
¿Qué problema tiene la soledad? Ciertamente todos los seres humanos necesitamos momentos de reflexión, de intimidad, donde solo dialoguemos con nosotros mismos (o con Dios, que está muy cerca si somos capaces de apreciarlo). Pero no podemos olvidar que somos, por naturaleza, seres sociables: estamos hechos para estar con los demás. En un libro que leí recientemente sobre evolución humana se mostraba el papel trascendental que había tenido en nuestro desarrollo biológico la cooperación social: en pocas palabras, nuestros antepasados no hubieran progresado individualmente, no seríamos la especie más capaz intelectual y técnicamente, sin el concurso de un grupo social cohesionado. Un grupo que permite mantener a los menos "aptos" en la lucha por la vida (los niños, los ancianos), que garantiza la transmisión intergeneracional del progreso, incorporando a los más jóvenes el conocimiento de los más ancianos.
Vivir en soledad puede ser fruto de las circunstancias o quizá de una elección egoísta ("me lo monto como me plazca"), de una concepción negativa de los demás ("más vale solo que mal acompañado"), o de un cierto autismo social ("que paren el mundo que me quiero bajar"). Pero no podemos olvidar que antes o después necesitaremos el auxilio de los demás: ya sea en la atención médica, en el apoyo sicológico o espìritual. Me parece muy importante recordar que todos necesitamos de alguien que una relación recíproca, atender y ser atendido, escuchar y ser escuchado, dar y recibir. Aunque menos relevantes, pero también es importante considerar otros aspectos, como el mayor coste de casi todos los servicios cuando son solo para una persona (vivienda, energía, agua, etc.).
Por todo ello, me parece que conviene recordar la frase de la Biblia que me ha servido para titular esta entrada: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gen 2:18). La respuesta de Dios a la soledad del hombre es crear alguien de su misma especie, igual pero complementario, la mujer. Quien vive solo, puede considerar que hay muchas personas a nuestro alrededor que compensan el esfuerzo de salir de nosotros mismos. Sea o no elegida esa situación, puede complementarse abriéndonos a las personas de nuestro entorno familiar o profesional, dedicando tiempo a nuestros amigos, inviritiendo nuestras energías en ayudar a tantas personas que nos necesitan y a las que -quizá sin darnos cuenta- necesitamos. Salvando las distancias, me parece que viene bien recordar aquí una frase que leí hace años a Juan Pablo II hablando del sacerdocio, un ejemplo nítido de soledad elegida, pero que no se cierra en sí misma, porque el sacerdote: "es un hombre que está solo para que los demás no lo estén".
¿Qué problema tiene la soledad? Ciertamente todos los seres humanos necesitamos momentos de reflexión, de intimidad, donde solo dialoguemos con nosotros mismos (o con Dios, que está muy cerca si somos capaces de apreciarlo). Pero no podemos olvidar que somos, por naturaleza, seres sociables: estamos hechos para estar con los demás. En un libro que leí recientemente sobre evolución humana se mostraba el papel trascendental que había tenido en nuestro desarrollo biológico la cooperación social: en pocas palabras, nuestros antepasados no hubieran progresado individualmente, no seríamos la especie más capaz intelectual y técnicamente, sin el concurso de un grupo social cohesionado. Un grupo que permite mantener a los menos "aptos" en la lucha por la vida (los niños, los ancianos), que garantiza la transmisión intergeneracional del progreso, incorporando a los más jóvenes el conocimiento de los más ancianos.
Vivir en soledad puede ser fruto de las circunstancias o quizá de una elección egoísta ("me lo monto como me plazca"), de una concepción negativa de los demás ("más vale solo que mal acompañado"), o de un cierto autismo social ("que paren el mundo que me quiero bajar"). Pero no podemos olvidar que antes o después necesitaremos el auxilio de los demás: ya sea en la atención médica, en el apoyo sicológico o espìritual. Me parece muy importante recordar que todos necesitamos de alguien que una relación recíproca, atender y ser atendido, escuchar y ser escuchado, dar y recibir. Aunque menos relevantes, pero también es importante considerar otros aspectos, como el mayor coste de casi todos los servicios cuando son solo para una persona (vivienda, energía, agua, etc.).
Por todo ello, me parece que conviene recordar la frase de la Biblia que me ha servido para titular esta entrada: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gen 2:18). La respuesta de Dios a la soledad del hombre es crear alguien de su misma especie, igual pero complementario, la mujer. Quien vive solo, puede considerar que hay muchas personas a nuestro alrededor que compensan el esfuerzo de salir de nosotros mismos. Sea o no elegida esa situación, puede complementarse abriéndonos a las personas de nuestro entorno familiar o profesional, dedicando tiempo a nuestros amigos, inviritiendo nuestras energías en ayudar a tantas personas que nos necesitan y a las que -quizá sin darnos cuenta- necesitamos. Salvando las distancias, me parece que viene bien recordar aquí una frase que leí hace años a Juan Pablo II hablando del sacerdocio, un ejemplo nítido de soledad elegida, pero que no se cierra en sí misma, porque el sacerdote: "es un hombre que está solo para que los demás no lo estén".
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