Domingo, 22 de diciembre de 2024

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La Sábana Santa, ¿resultado de la energía liberada por un terremoto?

por En cuerpo y alma

 
            Tal es, por lo menos, lo que sostiene el último estudio realizado sobre la más famosa reliquia del cristianismo, el presentado en la revista “Meccanica”  por un grupo de investigadores italianos dirigidos por Alberto Carpentieri, del Politécnico di Torino, el cual propone que a través de la captura de neutrones térmicos en núcleos de nitrógeno, un terremoto habría podido ser la causa de la aparición de la imagen que aparece en la llamada Sábana Santa de Turín. El mismo fenómeno sería responsable también del aumento del nivel de isótopos de carbono 14 en las fibras de lino, induciendo al error a las pruebas de datación por radiocarbono realizadas en 1988, que dieron a la Sindone una antigüedad nunca superior al s. XIV.
 
            Aceptada la hipótesis, que hasta el momento no pasa de ser una más de las muchas presentadas para explicar la extraña formación de la imagen en el lienzo que se custodia en Turín, se muestra clave de la investigación determinar qué es lo que sobre el terremoto en cuestión sabemos. Y lo primero que podemos decir sobre él es que, aunque escasa, la referencia canónica al mismo existe. Se la debemos a Mateo, que en el Evangelio de su autoría nos dice:
 
            “En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron” (Mt. 27, 51).
 
            Terremoto que en el Evangelio de Mateo, incluso habría tenido su réplica dos días después, el domingo (réplica que es la que habría producido el resultado del que hablamos aquí):
 
            “Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella” (Mt. 28, 1-2).
 
            Sus colegas sinópticos, si bien es cierto que se refieren a otros fenómenos meteorológicos como por ejemplo “la oscuridad que se produjo sobre toda la tierra desde la hora sexta hasta la hora nona” (Mt. 27, 45; Mc. 15, 33; Lc. 23, 44) que la exégesis ha atribuido bien a un eclipse (real o milagroso) o a una tormenta de arena, y que bien pudo ser simplemente producto de un cerrado ennublamiento, nada nos dicen sin embargo del terremoto en cuestión.
 
            En el episodio equivalente, Marcos apenas informa:
 
            “Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mc. 15, 38).
 
            Pero nada del terremoto, y menos aún de una posible réplica el domingo.
 
            Lucas escribe:
 
            “El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu.» Y, dicho esto, expiró”. (Lc. 23, 45-46).
 
            Una vez más nada ni del terremoto ni de su réplica.
 
            Juan, por descontado, no menciona el tema, ni ocurrido durante el viernes, ni ocurrido durante el domingo. Por no mencionar, el siempre original Juan ni siquiera menciona el oscurecimiento de la tierra.
 
            La literatura apócrifa, como por otro lado era de esperar, es magnánima con el asunto. El Evangelio de Pedro relata:
 
            “Entonces sacaron los clavos de las manos del Señor y le tendieron en el suelo. Y la tierra entera se conmovió y sobrevino un pánico enorme” (EvPed. 6, 21).
 
            La llamada “Relación de Pilato enviada a César Augusto a Roma” dice:
 
            “Finalmente, por el eco de los truenos repetidos, se produjo una hendidura en la tierra [...] Duró el terremoto a partir de la hora sexta del viernes hasta la hora nona [sic] [...] y muchos de los judíos perecieron absorbidos por la hendidura de la tierra” (op.cit. 8,10)
 
            En el año 2012, el diario ABC se hace eco de un curioso trabajo publicado por la revista “International Geology Review”, en el que los geólogos Jeffeson Williams, del Supersonic Geophysical, y Markus Schwab y Achim Brauer del Centro de Investigación Alemán de Geociencias, hallaban en el subsuelo de la playa de Ein Gedi, en la orilla oeste del Mar Muerto, sedimentos deformes que revelaban el acontecimiento de dos terremotos que habrían afectaron a sus distintas capas: uno ocurrido en el año 31 a.C., y el otro acontecido en algún momento entre los años 26 y 36 d.C. Lo que por otro lado acota poco el problema de la fecha en que tuvo lugar la crucifixión de Jesús, pues en modo alguno recorta el ámbito temporal en el que ya nos movíamos para fecharla, basada en la información proporcionada a los efectos por el historiador casi contemporáneo delos hechos Flavio Josefo, la cual versa sobre el período en el que Pilatos habría sido gobernador de Judea, exactamente el mismo en el que se acota el hipotético terremoto.
 
 
 
            ©L.A.
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