Reflexionando sobre el Evangelio
¿Qué anteponemos? ¿A Cristo o al mundo?
Esta la pregunta que deberíamos hacernos cada cierto tiempo. ¿Quién tiene preferencia? ¿En qué lugar queda nuestra vida espiritual y de fe? ¿En qué ponemos nuestra esperanza? A veces es sorprendente ver en lo que ponemos nuestras esperanzas. No es raro encontrarnos esperando el “fin del mundo”, un ascenso, un puesto en la parroquia, una responsabilidad en la diócesis, etc. ¿Dónde queda Cristo? El fin del mundo no salva, tampoco el ascenso o las responsabilidades humanas. Quien salva es Cristo y en Él deberíamos tener todas nuestras esperanzas. San Ambrosio de Milán nos habla de eso en este breve párrafo:
No es que se prohíba enterrar al padre, sino que se da la preferencia a la vida de fe sobre las exigencias de la naturaleza. Aquello se deja a los que aún no siguen a Cristo; esto se manda a los discípulos. Más ¿cómo pueden los muertos enterrar a los muertos, si no entiendes aquí dos muertes: una de la naturaleza y otra de la culpa? Hay también una tercera muerte, con la que morimos al pecado y vivimos para Dios. (San Ambrosio de Milán. Tomado de la Catena Aurea. Lc, 9:57-62)
Dejemos que los muertos entierren a los muertos, ya que nuestra esperanza no está en el final de algo, sino en el eterno inicio que es Cristo. Cristo es Camino, Verdad y Vida. Nadie puede llegar al Padre, si no es por medio del Señor. No podemos llegar al Padre con medio de la relevancia social o las responsabilidades eclesiales. Al Padre se llega por medio del Logos, que es sentido de todo y todos. Pero, tal como indica San Ambrosio, existe una tercera muerte. Una muerte de la que Cristo habla a menudo. Es el morir al mundo y a nuestros pecados. Es un morir que nos impulsa hacia el Agua Viva. El Agua que cuando se bebe, quita la sed para siempre.
En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: en verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. (Jn 12, 24-26)
La muerte al pecado conlleva renacer a la Luz y a la Vida. Ya se lo dijo Cristo a Nicodemo y este no terminó de entenderlo.
De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. (Jn 3, 3-7)
¿Podemos entrar de nuevo en el seno de Nuestra Madre? Claro que podemos. Sólo si estamos dentro de la Iglesia, que es Madre universal, podremos nacer de nuevo. ¿Cómo nacer de la Iglesia? A través del Agua y del Espíritu. Agua que es inicio de todo y fuente de vida. Agua que es un símbolo de la Palabra de Dios. Espíritu que es un soplo que mueve y conmueve el alma. El Espíritu os comunica la Gracia de Dios, siendo los sacramentos uno de las cauces principales del soplo divino.