Viernes, 22 de noviembre de 2024

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La fe se transmite por envidia

por Argumentos para el s. XXI

He terminado recientemente la exhoración apostólica del Papa Francisco sobre la alegria del evangelio. Es un texto con múltiples elementos para la reflexión. El Papa es directo y claro, no se anda con rodeos, y tiene muchas frases que amartillan el alma, dejándonos en un cierto desasosiego, que es tantas veces el germen de conversión. Me quedo hoy con algunas de las ideas que incluye el Papa sobre la transmisión de la fe, objeto principal del documento. 

Ayer veía con unos amigos la tercera parte del Padrino, la memorable trilogía de Francis F. Coppola. En un momento de especial tensión narrativa, el cardenal que acaba confesando a Corleone le indica: el cristianismo es a veces como el agua en esta piedra que lleva años sumergida, pero que está por dentro seca. Comunicar a los demás la buena nueva del Evangelio parece superfluo en un continente que lleva tantos siglos escuchándola, puesto que parece imposible encontrar novedad. Y, sin embargo, !todavía el mensaje de Jesús es tan desconocido o, lo que es peor aún, está tan desnaturalizado! Por eso, resulta todavía tan necesaria la tarea de hablar de nuestra fe a nuestros amigos, compañeros de trabajo, parientes. No se trata de imponer nada a nadie, sino de descubrirles que hay otros valores, otras motivaciones, más allá de lo que nos evidencian nuestros sentidos. Se trata, en pocas palabras, de hacer más felices a los demás, porque como bien dice el Papa "La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción»", o como leí hace algún tiempo la Fe se transmite por envidia, en el sentido de que será comunicada cuando la ofrezcamos como atractiva a los demás.

Para eso, es imprescindible, como señala el Papa Francisco que quien habla de Jesús sea dichoso de ser cristiano, pues nadie entusiasma si no está entusiasmado: "una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie" (Evangelii Gaudium, 2013, n. 266). Quien no experimenta la paz y la alegría que da el trato con Dios en la vida cotidiana, convertirá su discurso en algo mortecino, melifluo, carente de pasión. De la misma forma, quien concentra sus energías en señalar los inconvenientes, en apuntar a los desastres de este mundo, en valorar siempre lo negativo, difícilmente atraerá a nadie a la Fe. Por eso, me resulta chocante que algunos sacerdotes centren sus homilías en criticar más que en mostrar lo positivo, la alternativa a lo que denuncian. Ese no puede ser el mensaje principal, como indica Francisco, hablando de las homilías "... si indica algo negativo, siempre intenta mostrar también un valor positivo que atraiga, para no quedarse en la queja, el lamento, la crítica o el remordimiento. Además, una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el futuro, no nos deja encerrados en la negatividad " (Evangelii Gaudium, 2013, n. 159).

Comunicar la Fe require también salir de nosotros mismos, de nuestra comodidad, de nuestros mundo seguro, donde todos nos entienden, y confrontarla amablemente con quien piensa de otro modo. Eso lleva consigo el riesgo de la duda, de no ser capaces de convencer sino quizá de ser convencidos, pero valdrá la pensa ese riesgo porque a la postre la Fe, si va acompañada de la humildad de reconocer nuestras limitaciones y de pedir perdón, se acabará fortaleciendo. Me parece que a eso se refiere el Papa cuando señala: "prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades" (Evangelii Gaudium, 2013, n. 48).

Esto no refiere a los obispos o sacerdotes, a quienes tienen como papel "institucional", si puede hablarse así, el comunicar la Fe, sino a todos los cristianos, porque así nos lo pidió Jesús. Es tarea de todos, cada uno en su ámbito, con sus propias palabras, con la alegría y la amabilidad que utilizó el mismo Jesús para comunicar su mensaje en Palestina. En los tiempos actuales, ese diálogo sobre nuestra Fe, nos impulsa también a conocerla mejor, a aprender de quien no la tiene para ayudarle a llenar sus lagunas. Me parece que resumen bien esa actitud unas palabras de Benedicto XVI en la universidad donde trabajó muchos antes de ser Papa: "Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas... " (Benedicto XVI, Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones, 2006).

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