Aunque las lealtades son poco frecuentes en la vida política, permítame que comience declarándome desde hace bastantes años simpatizante de su trayectoria pública, tanto por la eficacia de su gestión, particularmente al frente de la Comunidad de Madrid, primero, y del Ayuntamiento de la capital después, como por su enfoque de la política, como esfera de diálogo con personas que discrepan. Dialogar no me parece sinónimo de claudicar o de aparcar las propias convicciones para acoger una especie de media estadística entre las posturas ideológicas más variopintas. Dialoga quien tiene algo que decir, en primer lugar, quien escucha al que opina de otra manera, en segundo, y quien intenta que de la comunicación entre las ideas propias y las complementarias surjan cosas mejores, o al menos considere que quien piensa de otra manera tiene razones para ello.
Sus antiguos partidarios ahora son detractores, pues piensan que con su postura sobre la reforma del aborto ha cambiado usted ese carácter dialogante y progresista, que le ha dado un peso propio en el centro-derecha español, por un planteamiento caduco y dogmático. Curiosamente, sus antiguos detractores, poco amigos del diálogo con el que piensa de otra forma, ahora le considera poco menos que re-encarnación del mítico D. Pelayo, a partir de quien se iniciará una nueva reconquista en nuestro país.
A mi sinceramente me parece que su postura sobre el aborto es muy coherente con su trayectoria personal, pues no hay nada más progresista que proteger al más débil, tan débil que ni siquiera puede expresarse por sí mismo. Defender la vida es el derecho más elemental, el que fundamenta todos los otros, y considerar que un embrión humano es un ser humano, es un hecho científico incontestable.
En un libro encantador, A Sand County Almanac, el naturalista Aldo Leopold argumenta que conceder valor ético a la conservación de la naturaleza no es otra cosa que asumir nuesta capacidad para ampliar nuestros horizontes morales. Cuenta este autor que cuando llegó Ulises a Itaca tras su larga ausencia, ajustó cuentas con quienes pretendían a su mujer, matando en primer lugar a los esclavos que les apoyaban. Para Homero, ese episodio no lleva consigo juicio moral, pues en esa época los esclavos eran sólo objetos de uso: no tenían derechos propios. La evolución ética de la sociedad humana considera ahora esto una aberración, como empieza a considerarse una aberración la destrucción sistemática de la naturaleza, concediendole ahora valor ético. Ahora concedemos valor a todos los seres humanos, independientemente de su raza o raíces culturales, y empezamos a considerar valiosos a los demás seres vivos, lo que nos genera una serie de deberes hacia ellos. Espero, estoy convencido de hecho, que en unas décadas también será mayoritaria la valoración ética de los embriones humanos, en todas sus fases. En suma, en un futuro que espero sea próximo, la sociedad valorará como una aberración el aborto, y se preguntará por qué los hombres del s. XX y XXI lo admitieron, como nosotros nos preguntamos ahora por los mecanismos que justificaron la aceptación social de la esclavitud. La llamada interrupción voluntaria del embarazo es simple y llanamente una terminación (sólo se interrumpe lo que luego se continúa y aquí no hay posibilidad de continuar tras el aborto), y solo es voluntaria para algunos; para la principal víctima, desde luego no lo es.
Por esta razón, Sr. Ministro de Justicia, le doy mi apoyo más explícito a su postura sobre la reforma y espero que pueda llevarla al mejor término posible. Muchos otros países nos miran con atención. Podemos ser pioneros en la abolición del aborto. La nueva ley va a proteger a vidas humanas, y eso no puede ser más progresista. Va a proteger también a las mujeres que son víctimas del aborto, que son presionadas por quienes prefieren mirar a otro lado, que cargan con un peso mucho mayor que el propio drama de terminar con una vida que nació en sus entrañas. Como decía un médico francés: "Es mucho menos pesado tener un niño en brazos que cargarlo sobre la conciencia".
Le transmito un cordial saludo,
Emilio Chuvieco