De Isaac de Abravanel, egregio representante del judaísmo español
por En cuerpo y alma
Isaac Abravanel |
Vamos hoy a hablar de un verdadero español, a pesar de que ni en España nació, ni en España murió, y de que aunque en nuestra patria encontró en un momento de su vida refugio y comprensión, también hubo de abandonarla, como tantas personas cercanas a él, en una circunstancia muy concreta de nuestra historia.
Hijo de Judá Abravanel, Isaac nace en Lisboa en el año 1437, año 5197 de la creación en el calendario hebreo, en el seno de una rica familia judía, los Abarbanel o Abravanel, muy cercana al poder real, habiendo prestado importantes servicios a Fernando III o Alfonso X. La familia Abravanel no sólo presumía de proceder del linaje davídico, sino de ser una de las familias judías más antiguas en Hispania, donde se hallarían desde las guerras judías del siglo I a.C. finalizadas con destrucción del Primer Templo de Jerusalén en el año 70. Una parte de la familia sin embargo, precisamente la de Isaac, se había afincado en Portugal unas décadas antes de nacer éste, y es que su abuelo Samuel, que llegó incluso a fingir su conversión al cristianismo para permanecer en España, acabará volviendo a su religión original en la nación hermana.
Educado por los mejores profesores, entre los cuales el rabí de Lisboa, José Ḥayyim, nuestro Isaac dominará el latín, el hebreo, el castellano, el portugués y el italiano, y estudia tanto cultura y religión judías como escolástica medieval y filosofía grecorromana, lo que le permite escribir, con tan solo veinte años de edad, su primera obra, “Las formas de los elementos”.
En la década de los 70 entra al servicio de Alfonso V de Portugal. Al acceder al trono Juan II, es acusado de conspirar en favor del Duque de Braganza, que es apresado y ejecutado. Aunque en la introducción a su libro “Comentario a Josué” niegue la veracidad de las acusaciones, lo cierto es que se verá obligado a huir para salvar la cabeza, viendo todos sus bienes confiscados.
Así las cosas, Isaac marcha a Castilla, donde por un lado, trabaja durante al servicio de los Reyes Católicos, participando incluso en la financiación de la obra más importante que llevaban a cabo, la toma de Granada con la que finaliza la Reconquista, cosa que hace con otros señalados judíos, la familia Seneor. Y por otro, inicia una extensa obra literaria en hebreo volcada básicamente en el estudio de la Biblia. En esas se emite el decreto de expulsión de los judíos de los reinos hispánicos, cuya revocación intenta Isaac mediante el pago de 30.000 ducados que a punto estan de seducir al Rey Fernando: es el famoso episodio, no por ello más fiable históricamente hablando, en el que el que Fray Tomás de Torquemada se presenta ante el Rey con una cruz increpándole: "¡¡¡Por 30 monedas le vendieron a Él, y ahora pretendéis volver a venderle por 30.000!!!".
Los Abravanel, contrariamente a lo que hacen otros ilustres judíos como los Seneor, optan por la emigración, unos a Italia, otros a Turquía, unos terceros a África, e incluso luego algunos a América, bien que en unas condiciones nada penosas, pues se les permitió llevar consigo buena parte de su fortuna.
Isaac Abravanel embarca con sus tres hijos, Judá, más conocido como León Hebreo, José y Samuel, a Nápoles, donde el Rey Fernando le nombra tesorero, cargo en el que le confirma su sucesor, Alfonso II, aunque la invasión francesa del reino obliga a una nueva emigración. Esta vez a Sicilia y de Sicilia a Corfú. La magnífica enciclopedia que pudo rescatar de España y traerse consigo, será destruida sin embargo ahora por los soldados franceses. En 1503, Isaac pasa a la floreciente Venecia, en cuya vida comercial participará activamente.
Más allá de su relevancia comercial y política, Isaac Abravanel deja una obra literaria de primera magnitud, no poco condicionada por la de su compatriota Maimónides, a quien si por un lado venera, por otro no duda en criticar abiertamente, la cual versa sobre los campos de la filosofía y de la exégesis bíblica, a la que aporta el uso y conocimiento de fuentes a-bíblicas. Entre sus trabajos destacan el “Rosh Amanah” (“Pináculo de la fe”) sobre el Cantar de los Cantares, y en el campo de la promesa mesiánica en el que se especializa, el “Ma’yene ha-Yeshu’ah” (“Fuentes de salvación”), el “Yeshu’ot Meshiḥo” (“La salvación del Ungido”) y el “Mashmia’ Yeshu’ah” (“Proclamar la salvación”). Obras a las cuales añadir decenas más como por ejemplo, “Corona de los Ancianos”, “Trabajos de Dios”, o sus famosos “Perush” o comentarios, sobre el Pentateuco, sobre los Profetas mayores, sobre los Profetas menores, sobre Maimónides, o su “Shamayim Hadoshim”, “Los nuevos cielos”.
Aunque muere en Venecia, será enterrado en Padua, si bien la entrada de los franceses en la ciudad implicará entre otros desastres, la destrucción del cementerio en el que se halla enterrado su cuerpo. Su hijo León Hebreo será un reputado médico, que llegará a ser el doctor personal del Gran Capitán en sus campañas italianas así como un profuso escritor de estilo platónico, firmando sus obras como “León Hebreo”.
©L.A.
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