Francisco, el portero
El Papa ha desvelado que fue portero de discoteca en sus tiempos mozos. Como no lo imagino prohibiéndole la entrada a la clientela que llevara calcetines blancos, ni siquiera a Garufa, pucha que sos divertido, supongo que un día lo llamó el gerente del negocio para darle con una mano el finiquito y con otra una palmada en la espalda: “Lo siento, Paco, pero esto no es lo tuyo”.
Lo suyo, lo sabemos ahora, es la humildad, pero no la humildad que utilizan algunos como pedestal para mirar a los poderosos por debajo del hombro, dado que mirar por debajo del hombro es también una forma de soberbia. En la humildad de Francisco no hay resentimiento, que es lo que subyace en muchos de los que llegan muy arriba. La suya es la humildad del hombre que, lejos de hacerse a sí mismo, se ha dejado hacer por Dios.
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