Enhorabuena, José María
¡Enhorabuena cordial y entrañable, querido José María Gil Tamayo, flamante secretario general de la Conferencia Episcopal Española! La votación de los obispos, arrolladora; la aceptación de los Medios, unánime. Nunca un nombramiento eclesiástico ha acaparado tanta atención, tanto relieve en los informativos, tanta acogida en prensa, radio y televisión. Hasta los columnistas más leídos, como Raúl del Pozo, por ejemplo, han querido colocarte en la diana de su visión personal de este nuevo cargo, de su sentido eclesial y de sus espléndidas perspectivas. Tus amigos y compañeros, los que hemos compartido contigo afanes periodísticos y programas religiosos, -como aquel de "Buenos dias nos dé Dios", en Radio Nacional de España, el actual "Alborada"-, acogemos la noticia como cosa nuestra y la saboreamos como reto compartido por todos, no sólo porque sabemos que cuentas con nosotros, sino porque uno de tus dones, -junto a los de la amabilidad y la capacidad de trabajo-, es precisamente el de las relaciones humanas.
Formado en la escuela de don Antonio Montero, a quien tantos seguimos en sus lides de obispo periodista, brillas hoy con todo merecimiento porque has sabido vivir con ilusión y entrega tu vocación sacerdotal, empapándola con tu vocación periodística, para difundir mejor la Buena Noticia del evangelio.
Ahora, en este momento de sonrisas y parabienes, encomendamos tu tarea y pedimos que sigas desarrollando esas virtudes que siempre has cultivado y nos enseñaste a tus amigos: "Tu gran capacidad de trabajo, tu buen tino y acierto en la relación con los periodistas y el don especial de gentes para unir más estrechamente a la Iglesia y a la sociedad". De ahora en adelante, tu serás el rostro visible de la Iglesia española ante los medios de comunicación, ofreciéndonos su voz, sus latidos, sus inquietudes y sus esperanzas. ¡Hermosa aventura!
Formado en la escuela de don Antonio Montero, a quien tantos seguimos en sus lides de obispo periodista, brillas hoy con todo merecimiento porque has sabido vivir con ilusión y entrega tu vocación sacerdotal, empapándola con tu vocación periodística, para difundir mejor la Buena Noticia del evangelio.
Ahora, en este momento de sonrisas y parabienes, encomendamos tu tarea y pedimos que sigas desarrollando esas virtudes que siempre has cultivado y nos enseñaste a tus amigos: "Tu gran capacidad de trabajo, tu buen tino y acierto en la relación con los periodistas y el don especial de gentes para unir más estrechamente a la Iglesia y a la sociedad". De ahora en adelante, tu serás el rostro visible de la Iglesia española ante los medios de comunicación, ofreciéndonos su voz, sus latidos, sus inquietudes y sus esperanzas. ¡Hermosa aventura!
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