Orvallo y calabobos
El bramante poético que enhebra las Sagradas Escrituras explica que sus costuras luzcan como el primer día. Frente a la prosa árida de los libros de cabecera del laicismo la Biblia ofrece la lluvia mansa de las parábolas, que no es el calabobos progresista del eslogan, sino el texto, húmedo y luminoso, que hermana a la Virgen de Covadonga con el orvallo para mayor gloria de Dios. En otras palabras, la Biblia es un ventanal en diciembre y el Libro rojo una persiana cerrada.
La revolución cultural laicista propone cortar el pelo al cero para unificar la mentalidad del hombre nuevo. Esto es, apuesta por la igualdad de criterio, no como derecho, sino como obligación, cuando es la desigualdad la que libera, pues la libertad no es un servicio básico sino una opción individual, lo que explica que el perro abandonado ponga cara de ladraré para ti a cualquiera con el que se cruce, en tanto que el hombre busque siempre escapar de la tiranía de las correas.
El laicismo considera que la oveja churra tiene el mismo derecho a pacer que la merina, y es cierto, pero pretende además que den la misma leche y eso es equiparar la desnatada al calostro. El fracaso de la doctrina literaria laica estriba precisamente en la creencia errónea de que los hombres buscan la uniformidad, por lo que, en consecuencia, el éxito del Evangelio consiste en que aclara a cada uno lo personal que es el encuentro.