Qué judíos y qué malos
Ahora que el Papa asegura que no es posible ser cristiano si se es antisemita viene a cuento traer a colación la frase con que mi madre definía en los setenta a los oficiales nazis que en la serie de televisión Holocausto gaseaban a los descendientes de las Doce Tribus: “Qué judíos y qué malos”. Mi madre, huelga decirlo, era una víctima más de la deformación de la historia, según la cual Tel Aviv es a los católicos lo que Ciudad Juárez a las mujeres.
Francisco aclara que un católico, es decir, un hombre sin cardiopatía, de buen corazón, tiene que amar a los judíos, no sólo porque son el prójimo, que también, sino porque con ellos compartimos la vinculación a los Diez Mandamientos, lo que significa que el soporte moral de ambas religiones es compatible. A pesar de eso, no son pocos los cristianos que miran con recelo a Israel, presos de un prejuicio darwiniano, según el cual en la escala evolutiva la nariz aguileña es la evidencia física de un espíritu rapaz.
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