Lunes, 09 de septiembre de 2024

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El tesoro de la viña (II): aprender a hacer

El tesoro de la viña (II): aprender a hacer

por Por mí, que no quede

Circula por las redes el escrito de un joven que a los veintiún años se niega a trabajar acusando a sus padres que no le preguntaron antes de nacer si él estaba de acuerdo y, por lo tanto, son los progenitores quienes deben hacerse cargo del mantenimiento de su existencia.

Empieza a quedar lejos la cultura de que el trabajo es la única forma honrada de generar riqueza e incluso, un elemento de realización personal y solidaridad social. San Pablo llegó a decir “quien no trabaje que no coma”.

El sentido del trabajo ha sufrido una profunda transformación en una sociedad líquida, post cristiana. A ello ha contribuido la aceleración histórica, el desarrollo tecnológico y sin duda la Inteligencia Artificial. A pesar de lo cual, el trabajo siempre será una actividad netamente humana y vinculada a la educación como instrumento que capacita a la persona para ejercerlo.

Uno de los objetivos de la educación es la inserción laboral como instrumento esencial para el desarrollo del futuro personal y social. Así lo puso de manifiesto el estudio de la UNESCO publicado hace veinte años “La Educación encierra un tesoro” que sigue teniendo vigencia. Junto con el “Aprender a conocer”, tema del artículo anterior, “Aprender a hacer”, es otro de los pilares fundamentales de la educación. El título del documento parafrasea la recomendación que en la fábula de Esopo un labrador dio a sus hijos antes de morir: “No vendáis la viña que en herencia nos dejaron nuestros padres. Encierra un tesoro.” Una vez fallecido el padre, los hijos tras coger los arados y azadas cavaron toda la tierra. No encontraron el tesoro, pero la viña les dio la mejor de las cosechas.

“Aprender a hacer” está estrechamente relacionado con el trabajo cuyos fines y medios han cambiado profundamente respecto a los siglos precedentes. Un mismo empleo, una misma empresa y para toda la vida es algo que todos coinciden en señalar como reliquia del pasado. La educación no puede desconocer estos cambios, y si bien debe preparar para la inserción laboral, no puede ser exclusivamente un instrumento para ella.

Por un lado, la sustitución del trabajo físico por la máquina, ha liberado al hombre de las tareas mecánicas y repetitivas. Como señala el propio informe, el trabajo mecánico, sin alma, es sustituido cada vez más por máquinas, con lo que se incrementa la importancia de las tareas cognitivas, los servicios, la capacidad de innovar, etc.

Las tareas intelectuales predominan cada vez más, - incluso algunas de ellas también serán sustituidas por la mencionada IA-, por lo que hay que potenciar destrezas y competencias específicamente humanas tales como la capacidad de trabajar en equipo, resolver problemas y conflictos, generar de modo creativo nuevas soluciones a problemas inéditos y un largo etcétera.

Los alumnos deben aprender el uso de nuevas tecnologías y procedimientos. En la Sociedad de la Información es clave encontrarla, pero, sobre todo, organizarla, darle sentido. Analizar, comparar, verificar, experimentar, reflexionar, compartir, expresar, decidir, asumir los riesgos y consecuencias de las decisiones adoptadas etc., son habilidades que el alumno necesita para afrontar los retos del futuro, sean cuales sean las herramientas que tenga a su alcance.

Los profesores deben centrarse en preguntar, orientar, proporcionar contexto y criterios, asegurar resultados de calidad y evaluar. No deben perder de vista que lo más importante no es la tecnología en sí, sino los hábitos, las competencias que subyacen y que los alumnos deben aprender y dominar con o sin tecnología, con la tableta o con el ábaco.

Tal vez la transformación más profunda se ha producido en el propio significado del trabajo, al menos en nuestra sociedad postindustrial. Urge recuperar el propio sentido del trabajo que no puede ni debe ser una mercancía comprada al trabajador como instrumento de lucro al servicio del capital. No debiera ser tampoco la mera consecución de recursos para satisfacer las necesidades básicas o superfluas del ser humano. El hombre es algo más que un mero productor y consumidor de bienes.

Aprender a hacer” no es, por tanto, sólo la adquisición de cualificaciones, ni de competencias. Supone también aprender el sentido específico y profundo del trabajo humano, que es el modo habitual de realización personal, probablemente una de las mejores y más naturales formas de enriquecimiento personal y a la vez de enriquecimiento de la sociedad en la que vivimos. Por ello el drama del paro no es sólo económico sino existencial, ya que pone en jaque la vida personal, la autoimagen, y el sentido de la propia vida.

El trabajo no es sólo una fuente de ingresos que bien pudieran ser sustituido hipotéticamente por subsidios o ayudas propios del estado del bienestar. El trabajo es también el modo de realización habitual del ser humano, aquel mediante el cual proyecta y realiza parte de su ser y a través del cual puede mostrar su pensar, su sentir, su modo de convivir.

Por último, “Aprender a hacer” es transmitir a los alumnos la pasión por la tarea bien hecha. La diferencia entre un trabajo mediocre o excelente es lo que diferencia a una sociedad soportable de una sociedad confortable.

En medio de tanta mediocridad intelectual, moral y de convivencia, el trabajo bien hecho, especialmente el que tiene que ver con la relación de personas, es el modo más rápido de solucionar muchos problemas. En educación esto lo sabemos: no hay punto de comparación entre el profesor excelente, el mediocre y el que debería dedicarse a otras cosas.

 “Enseñar a hacer” es, por encima de todo, incitar a ser un profesional excelente, algo necesario es una sociedad donde sobra tanta mediocridad.

JUAN A. GÓMEZ TRINIDAD.

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