La bomba de El Pilar
El comando Mateo Morral justifica su atentado en la Basílica de El Pilar en la asiduidad con la que la visitaba Franco. Al parecer, el colectivo anarquista entiende que la mera presencia del generalísimo ha convertido el templo en Brunete y a la Virgen en alférez provisional de reemplazo, amén de en capitana de la tropa aragonesa. Calificarla de militar y católica es preceptivo para entender la acción armada del club de amigos de Bakunin, sostenida en el cliché de que rezar es de fachas, en lo que se nota que esta gente no va a misa de lunes a viernes, los días del pensionista.
Los autores de la gesta aseguran que no querían dañar a la feligresía, lo que casa mal con colocar bajo el reclinatorio una bomba, aunque sea de fabricación casera, es decir, realizada a partir de ingredientes autóctonos, como esos dos kilos de pólvora negra cocinados a fuego lento en un camping gas. Además, lejos de excusarse advierten de que los enclaves fascistas jamás serán un lugar seguro, aunque no enumeran cuáles. El valle de los Caídos se da por hecho. Y también es obvio que trae más cuenta veranear en la primavera árabe que visitar el palacio de El Pardo. Pero si la relación de un espacio determinado con el caudillo es un factor de riesgo a ver quién se baña ahora en los pantanos.