Postal a los monjes de Silos
No sólo por imperativo de justicia, sino porque me sale del alma, quiero enviaros hoy esta postal de gratitud y de afecto a todos vosotros, querida comunidad de benedictinos del monasterio de Silos, tras haber pasado unos días con vosotros y entre vosotros, en vuestra Hospedería. San Benito, vuestro fundador, quiso crear un espacio de acogida y de estancia para todos aquellos que quisieran vivir la experiencia contemplativa, saboreando la soledad, el silencio, la oración y los cantos gregorianos de los monjes, y para ello instituyó las hospederías. La de Silos, que atiende y organiza fray José Luis, está adosada al monasterio como una más de sus naves y guarda en sus celdas y pasillos el aroma monacal. Los huéspedes pueden compartir horarios, rezos y la misma comida, recorriendo los claustros, participando del canto de las horas en el altar mayor y paseando plácidamente por la huerta del monasterio, escenario ideal para compartir charla y encuentro con algunos de los monjes.
La estancia en Silos nos deja siempre un ancho compás de silencio y de soledad interior. Vivir unos dias en el monasterio es tomar el pulso al misterio, palpar la trascendencia, extasiarse con las melodías monacales, convertidas en blancas columnas de plegarias que suben a las alturas de ese Dios al que el monje alaba e invoca, contemplándolo como Padre de ternuras y bondades que lo lleva de la mano. El monasterio, por dentro, es un oasis de espiritualidad, ciertamente, pero también un estanque de silencios sonoros, rebosante de metáforas y hermosas lecciones. Metáfora viva es el claustro románico, un recinto separado del resto por sus cuatro lados y abierto el infinito por arriba. Simboliza la belleza, la catequesis grabada en sus figuras de las columnas, pero tambien la invitación para abrir de par en par nuestros ojos y volar con la tensa libertad de tantas interrogantes sin respuesta en este mundo. No es el claustro un lugar para retirarse, huyendo del mundanal ruido, sino más bien, un lugar para volver, desde él, al mundanal ruido. Porque de lo que se trata, cuando uno se retira a un monasterio, no es de huir del ruido, sino de aprender a escucharlo.. El silencio, entonces, no es ausencia de ruidos sino voluntad de escucha.
Y en uno de los laterales del famoso claustro, el ciprés del Silos, "el ciprés de los poetas", que inmortalizara Gerardo Diego, en su espléndido soneto: "Enhiesto surtidor de sombra y sueño / que acongojas al cielo con tu lanza...". El poeta visita Silos en el año 1924, con cuatro amigos, donde se siente cautivado por la paz del claustro y la gracia del ciprés y compone el soneto que deja escrito en el libro de la portería. El primero en conocerlo, tras los monjes y sus acompañantes, sería Pedro Salinas, que lo publica en enero de 1926. El claustro, el ciprés, el monasterio, la comunidad benedictina, la charla con su prior, fray Moisés Salgado, hacen que surja hoy esta postal de afecto y de amistad, como recuerdo entrañable.
La estancia en Silos nos deja siempre un ancho compás de silencio y de soledad interior. Vivir unos dias en el monasterio es tomar el pulso al misterio, palpar la trascendencia, extasiarse con las melodías monacales, convertidas en blancas columnas de plegarias que suben a las alturas de ese Dios al que el monje alaba e invoca, contemplándolo como Padre de ternuras y bondades que lo lleva de la mano. El monasterio, por dentro, es un oasis de espiritualidad, ciertamente, pero también un estanque de silencios sonoros, rebosante de metáforas y hermosas lecciones. Metáfora viva es el claustro románico, un recinto separado del resto por sus cuatro lados y abierto el infinito por arriba. Simboliza la belleza, la catequesis grabada en sus figuras de las columnas, pero tambien la invitación para abrir de par en par nuestros ojos y volar con la tensa libertad de tantas interrogantes sin respuesta en este mundo. No es el claustro un lugar para retirarse, huyendo del mundanal ruido, sino más bien, un lugar para volver, desde él, al mundanal ruido. Porque de lo que se trata, cuando uno se retira a un monasterio, no es de huir del ruido, sino de aprender a escucharlo.. El silencio, entonces, no es ausencia de ruidos sino voluntad de escucha.
Y en uno de los laterales del famoso claustro, el ciprés del Silos, "el ciprés de los poetas", que inmortalizara Gerardo Diego, en su espléndido soneto: "Enhiesto surtidor de sombra y sueño / que acongojas al cielo con tu lanza...". El poeta visita Silos en el año 1924, con cuatro amigos, donde se siente cautivado por la paz del claustro y la gracia del ciprés y compone el soneto que deja escrito en el libro de la portería. El primero en conocerlo, tras los monjes y sus acompañantes, sería Pedro Salinas, que lo publica en enero de 1926. El claustro, el ciprés, el monasterio, la comunidad benedictina, la charla con su prior, fray Moisés Salgado, hacen que surja hoy esta postal de afecto y de amistad, como recuerdo entrañable.
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