Dios no aprieta, pero tampoco ahoga
por La honda
Es una frase tan hecha al refranero popular cristiano de por aquí, que yo creo que se pronuncia sin tener conciencia de lo que se está diciendo, pero últimamente la escucho con mucha frecuencia, supongo que por mi situación puntual de no tener trabajo, y me rechinan los oídos por todas partes.
“Dios aprieta, pero no ahoga”, escucho con una media sonrisa, con cara de no se qué. Sinceramente, y perdonad, pero no se de qué diosecillo me estais hablando cuando con la mejor de las intenciones -lo sé-, me describís a un dios un poquito puñetero, la verdad, pero dejadme que os hable yo del mío. Mi Dios, en el que yo creo, ni ahoga, ni aprieta. Al revés. Cristo libera, Cristo salva, Cristo sana y protege, cuida. Cristo da vida en abundancia, no la deja al límite del ahogo.
El que aprieta y de qué manera, es el malo. Tanto que a veces parece que nos ahogamos. Lo que nos deja sin aire ni fuerzas tantas veces, es nuestra realidad limitada por el pecado, nuestro defecto de fábrica con el que nacemos ya ahogados, y por el que Cristo se dejó matar para liberarnos.
Recuerdo una anécdota de la vida de santa Teresa de Jesús. ¡Qué mujer! Es el único caso conocido de una santa, mística y reformadora en este caso, que tiene el arrojo de contestar a Dios. Sucedió en el conocido episodio en que tras caer al suelo y darse un buen golpetazo desde una carreta, la santa de Avila oyó la voz de Dios que le dijo: “Así trato yo a mis amigos”, a lo que la buena de Santa Teresa le contestó: “¡Por eso tienes tan pocos!”. Imagino la sonrisa de papá Dios... porque lo que sí que pasa es que Dios obtiene bien de nuestro mal. Es decir, que ante el aml que nos sucede, libera, fortalece, ensalza, enamora.
A lo que iba es a una ocasión en que las monjas de Santa Teresa, con la madre a la cabeza, estaban construyendo el muro de piedra con sus propias manos. Se fueron a dormir tras el duro trabajo y al día siguiente apareció el muro derruido, tirado abajo. Sin mediar palabra, se pusieron manos a la obra a levantar la misma pared y el episodio se repitió a la mañana siguiente. Cuando la tercera mañana vieron el fruto de su esfuerzo tirado por los suelos, una hermana sugirió a la santa la posibilidad de que Dios no quisiese que ese muro se levantara, a lo que Santa Teresa contestó: “No se equivoque, hija mía. El que no quiere es el otro. Así que al trabajo”, y de nuevo lo levantaron con sus propias manos, muro que sigue en pie casi quinientos años después.
Ya se que es una frase hecha y todo lo que tú quieras, pero las malas frases hechas, habrá que deshacerlas, digo yo. Otro día hablaremos del canto “... no estés eternamente enojado”, que también se las trae.
Pues eso, que Dios no ahoga, pero tampoco aprieta. El que aprieta es el otro.
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