Reflexionando sobre el Evangelio (San Juan 1,29-34)
Seguir a quien quita el pecado del mundo
Ir tras las pisadas del Señor no es fácil. No nos da réditos, relevancia o poder. No nos ayuda a que otros se sientan cómodos cuando estamos cerca. Quizás lo que nos interese sea ir detrás de otros seres humanos. Estos nos ofrecen maravillosos privilegios si les obedecemos sin dudarlo. ¿Obediencia humana o divina? La obediencia es siempre a la Voluntad de Dios, no a los planes de alguno de los seres humanos que se presentan ante nosotros como segundos salvadores. Seguir a Cristo conlleva renuncia, negación de sí mismo y confianza en la Palabra hecha carne.
Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame (Mt 16, 24)
Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez. (Mt 6, 24)
A veces creemos que tenemos la capacidad de sustituir a Cristo, sobre todo cuando queremos ascender socialmente. Seguir a Cristo no nos eleva entre los demás. Aunque intentemos hacer el bien, nunca podremos sustituir a Cristo.
Actualmente la sociedad nos dice que Dios ha dejado de estar presente entre nosotros. Nos dice que Dios nos trata con indiferencia y que le da igual lo que hagamos o dejemos de hacer. En este vacío de presencia de Dios, es muy fácil presentarse como segundo salvador ante tantas personas necesitadas de guía y apoyo. Pero ¿Hay alguna persona capaz de perdonar los pecados a otra persona? Sólo Dios puede hacerlo. En la confesión el sacerdote media entre Dios y nosotros. El poder es únicamente de Dios.
Y El que no tomó el pecado cuando tomó nuestra naturaleza es el mismo que quita nuestro pecado. Ya sabemos que dicen algunos: nosotros quitamos los pecados a los hombres porque somos santos. Mas si no fuere santo el que bautiza, ¿cómo quita el pecado de otro, siendo él un hombre lleno de pecado? Contra estas cuestiones leamos ahora: "He aquí el que quita el pecado del mundo", para que no crean los hombres que son ellos quienes quitan el pecado a otros hombres. (San Agustín. In Ioannem, tract. 4)
San Agustín señala que la presencia Cristo evidencia que Él es quien quita el pecado del mundo. Es decir, sólo Él es capaz de transformar nuestra naturaleza caída para que seamos capaces de seguirle. San Juan Bautista da testimonio de Cristo como Hijo de Dios. Habla a todos del inmenso don que Dios nos ha dado. Señala a Cristo, porque sólo Cristo tiene palabras de vida eterna.
Si miramos la sociedad en la que vivimos, difícilmente encontraremos a Dios presente en ella. La sociedad es el mundo que recibe a Cristo, pero no lo comprende. La sociedad tiene su centro en el poder y no en la humildad. Incluso cuando la sociedad se ha regulado por normas provenientes del cristianismo, los poderosos han utilizado la fe como forma de dominio. No se puede servir a dos señores, por mucho que intentemos aparentar que es posible y deseable. ¿De quién es la esfinge presente en cualquier elemento de valor del mundo?
Yo soy la Luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la vida (Jn 8, 12)
Todavía nos queda un largo camino que andar tras de Cristo. Necesitamos su presencia porque es Luz. No tengamos prisas por llegar, porque los tiempos de Dios no son tiempos humanos. No nos agarremos a los mensajes apocalípticos ni los pongamos a nivel de la misma Palabra de Dios. La esperanza debería ser Cristo y Cristo debería estar presente entre nosotros en todo momento. Arrodillémonos ante Cristo y dejemos a los poderosos destrozarse unos a otros. Ellos no tienen piedad con quien no se arrodilla ante ellos. Dios, sí la tiene porque espera nuestra conversión hasta el último segundo.
Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino. (Lc 23, 42)