Una Declaracion De Principios.
De nuevo estamos en este bendito tiempo pascual ¡una vez más!, en el que el renacer de la naturaleza coincide con la celebración de la resurrección del Señor Jesús… Y no sé ustedes, pero a mí me parece un momento privilegiado para recordar cuál es mi propósito en esta vida y en qué creo que consiste mi humilde trabajo aquí.
Como quiera que las vivencias de otros han ayudado mucho a formar mi propia vocación, hago aquí una pequeña declaración de principios, por si a alguno le puede servir, aunque sea un poco.
Declaro que mi vocación es la Iglesia. Servir a la Iglesia, a la que es y a la que espero que será un día. Creo que, a pesar de todas las buenas noticias e ilusiones que estamos viviendo (como la elección de nuestro Papa Francisco), ésta se enfrenta a una serie de retos de enorme envergadura. Y creo que debe darles respuestas lo antes posible, so pena de un daño muy grave, tal vez irreparable.
Declaro que hay que obedecer y creer en el Dogma inalterable de la Iglesia, sin duda ni vacilación. Pero declaro también que no debe confundirse éste con lo que son tradiciones de hombres, por muy bonitas, antiguas o venerables que sean. Ni por mucho que nos gusten.
Declaro que hace falta hacerse comprensible. Que detalles, ritos, liturgias, ropajes, lenguajes y gestos que no comunican nada, que son in-significantes para los hombres de la cultura de hoy, deben ser revisados, y, si es posible, sustituidos por otros que tengan sentido. Sé que muchos de mis alumnos, de mis amigos y familiares dicen no participar en los actos religiosos “porque no entienden nada”, “porque no les aportan nada”. Eso me duele.
Y eso que también sé que algunos de mis lectores piensan que “son ellos los que deben cambiar”, que “deben aprender a valorar nuestra riqueza litúrgica”, y cosas así. Pero, salvo milagro manifiesto, eso no va a suceder. Y mientras nosotros seguimos con nuestras formas, ellos se van a otra parte. Por eso, declaro también que hacen falta espacios de transición, que no sean la misa de siempre como oferta cuasi única. Cenas, oraciones, excursiones, café-bares, barbacoas o lo que sea, donde los cristianos puedan encontrarse con los otros hombres y transmitirles con palabras, pero sobre todo con amor, que Dios de verdad les quiere y que hay esperanza en esta vida.
Y declaro que hacen falta comunidades de verdad. Grupos de gente comprometida entre sí, que se sostengan mutuamente y que puedan hacerlo con otros. La parroquia tradicional cuyo principio y fin era el sacerdote, debe ir siendo sustituida por otra en la que estén presentes los ministerios laicales, y en la que la fraternidad de los que creen en Jesús sea real ¡Pero de verdad! ¡Vamos a dejarnos de llamar como si fuera a lo que en realidad no es! ¡Respetemos la validez y el sentido de las palabras! Sin esas comunidades-familia concretas que acojan a los nuevos convertidos, que apoyen a los veteranos ¿cómo va a la Iglesia a hacerse presente y tangible para el mundo? Hay que crear un nuevo modelo de relaciones interpersonales, en que los cristianos podamos mostrarnos ante el mundo como referencia de acompañamiento y apoyo mutuos.
Declaro que hay que re-aprender a hablar. No hace falta ser seguidor de Michel Foucault para entender que las palabras son creación humana, pero también ellas crean y modelan al hombre. Debemos comprender que exponer una y otra vez verdades teológicas, no es predicar. ¿Es tan difícil volver a la sencillez expositiva de Jesús (el Jesús que hablaba, del campo, de las cosechas, del vino, de barrer la casa, de los padres y los hijos, del amor humano…).
Es preciso poner énfasis en la conversión como decisión personal (no sociológica, ni familiar), en la oración como forma privilegiada de comunión continua con el Señor, en una práctica sacramental lo menos ritualizada y lo más humanizada que se pueda, y en la lectura diaria de la palabra de Dios.
Es necesario crear un modelo de pareja y de familia nuevos, en los que se defina el papel del marido y la mujer en la sociedad post-moderna de acuerdo con la antropología cristiana. En que se profundice al máximo en el concepto de fecundidad matrimonial, y se den pautas para una educación integral, adaptada a los nuevos tiempos y a la vez crítica y responsable. ¡Que se cree un discurso gozoso y optimista sobre la sexualidad humana legítima, y sobre la legitimidad y santidad del disfrute!
Pero también sobre la belleza, originalidad y santidad de la virginidad cristiana, temporal o consagrada por el servicio.
Declaro que es tiempo de un ecumenismo real. Hacia afuera, aprendiendo y utilizando lo mejor de nuestros hermanos evangélicos y ortodoxos. Colaborando con ellos en la evangelización, celebrando con ellos en la oración y en la koinonía. Siendo, sí, conscientes de lo que nos separa, pero mostrando que lo que nos une es mejor y más. Y hacia dentro también, entre la propia Iglesia, con los nuestros. Hasta con nuestros hermanos más cerrados o raros: con todos los que nos dejen. Porque los hermanos se visitan, se aman, colaboran y se necesitan, ¿no? ¿O es que debemos tolerar alguna forma de autismo cristiano?
Tenemos que volver a ganar la vanguardia de la sociedad. En el arte, las propuestas cívicas, la solidaridad. Que deje de una vez por todas de identificarse lo cristiano con lo anticuado, ridículo y caduco. Desde el aspecto exterior hasta las posturas políticas debemos formar parte de la punta de lanza de nuestro tiempo, sin conformarnos con ocupar el vagón de cola, siempre temerosos de lo que nos puedan traer los nuevos tiempos.
Sueño en red. Declaro que mi objetivo es luchar por crear una malla (lo más tupida posible) de fraternidades de cristianos convencidos, que se apoyen mutuamente, que casados o célibes vivan unidos estrechamente, con una estructura que les garantice la formación el crecimiento y la unión. Que sean fieles a sus pastores, los obispos y al Sucesor de Pedro. Que su vida, sus opciones, su apariencia, su conversación sean llamativos y atractivos para los que no creen.
Que celebren, alaben a Dios y festejen con el tipo de música que es propio de nuestra sociedad (no de la que fue propia de la sociedad de hace tres siglos). Es necesario que se bendigan de una vez los nuevos estilos artísticos, las nuevas formas de adoración y que se experimente sin temores que no son del Señor, ¡por lo que más quieran!
¡Vale ya de miedos que nos impiden crecer¡
Por último declaro mi convicción de la santidad absoluta de la persona humana, imagen y semejanza de Dios. Ella es el objetivo de la acción de la Iglesia, y ningún fin, por santo que sea, puede pasar por encima de su dignidad primordial.
Declaro, con toda la humildad que puedo, que creo en esos principios. Que deseo dedicar mi vida a verlos cumplidos y que necesito a mis hermanos y a mi Iglesia.
Eso es todo. También les necesito a ustedes, sobre todo si alguien tiene la caridad de rezar un poco por mí.
Un abrazo y feliz Pascua, ¡Aleluya, aleluya!