Domingo, 22 de diciembre de 2024

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El cardenal papable que nadie quería, el Papa al que todos quieren

por Fe y melodía

Pablo H. Breijo

- “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Con esta frase de la película ‘Bella’ podríamos resumir un mes de quinielas, conjeturas, hipótesis o suposiciones sobre quién sería el nuevo Papa tras el anuncio de renuncia de Benedicto XVI del pasado 11 de febrero de 2013.



Y es que ha sido más de un mes en la que periodistas y no periodistas nos hemos dedicado a opinar sobre cuál sería el mejor Sumo Pontífice para la Iglesia católica. Nuestros planes se convirtieron en una carcajada divina. Unos cardenales papables que pasaron desapercibidos para un Espíritu Santo que quizá se disfrazó de gaviota para posarse sobre la chimenea de la Capilla Sixtina un par de horas antes de la fumata blanca del miércoles 13 de marzo de 2013.

Ouellet, O’ Malley, Dolan, Ravasi, Scherer, Scola, Tagle, Erdö… Deseables candidatos de los periodistas, purpurados simpáticos para la gente, pero cardenales no papables para Dios. ¿Dónde ha quedado el Espíritu Santo durante este mes? Muy pocos confiaron en Él.

El martes 12 de marzo dio comienzo el cónclave y antes de que se iniciase pude ver y fotografiar a casi todos los cardenales en su salida de la basílica de San Pedro tras la Misa “Pro eligendo Pontifice”. Entre ellos pasó desapercibido para todos Jorge Mario Bergoglio. Yo hice fotografías al azar y, sin quererlo, el argentino quedó captado en mi cámara. Fue la última vez que le vimos vestido de rojo. Esa jornada la fumata fue negra.




Al día siguiente, la reunión de la mañana en la Capilla Sixtina terminó de nuevo con una fumata negra. Llegué al Vatiano a las cuatro y media de la tarde y ya un buen número de personas abarrotaba la plaza de San Pedro esperando un humo blanco que indicase que 77 electores o más habían votado a un mismo cardenal. Unas dos horas y media después, a las 19:06, miles de personas en Roma y millones en todo el mundo vieron la esperada fumata blanca. La Iglesia católica tenía un nuevo Papa.




Durante algo más de una hora, católicos y no católicos estuvieron pendientes del balcón central de la basílica de San Pedro. Mientras las campanas sonaban y la lluvia no dejaba de caer, esperaban en la plaza, o a través de internet, radio y televisión, a que se abriese la cortina y apareciese el cardenal protodiácono, Jean-Louis Tauran, para decir aquello de “Habemus Papam”.

¿Sería el canadiense Ouellet? Era el firme candidato porque habla seis idiomas, trabaja en la curia vaticana y es presidente de la comisión pontificia para América Latina. ¿Sería Dolan u O’ Malley? Dos estadounidenses que en sus archidiócesis están desarrollando una tarea pastoral formidable. ¿Sería Ravasi? El italiano experto en cultura que tendría buena mano en las relaciones con el mundo actual.

¿Sería Scherer? Los más vaticanistas que el Vaticano hacían pensar que Brasil tendría un Papa venido de Sao Paulo. ¿Sería el italiano Angelo Scola? Muchos hablaban de que era el delfín de Benedicto XVI y que por primera vez en la historia veríamos a un pontífice perteneciente a un movimiento apostólico de la Iglesia: Comunión y Liberación. La lista de papables continuaba. Muchos también apostaban por Turkson, Tagle o Ërdo.

Yo quería -¿y qué quería Dios?- que el nuevo Papa fuese Dolan, el cardenal carismático, jovial y mediático. También deseaba que, si Dolan me fallaba, el elegido fuese Ouellet u O’ Malley. Como quien ve una tanda de penaltis en un partido de fútbol y quiere que el portero ataje el disparo, en lugar de gritar en mi interior eso de “páralo, páralo, páralo”, gritaba un “Dolan, Dolan, Dolan”.

Se encendieron las luces de los balcones de la fachada. La gente aplaudió y gritó su emoción contenida desde el inicio del cónclave. Salió el cardenal Tauran y se hizo un silencio en toda la plaza. Solamente se escuchaban los sonidos de algunas ambulancias o coches de policía.

“Annuntio vobis gaudium magnum. Habemus Papam”. El silencio se convirtió en alegría, aplausos y gritos de felicidad. Los presentes pensaban en Ouellet, Scola, O’ Malley, Scherer, Tagle, Dolan… “Eminentissimun ac Reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium“. Ahí nadie escuchó nada. ¿Qué había dicho el cardenal protodiácono? “Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio”.



¿Qué dijo? ¿Bergoglio? La gente no salía de su asombro. De hecho, en la plaza de San Pedro se pudo escuchar un “oh” de lamento cuando escucharon el apellido de este cardenal que pocos sabían de qué país era. ¿Dónde estaban los papables de miles y miles de personas? ¿Dónde estaba mi papable Dolan? Puedo decir que sentí un vacío, me quedé helado durante unos minutos. ¿Por qué este Papa?

Mientras el nuevo Pontífice -al que pocos ponían cara- aparecía por primera vez en público, algunas personas empezaron a corear un “Francesco, Francesco, Francesco”. Francisco era el nombre elegido por el cardenal Bergoglio pero pocos lo habían escuchado de boca de Tauran debido al griterío y los aplausos. Doce minutos después salió al balcón y la plaza se llenó de alegría. Era el sucesor de San Pedro. Un Papa que parecía asustado y que saludaba únicamente con una mano, sin moverla. Miraba desde el balcón a miles de personas que pulsaban el clic de sus cámaras, “tablets” y teléfonos móviles para inmortalizar el momento.

Tomó la palabra. “Hermanos y Hermanas, ¡Buenas Noches! Sabéis que el deber del cónclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo. Pero estamos aquí. Os agradezco la acogida”. Y en vez de lanzar un discurso, guardó silencio y comenzó a rezar con quiénes les escuchaban en todos los rincones del planeta. Padrenuestro, Ave María y Gloria. Tres oraciones que marcaron el inicio de su pontificado.

Tras rezar con devoción dijo “ahora querría dar la bendición. Pero antes os pido un favor: antes de que el obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis al Señor para que me bendiga: la oración del pueblo pidiendo la bendición para su Obispo. Hagamos en silencio esta oración de vosotros por mí”. De nuevo solamente se escuchó el sonido de las ambulancias y coches de policía. Más de 300.000 personas guardaban silencio, un silencio que se puede calificar como impactante.

Los papables se olvidaron y los corazones helados por el apellido Bergoglio entraron en calor. El silencio y la oración con el nuevo Papa ganó el alma de millones de personas en aquel momento. Y es que el Espíritu Santo no lee prensa, no ve televisión, no escucha la radio y no conoce a ningún vaticanista de fiar.

Recuerda, “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”, y, si quieres, tus papables. Viva el Papa Francisco, un instrumento del Plan de Dios.





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