Común-unión
por Hablemos de Dios
Se ha hablado y escrito mucho de la eclesiología de comunión. Sin entrar en elucubraciones teológicas, si nos fijamos en lo que se percibe en el ambiente previo al Conclave, lo que suele impresionar negativamente al público en general son las luchas internas que se intuyen en la Curia Vaticana, y de las que se hacen eco los medios de comunicación en la búsqueda continua de titulares sensacionalistas.
Admitamos que los que están las cimas de la jerarquía deberían ofrecer a la Iglesia y al mundo un testimonio transparente de comunión y entendimiento. Por otra parte sería irreal, ilógico, incluso perjudicial pretender que todos los cardenales deben tener un pensamiento idéntico en todo. Una pluralidad de perspectivas es humana, enriquecedora y hasta necesaria, con tal de que exista una comunión en lo esencial, la rectitud de intención y la caridad sobre todo en su sentido más profundo y amplio: amor a Dios, amor a todos los hombres, amor a la Iglesia de Jesucristo.
En este sentido, me parece que lo que hiere y fractura la unidad de la Iglesia no es el hecho de que haya diversos “partidos” entre los cardenales en apoyo de uno u otro candidato “papable”. Pedimos al Espíritu Santo que purifique a cada uno de los cardenales de todo interés personal, de grupo, de todo apasionamiento demasiado “humano”, en el sentido de poco “sobrenatural”, pero sabemos que Dios actúa a través de las circunstancias humanas y se servirá también de las distintas opiniones y visiones de los purpurados.
¿Qué es lo que verdaderamente divide y fractura la Iglesia? El hecho de que después de 50 años trascurridos desde el inicio del Concilio Vaticano II, todavía algunos teólogos, no pocos, sigan enseñando lo que Benedicto XVI ha llamado “el concilio virtual” en su discurso a los sacerdotes de Roma del pasado 14 de febrero. El Papa afirmaba que ya durante el Concilio existían “dos concilios”. El que estaban redactando los padres conciliares en el Vaticano y el que transmitían los medios; que más que comunicar las deliberaciones, las discusiones y los documentos que se aprobaban, lo que hacían era ofrecer a la opinión pública el modelo de Iglesia que, según ellos, debería emerger después del Concilio. Así fue como, después de la conclusión del Concilio, muchos medios eclesiásticos y otros no confesionales, propagaron “en nombre del Concilio” otro “Concilio Vaticano II virtual”. De igual modo los medios hoy, más que iluminar a la opinión pública sobre el significado de la elección de un nuevo Papa en la Iglesia Católica, tratan de decirle a la Iglesia y a los cardenales lo que deberían hacer para ser aplaudidos por el mundo: “un Cónclave virtual”.
Es imposible entender el Concilio Vaticano II sin conocer también la profunda crisis postconciliar que se siguió, y que condujo a la defección de tantos sacerdotes, religiosos y religiosas, a una crisis de identidad que ha costado décadas superar y a una confusión doctrinal que atormentó a Pablo VI hasta el fin de sus días. De modo que Juan Pablo II y Benedicto XVI han sido los que han tenido que implantar el Concilio en aguas más serenas.