De cuando el Patriarca de Etiopía era un señor de Toledo llamado Andrés de Oviedo
por En cuerpo y alma
Sí señor, porque con Andrés de Oviedo, -así llamado aunque fuera de Illescas en Toledo-, de quien me propongo hablarles hoy(1) se demuestra, una vez más como tantas, que esa ínclita raza ubérrima que llamó Rubén Darío y es la de los españoles, se ha hallado presente en los más recónditos rincones del mundo dando prueba de coraje, de estatura y de entrega a la causa de la historia humana.
Nuestro Andrés de Oviedo que acabará siendo, como verán, ni más ni menos que Patriarca de Etiopía, ¡ahí es nada!, nace en Illescas, provincia de Toledo, en 1517 o 1518, de noble familia, perteneciente como era su padre, Pedro González de Oviedo, a la casa solariega de Botal, en Oviedo. Casado éste dos veces, de su primera esposa Mayor Dávila es nuestro Andrés su primer hijo.
Andrés se gradúa como mestre de philosophia en la Universidad de Alcalá. Con 23 años de edad marcha a Roma e ingresa en la Compañía de Jesús, sólo nueve meses después de que la orden fuera aprobada por el Papa Pablo III. Al ingresar, Andrés renuncia a todos sus bienes en favor de la Virgen de la Caridad de Illescas.
Andrés se gradúa como mestre de philosophia en la Universidad de Alcalá. Con 23 años de edad marcha a Roma e ingresa en la Compañía de Jesús, sólo nueve meses después de que la orden fuera aprobada por el Papa Pablo III. Al ingresar, Andrés renuncia a todos sus bienes en favor de la Virgen de la Caridad de Illescas.
Estudia teología en la Universidad de París y tiene que dejar la ciudad por la guerra entre Francia y España, continuando sus estudios en Lovaina, de donde pasa a Coímbra para ordenarse sacerdote. Es el fundador, junto a otros cuatro jesuitas, y también su primer rector, del Colegio de Gandía, que el Papa Pablo III eleva a universidad por medio de la bula “Copiosus in misericordia” (1547), lo que le otorga plaza a nuestro Oviedo entre esos grandes sabios españoles fundadores de universidades. En la propia universidad de su fundación se saca Oviedo el doctorado en teología.
Practicante acérrimo de una estricta vida penitencial pide al general de la Compañía permiso para retirarse siete años, pero Ignacio no se lo concede. Entra por ese entonces en contacto con Francisco Borja, quien ingresa en la Compañía bajo su dirección espiritual, y escribe, también por su indicación, su célebre “Tratado de la confusión”.
En 1550 acude con él a la reunión convocada por Ignacio para comunicar las Constituciones de la Compañía y presentar su renuncia al generalato, que no acepta ninguno de sus seguidores salvo precisamente Oviedo, persuadido de que era la voluntad profunda del fundador.
En Nápoles, funda un nuevo colegio, del que es una vez más su primer rector, y pasa después al colegio de Tívoli donde prepara un tratado-apología sobre la comunión que después publicaría Cristóbal Sánchez de Madrid, con el título “De frequenti usu sanctissimi Eucharistiae sacramenti”.
En Nápoles, funda un nuevo colegio, del que es una vez más su primer rector, y pasa después al colegio de Tívoli donde prepara un tratado-apología sobre la comunión que después publicaría Cristóbal Sánchez de Madrid, con el título “De frequenti usu sanctissimi Eucharistiae sacramenti”.
Es por entonces cuando, a requisitoria del rey Juan III de Portugal, el Papa Julio III (15001555) lo designa coadjutor primero del Patriarca de Etiopía que acaba de nombrar, el jesuita portuense João Nunes Barreto. Cargos ambos que llevan a aparejado el rango episcopal, constituyendo Andrés y João los primeros obispos de la naciente Compañía. Oviedo aprovecha la espera de un año hasta que parte para su misión, para predicar en el Alentejo portugués, lo que le da ocasión entre otras cosas de conocer en Évora al dominico Fray Luis de Granada.
Punto éste que nos parece momento adecuado para explicar qué es lo que los nuevos obispos se van a encontrar en Etiopía.
Para empezar, uno de los rincones del planeta donde antes arraiga el cristianismo -la conversión del primer etíope se recoge en los mismísimos Hechos de los Apóstoles (ver Hch. 8, 26-39)- lo que no obsta para que constituya un mundo semidesconocido entre los europeos, para quienes se presenta como la misteriosa tierra del Preste Juan, personaje mitológico que hizo fortuna en el medioevo, especie de monarca-sacerdote descendiente de los Reyes Magos.
Etiopía es una tierra que ya en la época de nuestro compatriota, viene caracterizada por dos notas que aún hoy persisten. Por un lado, una notabilísima presencia del islam, que no halla ninguna dificultad en atravesar el Mar Rojo y el Golfo de Adén desde los primeros momentos de su expansión recién muerto el Profeta, arabizando e islamizando toda la franja costera que hoy constituyen Somalia y Eritrea. Por otro, un cristianismo muy particular, el de los coptos, que bien podríamos denominar “los cristianos del Nilo”, los cuales profesan el monofisismo, -es decir la creencia de que se da en Jesucristo una única naturaleza, la divina-, aislados desde los primeros tiempos y particularmente desde que en el año 451, el monofisismo es condenado en el Concilio de Calcedonia (pinche aquí si desea conocer el cristianismo copto), y aún más desde que en el s. VII el islam se hace con el control de las vías marítimas y también terrestres que conducen a Etiopía.
Aún así, antes de la llegada de los portugueses ya se había producido algún intento de conciliación con Roma, como el que cristaliza en el documento “Cantate domino” (1442) del Concilio de Florencia, el cual sin embargo, no entra en vigor por negarse los coptos a ratificarlo.
Con la expansión de los portugueses por el Indico, el rey etíope, conocido como el Negus, pide ayuda en 1541 a los radicados en la India para sofocar una rebelión. Una ayuda que llega con Cristóvão da Gama y un ejército de cuatrocientos soldados, la cual permite albergar nuevas esperanzas de conciliación y conducen a Roma a la simpar iniciativa de nombrar un patriarca, primero católico en la zona. Cosa que, por otro lado, es posible gracias al esfuerzo realizado por las misiones enviadas por los jesuitas, razón por la cual, nada tiene de particular que a la hora de nombrar un patriarca para lo zona, Julio III se acuerde precisamente de los soldados de la Compañía, que eso y no otra cosa, es lo que son tanto Nunes como Oviedo.
Una vez en Goa nuestros dos jesuitas, el gobernador portugués, antes de mandarlos a Etiopía, envía a reconocer el país al padre Gonçalo Rodrigues y al hermano Fulgêncio Freire, los cuales retornan informando de que el Negus sólo busca una alianza contra los musulmanes, pero no alberga intención alguna de reconciliarse con Roma, algo muy similar a lo que ya había ocurrido el siglo anterior entre Roma y Constantinopla ante la amenaza otomana. Lo que si no sirve para disuadir a nuestro valeroso Oviedo de embarcarse para Abisinia con cinco de sus compañeros, sí disuade, en cambio, a Barreto, que se queda en la India, donde morirá en 1562, lo que produce la automática sucesión de su coadjutor en el patriarcado.
Llegado a destino en 1557, Oviedo será amigablemente acogido por el Negus Claudio de Etiopía, también llamado Galawdewos o Atanaf Sagad, que aunque no se convierte, sí lo acerca a la corte y hasta presencia los debates que sostiene con los monjes etíopes. Pero a Claudio le sucede apenas dos años después su hermano Minas o Adamas Sagad (15591563), quien alarmado por las conversiones conseguidas por nuestro compatriota, le prohíbe seguir predicando. Oviedo conoce incluso los sinsabores de la cárcel, y es obligado a exiliarse con sus compañeros a la ciudad de Aksum, en la zona fronteriza de Tigré, a la que da el nombre de Fremona, en honor de San Frumencio, patrón de Etiopía.
Muerto Minas en 1563, le sucede su hijo Malac Sagad, quien aunque tampoco se convierte, devuelve a los jesuitas la libertad de la que habían disfrutado durante el reinado de Claudio, dirigiendo la comunidad de convertidos y la pequeña colonia de católicos portugueses (aquellos soldados venidos con Cristóvão da Gama) que, por un lado, no habían podido retornar, pero por otro, se habían aclimatado perfectamente, tomando mujeres y formando familias.
Por su parte y ante la imposibilidad de llevar adelante la misión, el Papa Pío V dispone el traslado de los misioneros y el envío de Oviedo a Japón, cosa que ordena mediante breve del 2 de febrero de 1566, que no se puede ejecutar debido al control de los mares que ejercen en la zona los musulmanes. Así que el probo jesuíta verá terminar sus días en tierra etíope, concretamente en Fremona, cosa que viene a acontecer el año 1577, probablemente el 29 de junio, cuando no tiene aún ni los sesenta, aquejado del llamado “mal de piedra”.
En Etiopía, Oviedo había llevado la vida frugal y ascética que siempre deseó llevar, procurándose su propio sustento y ganándose así el cariño de los locales. Si santo había sido considerado en vida, más aún lo será una vez muerto. Su sepultura se convierte en lugar de culto para católicos y para coptos. En 1603, otro gran misionero español, Pedro Páez, envía su cabeza al provincial de Goa. Melchior da Silva, por su parte, y por encargo del arzobispo Meneses, comienza a recoger datos sobre su vida de cara a su canonización, pero sin mayor resultado hasta la fecha, pues aunque la causa de beatificación se abre el 13 de junio de 1630, a fecha de hoy Andrés Oviedo no pasa de venerable (¿dónde están los postuladores jesuitas?)
Oviedo traducirá al etíope muchos escritos de otras lenguas. Amén de ello escribe una obra sobre los errores de los cristianos locales, el “De Romanae Ecclesiae Primatu, deque erroribus Abassinorum”, cuyo texto original se ha perdido, aunque se conserve un resumen. Y se conocen veinticinco textos más escritos por él desde la misión abisinia.
Lo describe Francisco de Sousa como “de grande estatura, os olhos encovados, o rosto e corpo todo secco, e magro pela muyta penitencia que sempre fez”. Se encuentra un retrato del jesuita en el claustro del antiguo Colegio Real de la Compañía de Jesús de Salamanca
Para terminar de comprender en su totalidad la figura y talla de Andrés de Oviedo, les tendría que hablar un poquito del Patriarcado de Etiopía, qué es y su alcance histórico. Pero estimo que por hoy ya me he enrollado bastante, y que quizás, lo mejor sea que dejemos el tema para otra ocasión. Eso sí, con la promesa de que por aquí volveremos con él, para que sigan Vds. admirando y queriendo, como yo, a nuestro sabio y santo compatriota Andrés de Oviedo.
(1) Para escribir el presente artículo, me he basado en el excelente trabajo titulado “Andrés de Oviedo, patriarca de Etiopía” de Eduardo Javier Alonso Romo, de la Universidad de Salamanca.
©L.A.
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