Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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El líder

por Diálogos con Dios

El cardenal arzobispo abandona la capilla Sixtina en silencio y entra en la soledad de su sencilla habitación. Tiene deseos de descansar y orar un rato en su interior. Todos los cardenales se han retirado a sus respectivos aposentos para descansar ante el cónclave de mañana, dónde comenzarán las votaciones para elegir al nuevo líder de la iglesia.
Después de desvestirse y darse una rápida ducha, se toma lentamente su diario vaso de leche. Al terminar su ritual nocturno, se dispone a rezar y abre un pasaje de la escritura al azar, al modo como lo hizo San Agustín hace unos cuantos siglos encontrando la verdad, cambiando su vida y convirtiéndose en un pilar de la iglesia. El pasaje es de San Mateo:

“Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis.» Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Subieron a la barca y amainó el viento”

El Señor, como siempre, responde a sus dudas de las últimas semanas. El cardenal considera haber recibido una moción particular del espíritu Santo designándole como el próximo sumo pontífice, desencadenando una auténtica batalla campal en su interior dónde la confianza y las dudas pelean a muerte. Evidentemente, no es nuevo en estas lides. Recuerda, cómo si fuera ayer, la lucha interna que mantuvo durante años desde que sintió por primera vez la llamada del Espíritu a la vocación sacerdotal hasta que se rindió y aceptó la voluntad divina para su vida. Así, ha ido descubriendo paulatinamente las vías por donde ha transcurrido el tren de su vida. A golpe de inspiración divina e interpretación y discernimiento de su propia historia vital. Lo que le deja perplejo aún, es que después de tantos misiones y cargos desempeñados, después de tantos retos superados, sigue teniendo las mismas dudas y debilidades de siempre. La batalla de la fe es diaria, siempre nueva y apasionante. Lo que está claro es que nunca se ha visto ante reto semejante.
Que Dios le proteja.
Medita y saborea durante unos minutos la palabra y tras agarrar su rosario preferido, se pone de rodillas en el reclinatorio y comienza a orar muy lentamente. Un pensamiento exterior a él, le invade la mente: “No se trata de ti, ni de tus fuerzas, ni tus méritos. No te mires a ti mismo. Se trata de ellos, se trata de mis ovejas. Confía en mí. Yo lo haré todo”

En ese momento llaman a la puerta, sacándole de un golpe de su ensimismamiento interior. Se acerca a la puerta intrigado.
—Hola ¿No te inoportuno verdad? Necesito hablar contigo unos minutos, ¿puedo?
Un joven cardenal de 58 años, ataviado con una bata y zapatillas azules, se ha plantado ante su puerta con la firme intención de introducirse en su habitación para charlar un rato.
—En fin, estaba a punto de meterme en la cama, mañana tenemos un día cargadito—intenta excusarse el dueño de la habitación, pero el entusiasta visitante entra, casi atropellándole, sin prestar atención a sus evasivas y se acomoda en la silla del escritorio:
—Estoy emocionado y no consigo conciliar el sueño. Necesito hablar un rato. No todos los días participas en un evento de importancia máxima como la elección del próximo sucesor de Pedro.
Ambos cardenales se conocen de hace tiempo, han compartido comisiones y trabajos durante varios años. Siempre se han caído especialmente bien y es fácil la comunicación entre ellos. El cardenal asume la intromisión de su colega, cierra la puerta y se sienta pacientemente sobre el borde de su cama, cerrando la biblia y dispuesto a escuchar.
—Dime, ¿te preocupa algo?
—Necesitamos un líder. El presente es demasiado complejo e incierto en el mundo y en la iglesia.
—Claro, para eso estamos aquí.
—Ya.—el visitante juguetea impaciente, con el cinto de su batín —Me refiero a que no veo a nadie con el perfil. Veo a varios que pudieran acercarse, pero…
El cardenal no quiere entrar en debates y disquisiciones estériles y aprovecha las vacilaciones de su amigo para zanjar el tema:
—El Espíritu Santo nos lo irá revelando.
—Lo sé, pero no puedo evitar darle vueltas continuamente.
—No te inquietes.
—Ya me conoces, es mi carácter.
El cardenal comprende que no puede evitar el diálogo e intenta ayudar a su amigo.
—Un líder lo es, porque ve el camino por dónde se ha de ir...
—¿Quién tiene esa clarividencia?
—Solo Jesucristo conoce el camino y se lo revelará a quién convenga, mañana.
—Ya, —el joven y espóntaneo cardenal después de unos segundos de tregua, vuelva a la carga—Necesitamos un líder que nos una, creo que eso es lo que necesita el mundo hoy más que nunca, que vea en nosotros unidad. Los signos de la unidad y la comprensión son los que debemos mostrar a las generaciones venideras.
—Joseph lo intentó.
—Tú lo has dicho, lo intentó. Pero el Señor no le concedió conseguirlo.
—No le dejaron, tuvo enfrentamientos desde el principio.
—Por eso creo que el próximo debe concitar el máximo de simpatías. Debe ser uno de nosotros que aglutine a todos y no tengamos barreras con él. Debe confiar y sobre todo, hacernos confiar. Sin autoritarismos pero sin discutir su autoridad.
—Insisto. Joseph lo intentó.
—Y yo te vuelvo a insistir que lo intentó, pero no lo consiguió. Ha sido como un Moises que no llegó a entrar en la tierra prometida. Dios permitió barreras que no pudo superar, esas barreras no deben existir o deben sucumbir ante el nuevo pescador.
De repente su jovial amigo se presenta a sus ojos como un experto sabio que parece estar enviándole un mensaje importante para el futuro. El cardenal calla y medita y su amigo respeta su silencio. Comprende que ha llegado el momento de irse a la cama. Ya, en el pasillo antes de cerrar la puerta, se despide:
—Que descanses amigo, —desde dentro su colega sentado meditabundo le observa callado—mira, hemos tenido un gran padre, pero al padre siempre le juzgan o abusan de él sus hijos más queridos. Ya no es tiempo de paternalismos. Es el tiempo de la madurez. Es el tiempo de los líderes. A partir de ahora todo se complica y necesitamos potencia.
Después de unos segundos de silencio, donde las últimas palabras quedan como grabadas en las paredes, el cardenal de la bata azul se despide definitivamente con cariño evidente hacia su amigo:
—Buenas noches, hermano.
Y mientras recorre el solitario pasillo hacia su alcoba reflexiona sobre la conversación con su colega y candidato preferido y concluye en que no se había equivocado. Es el más adecuado… lo discierne en su alma.
Mientras, en la habitación, el cardenal arzobispo que inició la noche queriendo descansar y orar en intimidad con el Señor, se ve ahora sacudido, inquietado por un mar de pensamientos encontrados, tras la inesperada visita.
Decide meterse en la cama y descansar en los brazos de Jesucristo y de su madre la virgen.
Mañana será otro día.
Mañana, Dios revelará su decisión.
Y Mañana, él seguirá siendo un pobre pecador en manos de Dios.


“Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto. Decían: Bendito el Rey que viene en nombre del Señor, Paz en el cielo y gloria en las alturas. Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Respondió: Os digo que si éstos callan gritarán las piedras” (Lc 19, 37)


 




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