Oculto para el mundo. Los últimos días de Benedicto XVI
por Cerca de ti
Oculto para el mundo
La noticia se propaló sigilosa y rápidamente entre los cristianos, en medio del estupor y la incredulidad. Un mensaje de texto, una repentina llamada telefónica irrumpía imprevistamente en la rutina de un lunes más, en torno a las nueve de la mañana uruguaya: “Renunció el Papa”. La figura de Benedicto XVI quedaría estampada en las horas sucesivas en las portadas de todos los diarios del mundo en sus ediciones impresas o digitales. Todo había sucedido en un santiamén, dicho con palabras sencillas y con el corazón, pero en latín, y sólo una periodista que entendía el idioma logró comprender lo que el Papa estaba diciendo al término de un encuentro con un buen número de cardenales en la mañana del lunes 11 de febrero. Tal fue su pasmo que confesó que le temblaron las rodillas, en tanto que el resto de los periodistas acreditados ante la Santa Sede permanecían insensibles a las palabras que cortaban el aire como un cuchillo: “declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma”…. La noticia no había que inventarla en esta oportunidad, ni fabularla, estaba allí servida como en bandeja, pero se la perdieron por desconocer el idioma oficial del lugar al cual están destinados como especialistas, como “vaticanistas”.
Desde entonces las emociones se han ido sucediendo y acrecentando a medida que avanzan las agujas del reloj, y cada aparición pública del Papa es vivida con un entrañable ternura por parte de los fieles, que le regalan sus silencios de gratitud y admiración, que quieren decirle “no te vayas” y a la vez “estamos contigo, te respetamos, tu cruz es nuestra cruz”… En el Ángelus del domingo pasado la multitud desbordaba la Plaza de San Pedro por la vía de la Conciliación, y podían verse los carteles… “Santo Padre, ¡quédate con nosotros!”, o “¡Santo Padre, te queremos!”. La tensión crecía, y el Papa, entre los coros y aplausos, agradeció por “¡haber venido así de numerosos!”, y dijo también: “esto es un signo de afecto y cercanía espiritual que me están manifestando en estos días!” Las lágrimas asomaron también en los ojos de los cardenales que captaron las cámaras de televisión en la conmovedora misa del miércoles de ceniza en la Basílica de San Pedro, cuando un interminable aplauso asedió la humilde presencia del Santo Padre, quien daba la impresión de estar sumido en las profundidades de Dios, y sólo volvió en sí para pedir que se continuase con la oración, interrumpiendo de este modo la aclamación con que el pueblo de Dios le estaba manifestando su cariño.
En la mañana de aquel miércoles 13, en la Audiencia general en el Aula Pablo VI, se vivió un momento lleno de expectativa, era la primera y esperada aparición luego del anuncio de su renuncia, a la que volvió a referirse:
“Como saben —gracias por vuestra simpatía—, he decidido renunciar al ministerio que el Señor me ha confiado el 19 de abril de 2005. Lo he hecho con plena libertad por el bien de la Iglesia, tras haber orado durante mucho tiempo y haber examinado mi conciencia ante Dios, muy consciente de la importancia de este acto, pero consciente al mismo tiempo de no estar ya en condiciones de desempeñar el ministerio petrino con la fuerza que éste requiere. Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla. Agradezco a todos el amor y la plegaria con que me han acompañado. Gracias. En estos días nada fáciles para mí, he sentido casi físicamente la fuerza que me da la oración, el amor de la Iglesia, vuestra oración. Sigan rezando por mí, por la Iglesia, por el próximo Papa. El Señor nos guiará.”
Volvimos a ver al Santo Padre en la mañana del jueves 14, cuando se encontró en el Aula Pablo VI con los párrocos y el clero romanos, e improvisó una charla de cincuenta minutos en que recordó su experiencia y participación en el Concilio Vaticano II, tal como le habían pedido. Les dejó estas palabras hechiceras: “Aunque ahora me retire, estaré siempre cerca de todos ustedes con la plegaria y estoy también seguro de que todos ustedes estarán cerca de mí, aunque permanezca oculto para el mundo”.
Y el Papa se nos está yendo, se nos va adentrando en lo oculto, se nos va alejando con su palabra habitada de poesía y de sencilla sabiduría y de dulces melodías. Sus días de retiro cuaresmal, predicado por el cardenal Ravasi para toda la curia, nos lo han sustraído incluso en estos días en que queremos tenerlo junto a nosotros. Se nos va ocultando en su cruz, que irá con él hasta el monasterio Mater Ecclesiae, acompañado por su fiel secretario, monseñor Georg Gänswein. Hace mucho que Benedicto permanece oculto para el mundo. Dios nos ha permitido ver la cruz en el cuerpo de Juan Pablo II, y la cruz en el alma de Benedicto XVI, el Papa difamado y escarnecido públicamente, a la vista de todos, como si fuera una vergüenza para este mundo. Su Pasión ha sido lenta e incesante. Todos los cristianos la hemos visto y la hemos sufrido estos años. Dios lo había preparado. Desde siempre. Ya era el cardenal difamado, y lo era desde dentro. Y antes había sido el profesor acorralado y aislado… ¡Y cuál fue la sorpresa cuando Dios lo puso en aquella bendita plaza, en los funerales de Juan Pablo, y pudimos ver quién era Joseph Ratzinger! Sí, Dios obra con humor y con paciencia. Dios le hizo justicia, y puso al profesor de Papa para que nos enseñara desde el lugar más alto de la Iglesia, para que recuperáramos todo ese tiempo en que lo habían dejado oculto para nosotros. Se ha dicho que Juan Pablo II fue el papa de los gestos, y Benedicto el de la palabra. Gänswein ha dicho que Juan Pablo II abrió los corazones, ¡y Benedicto los llena! No ha habido un solo día en que Benedicto permaneciera oculto para los cristianos. Y no lo habrá. Tú eres Pedro, y no será fácil decirte adiós, saber que estás allí, en tu monasterio… Y tu silencio llenará los corazones aun más que tus palabras. Adiós, Benedicto, adiós…