Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Un ocio viable socialmente más allá del móvil

Jóvenes con el móvil en la mano.
El ocio digital arrasa con toda tarea educativa, porque potencia todo lo contrario a la reflexión, al esfuerzo, a la creatividad, a la creatividad, a la motivación.

por Familia, Educación y Cultura

No se trata tanto de pensar en el problema del móvil (un gran reto) como escudriñar qué pasa detrás de este artilugio digital que constituye, con muchas más pantallas, un grave problema planetario para la juventud que podríamos acotar un poco, de entrada, acuñando este concepto: la industria del ocio digital no es viable socialmente.

El significado del ocio en la Grecia clásica

Si consultamos el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (1991-1997) de Joan Corominas, la palabra escuela procede del latín schola, y significa lección, escuela. Y este vocablo schola proviene del griego σχολή (skholé) que presenta un campo semántico más amplio: ocio, tiempo libre, estudio y también escuela. La Grecia clásica se refiere a esta voz como el momento exento de obligaciones dedicado a actividades placenteras, pero, como insiste Aristóteles, no en el sentido de juegos y fiestas hedonistas sino como el cultivo de la reflexión y la contemplación filosóficas.

Para Aristóteles el ocio era una condición de posibilidad, “trabajamos para tener ocio” (Ética a Nicómaco), de todo lo valioso que podía alcanzar el hombre, como ser social, en su camino hacia el florecimiento.  Es el momento oportuno para la búsqueda de la sabiduría entre la aristocracia culta de la Grecia clásica: los temas son la poesía, la excelencia, el gobierno justo de la polis (ciudad-estado).

Rafael, 'La Escuela de Atenas'. Museos Vaticanos.

Rafael, 'La Escuela de Atenas'. Museos Vaticanos.

También skholé en griego significa academia, escuela, en la medida en que es durante este tiempo de ocio cuando se aprende filosofía y otras disciplinas ligadas al pensamiento, la literatura, el arte y el perfeccionamiento personal. Los griegos cultivados y libres empezaron, en su tiempo de ocio, por estudiar y valorar la literatura, la filosofía y el arte heredados a lo largo de los siglos (de Homero, Hesíodo, Esquilo, Pitágoras, siglos VIII-V a.C.) y, progresivamente, consideraron que estas obras y muchas otras posteriores (Platón, Aristóteles, la retórica) debían convertirse en parte de las disciplinas que debían ser cultivadas y aprendidas por los más jóvenes como modelo de vida en la escuela formal: en la escuela elemental, la de música, en la palestra, luego en la escuela secundaria, etc. Así se fue definiendo la Paideia. Y, con los siglos, la educación liberal que llega hasta hoy.

El significado del ocio en la Roma republicana e imperial

En Roma el ocio, ya desde la República, y de un modo claro en el Imperio, buscaba heredar las señas de identidad griegas. Entre muchos patricios el ocio estaba destinado a pensar, estudiar, contemplar y también, en el caso de sus hijos, facilitaba ir a la escuela y aprender. Sin embargo, progresivamente, el ocio también se convirtió en un entretenimiento de masas: carreras de carros, peleas de gladiadores en los que prolifera un exceso de crueldad unido a un ocio más hedonista y menos multitudinario de bacanales y saturnales plagado de lujuria, alcohol y excesos. Estamos ante los inicios del panem et circenses que deleita a las clases populares en la República y será preponderante durante el Imperio. Las clases altas se reservan otros lujos más sofisticados, pero igualmente disipados. Este ocio hedonista es promovido por el estado y algunos particulares poderosos quizá con vistas a embrutecer al pueblo para dominarlo mejor, entretenerlo y evitar disensos y revueltas. En el Alto Imperio tiene uno de sus momentos álgidos y alcanza su apogeo en el Bajo Imperio.

Antes del auge de este ocio durante el Imperio, ya emerge Cicerón, el gran retórico, filósofo y político del siglo I antes de Cristo, señalando el descarrío de ciertos entretenimientos romanos y proponiendo un ocio con dignidad (otium cum dignitate) en su reflexión sobre el desenfreno de un fiero gusto por la sangre y por el sexo. Cicerón rechaza la frivolidad y propone la virtud en la línea de la Paideia griega. Influido por el estoicismo, que anda muy presente en su obra De Officiis, Cicerón señala que el ocio debe contribuir a la construcción interior del hombre, debe ser un ocio humanista, y también debe promover, implícitamente, la estabilidad de la República. Cicerón, podemos deducir, también augura que este tipo de ocio puede ser destructivo, puede minar la vida cívica, la virtud, y la sabia participación ciudadana. Pone, en una palabra, en riesgo la sostenibilidad del estado a largo plazo.

La caída de Roma

El poder imperial, a partir del siglo III, inestable, fragmentado y corrupto, a tenor de los estudios de algunos historiadores, afectó negativamente a la administración, perjudicó a la enseñanza elemental, media y superior, decayó la cultura, la literatura, el número de filósofos-educadores y por consiguiente la alfabetización y la educación cívica. El cuidado de la ética y la sabiduría disminuyó entre las clases patricias. En la caída del Imperio Romano este deterioro de la cultura y la educación podrían constituir una concausa más, no está claro, entre otras muchas del fin de Roma. Y el ocio de masas, disoluto, banal, y ciertamente inhumano, quizá era una metáfora sustantiva del tortuoso y tambaleante camino de Roma. No podemos hablar de una causa más pero sí de un síntoma de que los tiempos estaban cambiando. La llegada del cristianismo al poder fue gradual y su influencia se fue haciendo patente, pero no de un modo suficiente como para sostener al Imperio.

¿Cuál es la razón de estas reflexiones sobre el ocio en la Antigüedad grecolatina? Pues partir de una base para pensar el ocio en el presente. No en una comparación de situaciones histórico-culturales, que creo que no se pueden plantear, sino para destacar algunas similitudes con prudencia.

El móvil y el ocio de la expansiva industria digital

Hoy el ocio planetario, y nos centraremos en el móvil omnipresente entre los menores, ha perdido la grandeza a la que aspiraban los Aristóteles, Cicerón y el mismo Séneca que en el siglo I después de Cristo, escribe De Otio. El estoico Séneca en esta obra, a contracorriente, aboga por la recuperación de un ocio sobrio y templado, contenido y virtuoso. Creo que se puede afirmar que Séneca sabe que el valor del mejor ocio, del ocio humanista, es clave para la vida de una sociedad próspera. Hablaba muy claro. ¿Hoy reflexionamos con esa claridad? No: aún estamos obnubilados por la fascinación ante el móvil y la tecnología que resulta muy fashion, pero que tiene una parte oscura terrible.

Hay que empezar a elevar la voz para repensar el ocio digital en general y el ocio procedente del móvil en la vida de los menores. No es viable. Es un ocio no solo empequeñecedor sino destructivo. Cuando nuestros niños y jóvenes están en tiempos de estructurar su personalidad, apostar por las grandes ideas, el ocio -insisto en el móvil pues creo que es la punta del iceberg- es castrante, hablando metafóricamente. Ahoga y hace enmudecer los ideales, las aspiraciones que todo joven, bien conducido, ha albergado siempre en su alma. La Paideia griega, Cicerón, Séneca hablan desde un contexto muy distinto, pero nos dotan de categorías para pensar. El ocio es para crecer humanamente, madurar, abrirse al mundo y a la realidad, contemplarla, y alcanzar la excelencia desde el estudio, la autorreflexión, la sociabilidad y el conocimiento

Un ocio humanista y magnánimo para sostener nuestras sociedades

No es un tema baladí. ¿A dónde vamos con este ocio digital que arrasa de Occidente a Oriente la integridad de la vida de los más jóvenes? ¿Este es el alimento constante para unos menores, unos jóvenes, que nos deben relevar al frente de los puestos de responsabilidad en el futuro? ¿Este es el ocio constructivo que les debe abrir perspectivas, sueños, grandes empresas para repensar el presente y el futuro?

Para entender esta posmodernidad dislocada hay que leer a Byung-Chul Han. Y este surcoreano afincado en Alemania, pensador de referencia internacional, señala que con este ocio digital y estresante estamos sirviendo a los grandes y perdiendo la contemplación y el silencio. Y arrinconando a los pequeños, añado yo. O dicho de otra forma: ¿es viable una sociedad ajena al saber, al conocimiento, al cultivo del alma que no sabe qué es un ocio inteligente como proponían insistentemente algunos sabios griegos y romanos? O estamos viviendo tiempos de extrema ignorancia o, por el contrario de un acusadísimo cinismo complaciente. Occidente actualmente no está reconociendo que vive un ocio desarraigado, decadente, de violencia, de pornografía, de vulgaridad, de juego compulsivo que afecta a los más vulnerables, a los menores en formación. Ese es el problema: no reconocerlo.

Este nuevo ocio digital no solo no nos invita a descansar, sino que penaliza la atención, la curiosidad, el trabajo, la maduración y la quietud reflexiva. Es un ocio online que puede corromper a los menores. La legislación internacional es muy clara, de un modo distinto en cada país, en la protección a los menores en estos planos.

Un ocio dañino, que atenta contra la salud sobre todo de los más frágiles a los que sume en la ansiedad, la depresión y las ideaciones suicidas. Un ocio que desbarata la tarea fundamental de la escuela y la universidad. Estamos simbólicamente ante el mito de Sísifo presente en La Odisea de Homero: lo que construye y eleva la educación en los más jóvenes lo derriba el ocio digital. Un ocio embrutecedor que acaba minando la nobleza de espíritu y el florecimiento maduro de tantos niños y adolescentes.

Las respuestas de la sociedad civil ante la inacción de las administraciones

Es lacerante la inacción de muchos estados -otros están prohibiendo el móvil en la escuela como mínimo-. La Unesco, la agencia de educación, ciencia y cultura de las Naciones Unidas, no ha podido evitar pronunciarse  en este tema. Afirma que hay evidencia de que el uso excesivo de teléfonos móviles está relacionado con un rendimiento educativo reducido y que los altos niveles de tiempo frente a una pantalla tienen un efecto negativo en la estabilidad psicológica de los menores. Pero es solo un propuesta. ¿Está sucediendo que los gobiernos temen el poder de las Big Tech? Aunque tampoco creo en una mecánica prohibición del móvil. El tema es más complejo: la pregunta es cómo sustituimos el móvil por un ocio humanista y movilizador. Tema muy complejo.

En esta dirección a mi me interesan las propuestas privadas y locales: es significativa el abundante número de iniciativas que parten de la sociedad civil. El caso de Seattle es claro: se denuncia a las Grandes Tecnológicas del daño que están padeciendo sus estudiantes: pediátrico y educativo.  Estas propuestas, cuyo núcleo es Seattle, se han expandido a 10 estados y 44 distritos escolares en Estados Unidos.

Las advertencias de Catherine l'Ecuyer sobre el daño que hacen las pantallas a los niños.

Y luego llegan las iniciativas más familiares. ¡Es tan serio el perjuicio de un móvil omnipresente y omnisciente -me duele utilizar estas metáforas- que gobierna la vida de los menores que acaba despertando la rebeldía de municipios, escuelas y familias!  La iniciativa irlandesa de Greystones, donde escuelas y familias se oponen al móvil, es de una ejemplaridad luminosa.  En nuestro país también hay muchos colegios y familias que se organizan (Mataró, provincia de Barcelona es un ejemplo) para posponer el móvil hasta los 16 años. 

También en algunos rincones de España, desde la pediatría, en la atención primaria que atiende a los niños en los primeros años de vida, se está desaconsejando a los padres el uso de las pantallas a tenor, por ejemplo, de los problemas de un lenguaje muy limitado de muchos infantes.

El ocio fundamental en la infancia, en la adolescencia y en la juventud no puede estar al albur del mercado donde manda sola una divisa: el máximo negocio a pesar de todas sus consecuencias adversas. El mercado sirve para muchos fines pero aquí necesita regulación. Sin embargo, insisto, me interesa la reacción a pie de calle.

El ocio, el juego, el tiempo libre es tiempo de formación

El ocio es tiempo de aspiraciones, de emprendimiento, deporte y cultura. Pero padecemos la lógica del último capitalismo global y voraz que ha perdido, sobre todo en la cultura, en el entretenimiento y la diversión (salvo numerosas excepciones), todas sus referencias humanistas. Daniel Bell, sociólogo muy activo en la década de los años ’70 y ’80, señaló (en una obra que esta cobrando una gran actualidad, Las contradicciones culturales del capitalismo [1976]) como el tecno-capitalismo exige una ética del trabajo ascética, esforzada, llena de exigencia, y, paralelamente, despliega una oferta en el mundo de la cultura y del ocio que solo ofrece satisfacción hedonista diametralmente opuesta a las exigencias éticas del trabajo diario. Sus análisis son muy pertinentes hoy. ¿Como vamos a educar a los jóvenes y exigir productividad a los mayores si los torpedeamos para que se abandonen al ocio más feroz? Entonces el trabajo y el estudio se acaban convirtiendo en una tortura (trepalium, en latín).

Necesitamos recuperar un ocio con grandeza, inspirador, socialmente sostenible

El capitalismo más reciente presenta unos cuantos límites y el mundo del ocio digital, el móvil, los está rozando y superando hace algunos años. Personalmente creo que el punto de partida es el iPhone que nace en 2007. Creo que desde entonces es un tema planetario que hay que arrostrar. Pero dejo para los políticos, los científicos y los empresarios humanistas, aquellos que cuentas con una autentica responsabilidad social corporativa, las mejores soluciones. Por mi parte solo me veo con ánimos de proponer alguna idea para que familias, comunidades, escuelas, municipios emprendan iniciativas ejemplares, de ideales altos, de grandeza y nobleza para mejorar en el plano de lo concreto estas derivas indeseadas que provoca el móvil.

Niños en una biblioteca.

El fomento de la lectura, tanto en el hogar como mediante bibliotecas públicas, es esencial parda fomentar un ocio enriquecedor.

Sólo me ciño a las soluciones que se pueden realizar mancomunadamente y comunitariamente poniendo de acuerdo a las familias, a las escuelas, al municipio de un territorio determinado. A solas, casa por casa, no se logra nada. Solo se puede sustituir un móvil cuando se tienen alternativas, empuje, osadía. Una comunidad debe ofrecer un ocio alternativo con  aspiraciones magnánimas. Entonces se puede prescindir del móvil. ¿Cómo? Arrimando el hombro y construyendo nuevos espacios donde nadie queda excluido. Recuperando la lectura por placer. Transformando la biblioteca municipal en un piélago, también, de actividades compartidas como los cuentacuentos para los pequeños y los clubs de lectura para los menos pequeños o los recitales poéticos. Un teatro local que organiza concursos musicales o una obra de teatro. Un ayuntamiento que promociona la bicicleta en competiciones viables para todas las edades. Y también apelo a las empresas que, en un municipio free-phone, se pueden ganar la vida ofreciendo negocios plausibles como viajes, excursiones, visitas culturales. Y luego están los musicales que tanto arrastran a los jóvenes, pero como protagonistas. Y múltiples negocios inexplorados. O el polideportivo local que crea una pista de atletismo que sirve para innumerables actividades deportivas y no deportivas. Por ejemplo: una convención de iniciativas para sustituir el móvil. Iniciativas altruistas y negocios razonables.

Grandeza de espíritu para sustituir, no prohibir, el móvil

Se necesita mucha magnanimidad, animo grande, audacia. Y sobra la pusilanimidad, animo pequeño y vulgar, pasividad y sobre todo desesperanza. Y falta creatividad comunitaria, empresarial, cultural. Y mucho cinismo es lo que también sobra: “Esto es imposible, esto es demasiado happy flower”. Necesitamos un ocio de relación, de sociabilidad, de encuentro venturoso más allá de la soledad terrible del móvil. Soledad terrible y enfermiza que nos daña, paraliza y nos hace pequeños y sobre todo manipulables. Quizá estemos hablando de un ocio rebelde en el sentido más sereno de la palabra. Quizá la clave sea un ocio auténticamente altruista donde nos hacemos cargo del otro, de los otros, donde nos cuidamos los unos a los otros.

Solo un ejemplo: conozco jóvenes que con sus instrumentos van a tocar canciones a geriátricos y hospitales. Es el voluntariado: otra gran posibilidad. Acabemos con un texto de Aristóteles procedente de su Ética a Nicómaco (Libro IV, capítulo 3) donde habla de la magnanimidad: "Pues se dice que la magnanimidad consiste en aspirar a grandes cosas y en no tener en menos lo que es grande, así como en no dejarse abatir por nada."  

¿Han perdido nuestros jóvenes la magnanimidad, la audacia, un espíritu emprendedor que no se deja abatir? Los padres, importantísimo, han de ser los primeros y muy ejemplares.

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