Lunes, 25 de noviembre de 2024

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El puente

por Cerca de ti

Santa Catalina de Siena (V)

El puente

“El siglo en que vivió –siglo XIV- fue una época tormentosa para la vida de la Iglesia y de todo el tejido social en Italia y en Europa. Sin embargo, incluso en los momentos de mayor dificultad, el Señor no cesa de bendecir a su pueblo, suscitando santos y santas que sacudan las mentes y los corazones provocando conversión y renovación. Catalina es una de estas personas y también hoy nos habla y nos impulsa a caminar con valentía hacia la santidad para que seamos discípulos del Señor de un modo cada vez más pleno” (Benedicto XVI).

            “Y así pasarán por Mí, que soy puente”

  El cisma de Occidente

A la muerte de Gregorio XI en el año 1378 –tenía tan solo 46 años de edad-, fue elegido papa legítimamente el temperamental y áspero arzobispo de Bari, quien adoptó el nombre de Urbano VI. El nuevo Papa se vio envuelto en un difícil clima de agitación popular en la ciudad y de intrigas palaciegas crecientes urdidas incesantemente por los cardenales, quienes lo fueron abandonando y presionando con la esperanza de que abdicara.

El Papa Urbano se resolvió entonces a nombrar íntegramente un nuevo Colegio de Cardenales. Por su parte, los purpurados pérfidos, aduciendo falsamente haber votado en el cónclave por miedo al tumultuoso pueblo romano que aguardaba inquietante y perturbador fuera del palacio Vaticano, declararon inválida la elección, y procedieron a una nueva. Fue así que el mundo amaneció con dos papas: Urbano VI y el antipapa Clemente VII. Se iniciaba de este modo el Cisma de Occidente, no solo una suerte de duplicación del papado, sino también de dictámenes referidos a un mismo asunto, o de resoluciones que afectaban a una misma persona…

En esta oportunidad las cartas dirigidas por Catalina destinadas a impedir los acontecimientos, no tuvieron éxito. La santa se pronunció de inmediato, considerando incontrovertible la elección y legitimidad del Papa Urbano VI, a quien escribió: “es verdad que has sido elegido por el Espíritu Santo y por ellos, y eres Su Vicario”. El Papa pidió a Catalina que fuese a Roma cuanto antes, quería que hablase y tratase la cuestión del cisma ante los cardenales. Así fue. Los cardenales comentaron: “Un hombre no ha hablado jamás así, y ciertamente no es una mujer la que habla, sino el Espíritu Santo, como se ve claramente”. Urbano se sentía confortado y admirado de aquella mujer que a todos infundía serenidad y ánimo, y que exhortaba a la augusta asamblea a aprender de Cristo crucificado que aceptó el sufrimiento con la confianza puesta totalmente en Dios.

Mientras el conflicto se extendía y la corte de Francia daba su apoyo al antipapa, Catalina escribía a los protagonistas de la contienda, como aquella carta que dirigió a tres cardenales cismáticos:

“Ahora han vuelto las espaldas como viles y miserables caballeros: la sombra de ustedes les ha causado miedo. Se han separado de la verdad, que los fortalecía, y se han arrimado a la mentira, que debilita el alma y el cuerpo, privándolos de la gracia espiritual y temporal. ¿Quién es la razón de ello? El veneno del amor propio, que ha envenenado el mundo. Él es el que de ustedes, columnas, ha hecho más débiles que paja. No flores que dan olor, mas un hedor tal que apestan todo el mundo…”.

Tú me llamas

A comienzos del año 1380 Catalina cayó enferma, y su estado se agravó más y más. Tenía tan solo 33 años. Roma se hallaba convulsionada, la Iglesia se encontraba dividida, el alma de Catalina sumida en el dolor:

“Estén ciertos que, si yo muero, la sola causa de mi muerte es el celo que me devora y me consume por la causa de la santa Iglesia; yo sufro con gusto por su liberación y estoy pronta a morir por ella”.

La agonía se extendió por semanas en su lecho de duras tablas, rodeada de los suyos, y de su madre Lapa, que había visto morir ya a 15 de sus hijos, y a varios de sus nietos. La una pidió la bendición de la otra. Finalmente, la santa dijo: “Señor, Tú me llamas a Ti, y yo voy: no por mis méritos, sino por la gracia y virtud de la preciosísima sangre”. Y murió en la tarde del domingo 29 de abril de 1380. Se había ido la “Mamma”, la Mamá, como le decían.

“En torno a una personalidad tan fuerte y auténtica –ha dicho Benedicto XVI- se fue constituyendo una verdadera familia espiritual. se trataba de personas fascinadas por la autoridad moral de esta joven de elevadísimo nivel de vida, y a veces impresionadas también por los fenómenos místicos a los que asistían, como los frecuentes éxtasis. Muchos se pusieron a su servicio y sobre todo consideraron un privilegio ser dirigidos espiritualmente por Catalina. La llamaban ‘mamá’ pues como hijos espirituales obtenían de ella el alimento del espíritu”.

El puente

La amistad entre Dios y los hombres fue rechazada, y aquella comunión original fue rota por el pecado de Adán. El pecado original se extendió como se extiende un río. Pero Dios ha tendido un puente entre el cielo y la tierra, un puente que llega desde el cielo y nos salva, impidiendo que nos ahoguemos en las aguas del río turbio, allá, debajo del puente, donde la luz se disipa y muda en tinieblas y oscuridades, o en falsos resplandores del mundo… Ese puente es Cristo Resucitado, el Salvador.

Con esta imagen poderosa desarrolla Catalina su doctrina espiritual, la doctrina del puente, en su obra “El Diálogo de la Divina Providencia”. Los que  se afanan y apegan y van tras las cosas, apoyándose en ellas, “sin pensar en Mí”, “son como el agua, que continuamente corre y desaparece. Aunque el hombre sabe que las cosas creadas desaparecen, las ama, aunque corran sin parar hacia el fin, que es la muerte. Quisiera él que se detuviera y que las cosas que ama no corrieran ni le faltaran…; pero no puede conseguirlo”. Quien recorre este camino no puede sostenerse, se hunde.

El puente está formado por tres escalones, correspondientes a tres estados del alma. El primer escalón es el de los pies de Cristo crucificado. Así como los pies sostienen el cuerpo, los pies puestos en la cruz sostienen la vida espiritual, pues la edifican alejándola del pecado. El segundo escalón es el costado abierto de Jesús, y allí “se manifiesta el secreto del corazón”, y se encuentra “consuelo e indecible amor”. “El alma se llena de amor, viéndose tan amada.” El tercer peldaño es la boca del Señor, y “la persona que da la paz, se une con aquella a quien se la da”.

 

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