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La Archidiócesis de Valencia (2)

por Victor in vínculis

Con el título “Glorificación de los mártires valencianos (19361939)”, José Grassa Hontecillas pintó este óleo sobre lienzo para conmemorar a los beatificados el día 11 de marzo de 2001 por el Beato Juan Pablo II. Se encuentra colocado sobre la puerta de la Sacristía de la Catedral de Valencia.

3 de mayo de 2001
La Seo Valentina resultó insuficiente para albergar a todos los fieles que quisieron participar en la Misa de Acción de Gracias por la beatificación de los 233 mártires, la mayoría de ellos de nuestra Diócesis. Monseñor Agustín García-Gasco Vicente dispuso que esta tuviese lugar el 3 de mayo, porque ese día se celebra la Cruz Gloriosa de Pascua Florida.
Muchos de los asistentes conocieron a los nuevos Beatos, era lógico que en la Catedral se advirtiese un clima de alegría y agradecimiento a Dios Nuestro Señor. Familiares, compañeros de congregación, postuladores llegados de Roma, superiores generales y provinciales llenaron las amplias naves del Primer Templo de la diócesis.
Como retablo se instaló el lienzo de José Grassa “La glorificación de los mártires valencianos”. En el cimborrio, en la vertical del altar mayor, estaba colocado el tapiz que, el día de la beatificación, estuvo colgado en la Basílica de San Pedro del Vaticano que representa la cruz martirial de San Vicente. La arqueta de plata que contiene las Venerables Reliquias de los Beatos presidió la ceremonia.
El Sr. Arzobispo en su homilía dijo que la Iglesia de Valencia se sentía orgullosa ante un grupo tan numeroso de Mártires y sentía la necesidad de rendirles un agradecido homenaje.
 
Descripción del cuadro
Desde una vista de la ciudad de Valencia rodeada por el río Turia con las siluetas de los monumentos más representativos: el Miguelete, cimborrio de la Catedral, puente y Torres de Serranos, destacándose en el crepúsculo se elevan en un ascenso helicoidal esa “muchedumbre de justos que nadie podría contar; que han blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero” según nos cuenta San Juan en el Apocalipsis (7,14). Suben en un ascenso dinámico al encuentro con la figura de Cristo que, sentado en un Trono de nubes, rodeado de luz deslumbradora, les abre sus brazos en actitud de acogida.

Algunos llevan palmas en sus manos, y una alegría desbordante se refleja en sus rostros y en sus manos. Hay mujeres, hombres, sacerdotes, religiosas y religiosos, todos participan de esa dinámica ascendente en pos de su meta: su encuentro con Cristo. El triunfo final de los justos.
Aunque no es momento de jerarquías, para destacar con un nombre al conjunto numeroso de los 233 mártires que fueron beatificados por Juan Pablo II, la figura superior de la derecha representa la efigie de José Aparicio Sanz, que aparece con estola roja, mínimo distintivo más cromático que diferencial: “José Aparicio y compañeros”.
La composición de colores es fruto de largos años de estudio de la luminosidad de los colores. Data de los primeros años de estancia en Tavernes de Valldigna del artista José Grassa, en que empezó a intuirla y cuyo conocimiento alcanzó hace pocos años. Desde entonces la aplica en sus obras de forma consciente y controlada. Dicha luminosidad da un poder reflectante singular al cuadro. Un poco como si tuviera luz propia. La hechura ha sido resuelta intentando que el juego de pinceladas parezca que “ha salido solo”, en un acto lúdico.
 
Los cuadros de la Capilla de San Jacinto Castañeda
El Boletín Oficial del Arzobispado de Valencia publicó un número extraordinario (nº 3.240) sobre la beatificación de 2001. En sus páginas podemos leer la explicación de los dos óleos sobre lienzo que representan a los mártires de la persecución religiosa que fueron beatificados el 11 de marzo de 2001. Dichos cuadros que se colocaron en la Catedral de Valencia, están ubicados en la Capilla de San Jacinto Castañeda, mártir dominico que sufrió el martirio en Tonquín (Vietnam) en 1773.

En la primera pintura aparecen la mitad de los mártires valencianos del siglo XX. La representación de sus imágenes tiene el claro propósito de que sus figuras puedan ser veneradas.
La estructura compositiva de la obra radica en una ampulosa espiral claramente definida; esta queda comprendida por dos puntos de fuga dispuestos en dos planos de altura distintos que consiguen aunar el fluir del grupo humano representado. La utilización de la espiral viene traída por tratarse de un elemento geométrico siempre abierto y cargado de simbolismo; desde la mera expresión de movimiento, pasando por el concepto de infinitud y eternidad, además de toda una serie de connotaciones de tipo espiritual y místico.
Los dos puntos de fuga a que aludimos con anterioridad, son el origen desde donde viene la marcha de la romera de mártires. Esta se va vertebrando y haciendo cada vez más visible paulatinamente llegando incluso, gran número de las personas representadas a acercarse en primerísimos planos frente al observador (área interior del cuadro), zona ésta que bien podría simbolizar la llegada a las puertas de la Gloria celestial.
La omnipresencia de la Cruz, símbolo por excelencia de la cristiandad, surge de forma velada de entre los vaporosos fondos del cuadro, prolongando dos de sus brazos hasta bañar con su luz las figuras del grupo de mártires.
La romería muestra jalonadamente a mártires pertenecientes a diversas órdenes religiosas así como a hombres y mujeres seglares de diferente condición y profesión. Están representadas las órdenes y congregaciones a las que pertenecieron son: Clarisas, Jesuitas, Franciscanos, Dominicos, Salesianos, Capuchinos, Dehonianos, Hermanitas de los Ancianos Desamparados, Sacerdotes diocesanos, Carmelitas, Hermanos de la Doctrina Cristiana, Escolapias, Terciarios Capuchinos y Hombres y Mujeres de Acción Católica.


El tratamiento del color, sin duda condicionado por la iluminación es predominantemente cálido, este también viene atemperado por la dominante sobriedad cromática requerida en el vestuario de los personajes. En el uso del color se ha pretendido huir de estridencias coloristas tratando de mantener una variedad equilibrada del mismo, con el fin de conseguir un clima naturalista. Este hecho facilita la aproximación del observador hacia los personajes representados.
La sensación de profundidad en el área superior del cuadro se ha potenciado al aplicar la perspectiva aérea y la técnica del esfumato ayudando de éste modo a crear una atmósfera difusa, en la que, a medida que se alejan las figuras de los personajes, disminuyen sus tamaños y a su vez el contorno de sus formas va desdibujándose hasta desaparecer en la lejanía.
Valiéndonos de variada y pormenorizada documentación gráfica de la época de los personajes en la que fueron fotografiados con diversa fortuna, la resolución de los retratos responde a un extenso estudio y análisis previo de cada caso en particular, en los que, para cada persona, se ha requerido un tratamiento específico y distinto. Por otra parte también se ha aunado la intención de mostrar un cierto aire general de templanza, vaga resignación, fuerza interior alimentada por la Fe, generosidad, entereza y sobre todo serenidad y entrega. En el conjunto de los personajes pintados se ha pretendido conferir una reinante sensación de proximidad, humanidad y naturalidad.
El segundo cuadro  completa la cifra de los 233. La temática, contenido, función y dimensiones son similares al antes señalado. El grupo que aparece es la otra mitad de los que fueron beatificados en Roma.
En la zona superior derecha, se ha dispuesto de forma parcial y un tanto velada la parte más característica la cruz y el crismón coronado procedente del sepulcro de San Vicente Mártir (en la foto, bajo estas líneas, cuadro de la izquierda). Se trata de una cruz gloriosa, símbolo de la muerte y resurrección de Cristo. Los 233 mártires que han sido beatificados, siguiendo el ejemplo del primer mártir de la iglesia valenciana, han alcanzado ya “la corona de gloria que no se marchita”.

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